viernes, 13 de abril de 2007

PODER POPULAR, PODER CONSTITUYENTE
PREÁMBULO

(Conferencia)
El ejercicio del poder popular en la singular encrucijada política de Venezuela
A modo de Preámbulo


Estamos llamados a asumir el momento que vivimos como el momento de ofensiva revolucionaria, una ofensiva que debe materializarse en la construcción de una política organizativa concreta con la cual se impulse, sin ambigüedades, un viraje definitivo hacia la izquierda. Se trata del momento político en que, como lo ha dicho el presidente Chávez nos jugamos hasta la propia vida. Así lo asumimos, porque está de por medio la suerte del proyecto revolucionario que no es otra que la de este pueblo del que somos parte.
En este viraje, resulta imprescindible tener claridad sobre los núcleos vitales del debate, que no son otros que aquellos que tienen que ver con la naturaleza del poder y las formas de concreción del poder popular. Porque si no tenemos clara la visión estratégica del poder, es fácil caer en fatales errores políticos tales como el dogmatismo, el estatismo y las prácticas oportunistas, o hasta en conductas y acciones antagónicas al comportamiento revolucionario. Errores que, sin duda, también tienen que ver con formas de entender el mundo, nuestras relaciones con él, con los otros y con nosotros mismos, y particularmente con las formas de pensarlas, decirlas y sentirlas.
Por ejemplo, cuando creemos que las cosas sólo se pueden dar de una sola manera, de un modo sucesivo, primero esto y después aquello. O cuando estamos convencidos de que los lenguajes y las cosas que nombramos son sucesivos.
Así que para incorporarnos con éxito al debate, uno de los puntos centrales de nuestra reflexión, tiene que tomar en cuenta al lenguaje y los engramas lógicos que utilizamos para construir el pensamiento, por ejemplo: es el carácter sucesivo y, a la vez, simultáneo del lenguaje y, en consecuencia, la simultaneidad de lo que nombramos y hacemos con el lenguaje. El lenguaje es parte de la vida que es simultánea. Lo que en ella ocurre y nos ocurre siempre tiene la marca de la simultaneidad. Por ende, el lenguaje es multiplicidad, los lenguajes son multiplicidad de multiplicidades comprimidas y están íntimamente relacionados con una concepción del mundo y de nuestras acciones en él, así como nuestras prácticas también son discursos que articulan el lenguaje.
Solemos perder de vista lo múltiple y su movimiento simultáneo y muchas veces asumimos concepciones en las cuales se supone que el proceso revolucionario avanza por etapas o fases sucesivas y lineales. Pero resulta que eso que llamamos “etapas” son creaciones humanas. Cuando leemos a Lenin en Las tesis de abril, podemos constatar que él hacía frente a unos compañeros que actuaban bajo la tesis de que las condiciones objetivas no eran favorables. Lenin actuaba respondiéndoles que en el capitalismo tales condiciones sí estaban de suyo, dadas para hacer posible una revolución, que hacía falta, más que condiciones objetivas, el papel de la voluntad política hecha acción.
Lenin se refería fundamentalmente a que el capitalismo produce la miseria y la explotación del trabajo, de manera tal que las condiciones a ser creadas eran las subjetivas, porque las objetivas están presentes. Destaca Lenin, que es la voluntad política la que construye el escenario y no al revés. De modo que las condiciones objetivas y las subjetivas devienen en un mismo movimiento: la voluntad política materializada en acción revolucionaria como simultaneidad de la multiplicidad de las prácticas.
Es de vital importancia tener presente este planteamiento de Lenin, cuando hablemos del socialismo del siglo XXI. Este es el debate, un punto de inflexión que cruza el deseo revolucionario, crea el acontecimiento, y la gente lo ha asumido así. Este debate está intrínsecamente relacionado con el impulso social de nuestras prácticas, tiene que ver con el ejercicio del poder popular, con la democracia revolucionaria, que se construye día a día; con los consejos comunales y los saberes que allí se generan colectivamente.
Para poder apreciar las implicaciones prácticas del debate, voy a partir de un instante-acontecimiento expresado en un hecho que ocurrió en días pasados y se convirtió en noticia: Un grupo de personas indignadas, con razón, por el asesinato de un joven en un módulo policial de “La Silsa”, se fue hasta este módulo y lo quemó. Los medios hicieron fiesta: y yo me he preguntado: ¿Dónde estaban los partidos, los Consejos Comunales, o cualquier otra expresión organizada de lo que llamamos el poder popular? ¿Dónde estaba el Jefe Civil, dónde estaban las instituciones municipales, metropolitanas, o regionales? ¿Dónde estaban, en fin, las fuerzas populares organizadas para que eso que pasó no ocurriera de ese modo y esa indignación se hubiese canalizado de otro modo?
