jueves, 27 de mayo de 2010

¿PPT? (La Quinta Columna, 27/05/2010)

El Buen Salvaje roussoniano, queda reducido, en El Discurso Sobre La Igualdad de Los Hombres, a la categoría de ciudadano. “Ya ilustrado, ahora no puede prescindir de leyes y magistrados, porque no volverá a la selva a ponerse de rodillas, a comer raíces y bellotas…el poder natural de la fuerza y la capacidad de persuasión del primer ocupante, además de una cerca convenientemente bien dispuesta, convenció al Buen Salvaje, de que tal ocupación le hacía ganar la garantía de nuevos derechos”. La propiedad, al fundar el sentido de la norma, su racionalidad; consagra también el modo extenso de su uso: “Mientras más extraños, resentidos y enemigos de nuestros semejantes nos hacemos, menos podemos prescindir de ellos, dada la división del trabajo en la actual sociedad. Entonces, la igualdad es ilusoria y hace falta un cuerpo de regulaciones que nos torne uniformes al menos en su obediencia; porque desconfiados como somos de la bondad de nuestros congéneres, ya que nuestros intereses se hacen pasión que nos divide, y sólo logramos reconocernos en los afectos de unos pocos con intenciones idénticas; entonces necesitaremos de un cuerpo de leyes, y de gendarmes del orden a todos los niveles, que las hagan cumplir, so pena del castigo por su infracción. El derecho implica el miedo a infligir un razonamiento detrás del cual hay un derecho y una propiedad que defender”. Esto lo encontramos en el capítulo de El Contrato… llamado: De La Sociedad General del Género Humano. Suprimido luego de la primera edición. Libertades civiles en relevo de la ley natural, base normativa del derecho positivo burgués. ¿Cómo equiparar fuertes y débiles; pobres y ricos? Nada mejor que un pacto: Aceptar que somos iguales ante la ley. “Ser propietarios para ser responsables. Ser responsables para ser ciudadanos. Ser ciudadanos para ser libres”, decían las primeras constituciones liberales. Sus defensores siguen repitiendo que civilización es igual a derecho civil: “Al ser propietario de mis derechos, soy lo que tengo y no soy víctima de nadie”. Nunca se les ocurrió que más bien, era importante eliminar la condición que crea la fuerza y la riqueza como base de la desigualdad: La propiedad. Por eso Marx, desde Spinoza, en su Crítica a La Metafísica del Derecho, afirma que, el derecho igual, consagra y naturaliza el derecho a una sociedad desigual. “¿Entonces los comunistas preconizan un derecho desigual? No, por el contrario, apostamos por una sociedad de iguales, cuya única desigualdad sea la ley natural; y de allí un derecho que consagre a ambas condiciones”, decía; a distancia de Hobbes, Locke y Rouseau, pues para ellos la ley es en primer lugar una suerte de ‘sensibilidad’. “Un acto puro de pensamiento”, que se matiza en facciones que surgen en el debate público. Individuos éticamente iguales (id-éticos), que configuran grupos, “asociaciones parciales de pasiones humanas”, que se toleran, estimulan, reconocen y disputan argumentativa y racionalmente entre ellos; aunque en última instancia, pretenden resolver sus diferencias en la síntesis social de una voluntad general expresada en un contrato que se renueva al infinito. El conflicto surgido de los intereses en pugna, se resuelve de manera absoluta, por la mediación, a través de la representación de la fuerza de todo poder originario. El poder constituyente es transferido a un aparato que se asume unidad de contrarios hegelianos y eternos, que consiguen armonía y reconciliación en el diálogo institucional, facilitado por El Estado burgués moderno y su corolario político: La democracia representativa. El Parlamento, no es más que su expresión materialmente secularizada. Renovar esta fábula, aferrarse a esta mitología, a esta fantasía y confundirla con la esperanza, es el fundamento del reformismo del PPT.

jueves, 20 de mayo de 2010

Parlamento (La Quinta Columna, 20/05/2010)