Parto de este hecho porque todavía me pregunto: Bueno, ¿Y los concejales, los jefes civiles, los líderes populares, las organizaciones populares, los consejos parroquiales, los consejos comunales, aún no tienen la capacidad organizativa y el liderazgo? ¿Es que todavía no alcanzamos en la práctica el imaginario que tenemos sobre el movimiento popular, porque nuestra organización es aún demasiado precaria y que nuestro liderazgo es muy débil para ponernos al frente, a riesgo de todo, de situaciones como la señalada? ¿Para hacer que la indignación tome otros cauces no destructivos, más creadores? ¿Qué pasa en el terreno social cuando las instituciones son rebasadas por situaciones que simplemente nos llevan por delante y por grupos que son capaces de sacar ventajas, con razón o sin ella?
En todo caso, ¿qué pasó y qué pasa con nosotros? Ante un hecho como el señalado, me hubiese gustado que nuestros líderes locales hubiesen sido los que capitanearan la acción para que ella no se hubiera expresado en la quema del módulo, o no solamente en eso. Una acción que no tiene voceros, que no tiene rostros, que no tiene sentido político. Sean quienes hayan sido lo que tomaron esta iniciativa, lo cierto es que tuvieron éxito porque, en última instancia, aunque su objetivo fuera precario y se disolviera en sí mismo, lo lograron como un objetivo inmediatista y destructivo, un objetivo sin articulación con organización del poder creador del pueblo, sin intervención de ninguna organización popular y, lo peor, sin continuidad.
¿Será esto una expresión del poder constituyente, o un mecanismo disolvente de ese poder? Yo espero que este episodio y otros similares que a diario ocurren en la textura microfísica de lo social, nos puedan hacer reflexionar sobre nosotros mismos y sobre la naturaleza del debate que estamos llevando a cabo aquí, porque de repente estamos dando este debate aquí mientras en la calle se desencadenan instantes-acontecimientos que apuntan en otra dirección.
Podría estar ocurriendo que nosotros estemos viviendo un momento político-discursivo y los sectores populares marchen conectados en otra sintonía. Entonces, para que todo este debate político sea efectivo deber cruzar lo real-concreto, tiene que pasar por la disyuntiva de asumir el momento crítico y saber de qué crisis estamos hablando. Es decir, debe pasar por el análisis concreto de la situación concreta, pues de otro modo quedamos atrapados en puras entelequias metafísicas. Estamos hablando en general de problemas que se entroncan con la fuerza de los cambios que estamos viviendo, asumiendo que desde el devenir caótico podemos aprender, y de allí la necesidad de reflexiones que nos permitan situarnos en el escenario actual para derivar propuestas y acciones orientadas a la transformación del Estado que tenemos, de manera que los cambios sean auténticamente revolucionarios. O, para decirlo de otra manera, que signifiquen la transformación radical de las actuales relaciones sociales.
Situándonos en la crisis, es pertinente observar que existen varios tipos de crisis. Se puede hablar de crisis terminal, de crisis transicional o de crisis disyuntiva. Yo creo que en este momento estamos en un cruce de caminos. Y, así como los sucesos del 27 y 28 de febrero de 1989 abrieron una etapa, lo que se reconoce por todos y todas. Hoy nos situamos en ese cruce de caminos que habla de fragilidades en una situación altamente volátil, una situación en la cual si, como revolucionarios, no somos capaces de erigir una vanguardia capaz de construir una hegemonía, simplemente podemos perder esta oportunidad histórica.
¿Por qué digo esto? Porque venimos de un proceso caracterizado por la dislocación institucional y por la deslegitimación de nuestras instituciones. Algo que explica el hecho de que, por ejemplo, cualquier señora, no importa que haya entregado sus papelitos de petición a ministros, alcaldes y gobernadores, no quiera perder la oportunidad de entregarle directamente su papelito a Chávez. Pues más allá de cualquier figura institucional, la banda identitaria se cierra alrededor del líder del proceso. Porque este líder es la única institucionalidad sólida generada y reconocida por el pueblo venezolano, en momentos en que hemos dado al traste con la valoración legitimadora de las instituciones de la cuarta república pero aún no hemos podido liquidarlas. Más allá del esfuerzo de la Misiones, absorbidas positivamente por el pueblo y su constante devenir popular expresado en cuantiosos logros concretos y de alto impacto social, la institucionalidad de la cuarta república sobrevive como lógica, dificultando el salto cualitativo hacia la construcción de una nueva estructura transformadora, provocando un vacío de legitimación.