Locke escribe sobre el Gobierno Civil y allí afirma que “cuando un número de hombres, por el consentimiento de cada individuo, hace una comunidad, con ello convierte esa agrupación en un solo cuerpo, con facultades para obrar como tal, por la determinación voluntaria a la mayoría. De este modo, cada individuo, al convertirse a la forma de un grupo político bajo un gobierno; se coloca así mismo un compromiso para con los otros miembros de la sociedad, de someterse al designio de la mayoría y ser obligado por ella”. Este es el principio del Gran Relato de la tolerancia y el consenso. Es la racionalidad de la política práctica, fundada en el reino de los medios y los fines: La delegación del poder soberano, transferido a un grupo de representantes, que, de ser mayoría, actuarán de buena fe, en nombre de la totalidad general del “interés común” de la ley práctica. Surge una nueva superstición: La legitimidad, reducida al rigor metafísico del número. La democracia pasa a ser un conjunto de procedimientos, una magnitud que dura un tiempo arbitrariamente establecido. Desde La Fundamentación de La Metafísica de Las Costumbres; de Kant, hasta Leibniz, pasando por Condorcet y su afán por converger razón, progreso y felicidad en un solo proyecto inmanente; llegamos a una mala lectura por literal e interesada, de JJ Rousseau y su Profesión de Fe del Vicario Saboyano. Allí se postula, que los legisladores y magistrados deben ser como los dioses o los extranjeros, una suerte de aliens ilustrados “que prefiguren la bondad de dios”; que se eleva como voz o conciencia moral de la sociedad, representada en un Contrato Social. Así, aparece la doctrina del poder del Estado separado de la fuente de toda soberanía: El pueblo. Claro, para su momento fue un avance en comparación con la monarquía. Como es costumbre, dichas ideas fueron sometidas al rigor de la lucha hegemónica, y se impuso una versión inclinada a la derecha, que dejó de lado aquello que como contrapeso, también postuló Rousseau en torno a la propiedad privada como origen de todos nuestros males. El modo de derecha se secularizó en el discurso cívico republicano, y es hoy tradición en la cultura política de Occidente. Opción que se pretende universal y totalitaria en los tiempos que corren. Sustrayendo y eliminando todos los ricos aportes sobre la soberanía constituyente permanente, del poder local y la necesidad de un estado comunal. Ideas que son origen del pensamiento político anarquista y marxista. “Evitemos el poder de un estado que se aleja de los ciudadanos; que sólo convoca para legitimar a los jerarcas, sin crear instituciones comunes que vallan haciendo a estos obsoletos por innecesarios; un estado sin comuna termina en manos de unos pocos, que aplicarán nuevas ataduras al pobre para dar más y nuevos poderes a los ricos, destruyendo irrecuperablemente la libertad individual y colectiva, ahora sujeta al interés del poderoso. El colapso de la libertad natural, queda fijado en la consagración de la propiedad como ley natural; y en la desigualdad como mal necesario. Convierte la usura y la astuta usurpación en derecho inalienable, y, para ventaja de unos cuantos individuos egoístas y ambiciosos, sometió a la humanidad entera, a la esclavitud del trabajo y la miseria a perpetuidad. Al desaparecer la igualdad desaparece el principio de representación, pues sólo quedará representado el que tiene cómo hacerlo y los intereses del representante ya no serán universales”. Esta página de El Contrato de Rousseau, se le perdió al libro que lee la derecha y por eso cree que la representatividad es la única forma de democracia. Nunca entenderán la idea del pueblo legislador. ¿Representantes para ostentar un privilegio, o para ir acabando con la representación y lograr la democracia directa?

jueves, 13 de mayo de 2010

Hablar (La Quinta Columna, 13/05/2010)

La importancia de una palabra queda en la afiliación a ella. Depende de la utilidad o eficacia al lidiar un problema, está en su capacidad para instalarse en lo cotidiano, al interior de las cosas, adaptándose a los cambios de la vida. Piensa Rorty, que “la validez” viene dada por “la manera como una idea se pone en escena y organiza la acción de la verdad” como parámetro en donde oscila aquello que debo dar por cierto. Hablar es hacerles la vida imposible a los demás. Es problematizar las cuatro patas del gato, particularmente si no se ofrece solución. Lo saben los taxistas y los barberos, lo desconocen los políticos que tienen como Biblia al positivismo, el hombre común es un ironista en apuros: Entender, interpretar, convertir el lenguaje en un juego; es conseguirle el otro lado a la cosa, al desacralizar al lenguaje; al dudar de todo y de todos, e inventar fábulas sobre actores y hechos; historias donde se mezcla lo verdadero y lo aparente en el estilo de narrar. “Hay que dar con cierta manera de decir las cosas, la intención sin estilo no conduce a nada”. ¿Sabrá Chávez esta verdad del lenguaje y de allí su éxito? ¿Encontramos en sus opuestos este rasgo? Nos movemos nadando con dificultad en la gelatina cambiante y movediza del mar del lenguaje. Tocado, subsumido y hasta pervertido por el campo mediático. Allí “lo real es lo no verdadero”, todo es del orden del simulacro, la apariencia y la reproducción al infinito. No tener conciencia permanente de esta tragedia humana nos hace insensibles, inefables y desplacientes. Nos pone a pensar que lo que decimos tiene algún sentido, es verdadero, será tomado por los otros al pie de la letra; nos coloca, o más bien nos descoloca, fuera de todo evento, de toda temporalidad y por supuesto, es una certeza necia que no nos hace más felices. Recordemos el “por ahora” de Chávez y sus múltiples pulpos. Cómo la frase, de un hombre vencido, en un movimiento irónico del destino, lo convirtió en voz victoriosa. Profetizar el desastre todos los días, no dota de autoridad ni cambiará la suerte política de los profetas. Es el error del martirologio, esgrimido por la izquierda como principal argumento por décadas. La exaltación del miedo, el dolor, el sacrificio, es poco práctico para las masas y aun más para una clase media hedonista y satisfecha. Chávez hizo fácil ser de izquierda con tan solo comprar en un Mercal o participar en una Misión. Ante esta realidad pragmática, el otro bando vive obsesionado, al borde del delirio paranoico, con “el tirano y la separación de los poderes”, algo que no tiene que ver con los tintes disponibles en la peluquería, ni con los títulos en cartelera. La derecha hace difícil seguirla, saben mucho. Se sienten bien jugando al intelectual incomprendido. Les encanta la sentencia, la pompa y el protocolo. “Hablan bonito”. Son demasiado formales y ceremoniosos. Se toman en serio, cuando nadie en su sano juicio toma a ningún político, o se toma a sí mismo en serio. Diría Rorty, en su estilo provocador: ironía, contingencia y solidaridad caracteriza a esta sociedad cínica y escéptica; dramáticamente contingente en el debate. Los que apoyaban el paro del 2002, hacían cola para beneficiarse de la gasolina que el gobierno compraba al exterior. Otra vez la disputa entre los que creen en una sociedad racionalmente fundada, “y confunden la verdad del Ser con la verdad de la ciencia, en el confort metafísico de lo que no tiene ontología, pero intenta fundamentar las ambiciones”; vs. los que enfrentan la contingencia mediante la espontánea solidaridad (unión de las soledades) ante el sufrimiento. Emociones, prácticas y experiencias, contenidas en un “nosotros”, de un relato común no necesariamente conceptualizable. El socialismo es bueno si concreta el deseo de todos.