Eso se llama deslegitimación institucional, teniendo presente que las instituciones así como pueden ser legítimas también pueden ser ilegítimas. Vamos a decirlo de otra manera. Nosotros hemos dado al traste con la carga de valoración simbólica de las instituciones de la cuarta república, pero seguimos viviendo con ellas en una relación acomodaticia, a falta de la construcción de una nueva institucionalidad más sólida y consistente con el proceso de revolución que hemos desatado. Entonces, pasa que, independientemente del oportunismo de grupos políticos, el ciudadano común no se siente identificado con las prácticas institucionales.
En situaciones así, surgen personajes conceptuales que ocupan el imaginario político y desde los cuales se articulan los sujetos sociales: Cristo y el Ché Guevara, por ejemplo, y aquí Chávez, son la condensación discursiva, el metarrelato del deseo articulado políticamente. Hoy, para el pueblo de Venezuela, sólo Chávez escapa al desencantamiento y es así como el poder constituido se mantiene, gracias a que se sigue votando por Chávez y se cree en Chávez. Y eso es conveniente, pues evita la caída, el desmoronamiento institucional de todos nosotros, los que estamos en este proceso ejerciendo funciones en las instituciones estatales y somos víctimas de la deslegitimación institucional generalizada, producto de una estructura heredada que se obstina en reproducirse más allá del constante esfuerzo que hemos hecho por combatirla y abolirla. Y como la capacidad de mediación con relación a los conflictos y a la solución de los problemas reales de la gente, desde las instituciones, es muy reducida, la gente siente que éstas no son sus espacios ni que los funcionarios son sus voceros legítimos para la articulación satisfactoria de sus demandas.
Lo que quisiera remarcar luego de lo dicho es que en esta crisis de legitimidad, estamos ante una disyuntiva que ya Trotsky planteaba de la siguiente manera: «O el poder constituyente es permanente o se produce la inminente institucionalización burocrática del proceso revolucionario, es decir, su confiscación y su disolución por parte del Estado burgués». Ésta es la disyuntiva fundamental que el Presidente Chávez ha reconocido y ha planteado.
En correspondencia con lo expuesto, vale la pena traer a colación algunos planteamientos de Ernesto Laclau, quien en una reciente conferencia sobre la construcción de hegemonía y el papel del líder individual, sostuvo que el líder individual significa el nombre, la nomenclatura, que mantiene la unidad del objeto. Podemos aseverar, en este sentido, que el objeto de la Revolución Venezolana tiene un nombre: Chávez; que a través de ese nombre se tejen las identidades y ocurre un proceso de construcción hegemónica de un sujeto: El Pueblo. Un despliegue de engramas de significados tejido en prácticas existenciales. El nombre del líder en una situación altamente institucionalizada, es secundario, pero en un escenario de crisis es la barda, el significante amo, porque el liderazgo es por sí mismo lo único reconocido como legítimo por el pueblo. Es su condición fundante. Es diferente cuando en una sociedad las instituciones son legítimas, porque en ellas la gente no sabe ni cuál es el nombre del Alcalde, pero recurre a las instituciones porque se identifica con ellas más allá del nombre del líder. Eso significa que tenemos que tener conciencia de la importancia de Chávez como momento de articulación del sujeto popular, ojalá por mucho tiempo.
Yo creo que uno de los asuntos del proceso revolucionario es aquel que el Presidente señala constantemente, retomando a Gramsci: «el punto crítico», el espacio-tiempo configurado entre aquello que no termina de morir y aquello que no termina de nacer. Por ello: terminamos de matar a las instituciones existentes y hacemos posible que nazca otra cosa, o las instituciones existentes se reestructuran y fortalecen en su misma lógica engullendo la revolución para seguir perdurando.
Las instituciones son una lógica en la que circulan y funcionan creencias, mentalizaciones y prácticas que se consolidan. Las instituciones crean sus propias formas de reproducción, tienen maneras de sobrevivir y son capaces de perseverar en una larga agonía de muerte. Fíjense, a pesar de la Revolución Francesa, todavía hay Monarquías en el mundo, de modo que no es fácil destruir lo instituido y mucho menos construir una nueva institucionalidad.
Por eso, por la necesidad de articular los imaginarios a un líder-institución, es que Laclau dice que toda revolución en su primera fase es populista. El populismo no es intrínsecamente ni bueno ni malo: «Los que asocian el populismo con la demagogia o con la turba son los mismos que quieren reducir lo político a lo meramente administrativo; los que quieren reemplazar un gobierno plural por un gobierno de tecnócratas», sostiene este pensador. El populismo es un momento de gran auge de masas y expresión continua de los sectores populares que, al aglutinarse alrededor del líder avanza en la conquista de los derechos que le habían sido negados por el poder constituido.
Se trata del momento del líder, del momento en el todo el aparato institucional de una sociedad se está desintegrando y tiene que reconstruirse a partir de la fuerza dada por la legitimidad del líder. Pero de ese momento se pasa o al poder constituyente del pueblo o a la burocratización institucional del liderazgo. Por ejemplo, si visualizamos el caso del Peronismo en Argentina, veremos que Perón llegó a ser un gran líder, pero no logró articular nuevas instituciones que llevaran al pueblo (“los descamisados”) a ejercer formas reales y articuladas de ejercicio del poder constituyente. O, más recientemente, el caso de Lucio Gutiérrez, en el Ecuador, donde una gran movilización indígena y popular lo coloca en la presidencia, para que él luego mediatizara las aspiraciones populares, pactando con los sectores oligárquicos y transnacionales.
Entonces, ¿Por qué se supone que estamos en una nueva etapa del proceso?: Porque, o de verdad rompemos con las instituciones de la vieja República y construimos un nuevo Estado, o ese viejo Estado se recompone, se regenera su lógica nos aplasta y volvemos a lo mismo, independientemente de los que dirijan el aparato del Estado. No hay revolución verdadera si no se rompe con el Estado, con la corrupción, con la burocracia y con el modo de producción capitalista en todas las esferas de la vida social. No hay revolución verdadera sin el ejercicio permanente del Poder Constituyente del pueblo. Este poder es disolvente y constituyente.
Esta tensión que existe entre el poder constituido, que es representativo, y la posibilidad de una nueva relación de poder, es la que nos estamos jugando. Es la muerte de este proceso o la posibilidad de que sea un proceso realmente revolucionario. Cuando hablamos de Poder Constituyente y de consejos comunales, estamos hablando de un doble movimiento, de la posibilidad de articular un significante material (los consejos comunales) que encarne la potencia del poder constituyente. Potencia que resitua lo político y acelera el tiempo social. Rompiendo con la congelación conservadora del tiempo institucional.
Sabemos que ha existido una brecha histórica entre el Estado y los ciudadanos y ciudadanas. Hay desconfianza entre el ciudadano funcionario que se siente Estado en cualquier instancia, dimensión o capacidad, y el ciudadano que no se siente Estado. Es la misma desconfianza que existe entre quien se siente parte del movimiento popular, cuando va a hablar con quien se supone que es representante de ese ciudadano ante el Estado. La paradoja actúa como que si el Estado fuera distinto a mí y yo tengo que lograr una alianza con él. Esto es producto del extrañamiento y la separación que engendra la forma Estado en el capitalismo. Y ocurre porque el Estado que hasta ahora hemos reproducido es una reedificación del Estado burgués, el Estado de los privilegios y de la exclusión. Entonces, es un Estado que actúa en correspondencia con sus propios intereses, como que si el Estado tuviese intereses distintos y separados de la sociedad. Y uno oye a compatriotas hablando de “políticas de Estado” y de “intereses de Estado”, separándose de la fuente originaria del poder constituyente que es el pueblo, asumiéndose subsumidos a una lógica.
Esa es una contradicción en la que la fuerza constituyente se desgasta. Por ello, o activamos el poder constituyente de la potencia generadora, o si no, tendremos un Estado burgués con sentimiento de culpa y, en el mejor de los casos, una sociedad más justa (¿capitalismo con rostro humano?) y “un Estado del Bienestar”. Pero yo no creo sólo en una sociedad más justa por sí misma. No, porque me sitúo del lado de los que creemos en la libertad y la emancipación. Nosotros no somos tecnócratas, no aspiramos a manejar un léxico corporativo vaciado de pasión revolucionaria, sino que queremos arrancar de raíz al viejo Estado.
En esa perspectiva el Consejo Comunal podría ser la síntesis que resuelve la fuerza impugnadora del movimiento social vs. la fuerza racionalizadora y organizadora (Weber) de la institución. De la lucha que se produce entre estas dos fuerzas, puede surgir algo nuevo: Los Consejos Comunales, en términos de Lenin: «Todo otro poder».
Porque hay que actuar siempre apelando al poder originario que es el poder constituyente. No se trata del reconocimiento clientelar por parte del Estado, porque entonces el movimiento popular queda subsumido a la lógica estatal y sin ruptura se des-sincroniza el movimiento, con lo cual los movimientos sociales terminarían sirviendo para establecer una relación parasitaria con el Estado. El poder comunal debe ser capaz de ejercerse sobre la sociedad, disolviendo las instituciones estatales constituidas. Asumiéndose autónomamente como autogobierno.
Ese es el papel que tenemos que jugar nosotros, porque el Estado existente es la forma jurídica del tiempo de la explotación. Es el Estado del capital, es el poder de la fuerza articuladora alrededor de un discurso que se opone al ejercicio real del poder de los ciudadanos y las ciudadanas. Es, en fin, un conjunto de concesiones y prácticas que hay que desmontar. Así como la lógica estatista de las instituciones es perversa, la lógica política de partido pensado como aparato instrumental del poder, también lo es. No es posible des-estatizar sin des-partidizar. Mientras existan círculos que privaticen o confisquen las decisiones que deben ser colectivas y se apropien de aparatos del Estado, poco podremos avanzar en la construcción de un tipo de sociedad que no sea estatista y partidista.
Chávez lo ha entendido y ha encendido cinco motores. En esta nueva orientación hemos de advertir la existencia de tiempos múltiples, si comprendemos que con sus torsiones cada vez más acentuadas hacia la izquierda del espectro político. Chávez le imprime aceleración al tiempo social restituyendo lo político en lo social, lo que imprime fuerza a la posibilidad de que, en un momento de fractura como el que vivimos, avancemos hacia una sociedad socialista. Ello implica, como lo ha reiterado el Presidente, que no podemos mantenernos en el mismo lugar, sino que, por el contrario es vital la activación permanente de un poder que se tiene que hacer cada vez más poderoso: el poder constituyente.
Por eso cada uno debe ser capaz de convertirse en motor popular. Éste no es un debate cualquiera: O avanzamos hacia el socialismo o corremos el riesgo de perder el impulso y convertirnos en fuerza inercial y así, hacerse parte de unos cambios para que el Estado siga siendo más de lo mismo. Es el momento de estar firmemente unidos, de entender la naturaleza del momento político y la naturaleza de la tarea. ¿Cuál es la tarea?: Desmontar el viejo Estado.
Nosotros tenemos la ventaja de tener el debate avanzado, pero no se ha traducido en materialidad de prácticas. La voluntad política no se negocia ni se transfiere. Debemos reflexionar desde una ética política de la voluntad y dar respuestas a preguntas tales como: ¿Qué hemos construido? ¿Dónde está el movimiento de lo múltiple que ha desatado su fuerza de la propia potencia de cada quien? ¿Hasta que punto el nivel de articulación con los consejos comunales es más o menos precario, o más o menos consistente?
Es necesario entonces un plan de trabajo que nos permita concretar, en la medida en que abrimos el debate profundo en las comunidades sobre la reforma constitucional, la Ley Habilitante, la reforma de la Ley de los Consejo Comunales, el socialismo del siglo XXI, para que eso a su vez se convierta en un germen político y potenciar la fuerza constituyente, el paralelaje de los consejos comunales organizados, de la juventud organizada, de los trabajadores en un proletariado conciente, de toda expresión de organización del pueblo y, así, decir que hemos impulsado la articulación social y comunal para que, ahora, esa sociedad organizada y articulada demande un nuevo Estado.
De eso se trata. Estamos en un espacio protagónico para hacerlo, que es Caracas. Y estoy seguro que ello requiere más voluntad humana que dinero. Yo creo que debemos ser proactivos en el sentido del proceso de construcción del socialismo. Ya tenemos unas coordenadas trazadas por el Presidente y sobre esa base tenemos que ponernos de acuerdo, poner la acción por delante, activar la voluntad política, lanzarnos a la calle, trabajando con la gente, en función de los objetivos planteados.
Es decir, que nos comprometamos en la posibilidad de tensar los límites y ajustar lo que estamos haciendo para saltar esos límites, para no recaer de modo burocrático sobre lo que hemos hecho. O, en otro sentido, para no contentarnos con ver como espectadores pasivos lo que el Presidente va exponiendo, sino para acompañarlo.
Hay que discutir, hay que trabajar, hay que formarse. No debemos perder la iniciativa política y mucho menos la calle. Tenemos que volver sobre el trabajo de base y materializar con los colectivos un plan de trabajo ético-político que abarque lo más próximo en función de concretar una estrategia revolucionaria que tenga al socialismo como horizonte, actuar de manera que seamos capaces de acabar con la vieja institucionalidad y avanzar en la construcción del Estado comunal, germen del socialismo.
Por esta razón, los textos que aquí se presentan son una invitación para el debate tejido desde el lugar de la pasión revolucionaria.

PATRIA, SOCIALISMO O MUERTE
¡Venceremos!



Juan Barreto Cipriani

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