jueves, 29 de julio de 2010

República Social (La Quinta Columna, 29/07/2010)

No se trata de mantenerse fiel a una idea de manera religiosa. Debemos situarnos en las urgencias emergentes que la hacen vía práctica. Cabe entonces preguntarse: ¿Es el capitalismo una forma “natural” de organización de la humanidad? ¿Se mantendrá de manera indefinida? O, por el contrario ¿Posee antagonismos suficientemente intensos como para frenar su reproducción? A la construcción de respuestas estamos. Por ahora, saltan a la vista al menos cuanto antagonismos: La amenaza de una catástrofe ecológica sin precedentes; la inadecuación de la llamada propiedad privada en relación con las formas colectivas del trabajo vivo; el surgimiento de un “general intelec” de la sociedad toda (nuevas tecnologías de la información, redes, biogenética, etc.); la aparición de nuevas formas de racismo, exclusión, proletarización del consumo y apartheid, en oposición al surgimiento de nuevos dominios de “lo común”. Hablamos de nuevas sensibilidades, sustancia compartida de nuestro ser social, opuesta a cualquier modo de privatización de la vida cotidiana. Sensibilidades biopolíticas, que apuntan hacia la resurrección de la idea de comunismo. Insistir en la igualitaria idea de la emancipación del trabajo, es entender la naturaleza democrática del comunismo. Desde la antigua Grecia existe una palabra para nombrar la intrusión de los excluidos: Democracia. Pero, ¿Cuál democracia? Una vez un periodista preguntó a Gandhi por ella y el sabio contestó: “Una muy buena idea que el mundo algún día debería probar, a ver como resulta, pero para ello debe incorporarse en todos los asuntos y en términos de igualdad a los hoy excluidos. Será necesario abandonar la dominación de castas y de clases”. Entonces, no importa cómo llamemos al acontecimiento que persigue la realización del ideal eterno de justicia igualitaria, comunismo y democracia siempre terminan siendo sinónimos si hablamos con franqueza. A esta verdad histórica le brincan los reaccionarios, con el argumento de la caída del muro de Berlín y el fracaso del aberrante modelo soviético, por cierto, anticipado por muchos comunistas. Bien podríamos responderles con lo expresado por Robespiere, antes de su decapitación, aquel 8 de termidor de 1794, en su histórica autocrítica, frente la utopía malograda y estrepitosamente fracasada de la Revolución Francesa: “Hemos cometido horrores inconmensurables. Nos dejamos seducir por la ambición y la convertimos en excusa para el terror. Para mí ya es tarde, no podré rectificar aunque he cambiado mis ideas. Sin embargo, el anhelo eterno de libertad, igualdad y fraternidad, seguirá guiando la vida y la esperanza humana. La voluntad revolucionaria sobrevivirá persistente a cualquier derrota. Esperará paciente y resucitará, como un espectral fantasma el día de su gloria. Porque existen, puedo asegurarlo, almas incorruptibles, sensibles y puras; con esa pasión tierna y serena, impetuosa e irresistible; ese terremoto que es tormento y deleite de los corazones justos y magnánimos, que sienten profundo desprecio por la tiranía; ese fervor compasivo por los oprimidos; ese amor sagrado e irrefrenable por la patria, que es amor aún más sublime y sagrado por nuestros semejantes. Ese ideal, algún día alcanzarán la meta gloriosa de la especie humana. Sin estos sentimientos una gran revolución languidece y no es más que un estruendoso crimen que sustituye y destruye a otro crimen anterior. Afortunadamente, he comprobado que en el seno más íntimo de mis compatriotas más humildes, hay una luz maravillosa que llena de esperanzas. Son capaces de dar lo que no tienen, lo comparten todo, cada uno es ser común con el otro. Allí reside la generosa ambición de un mundo nuevo: Establecer aquí y ahora, en la tierra, la primera República Social del mundo”.

jueves, 22 de julio de 2010

Democracia y Comuna (La Quinta Columna, 22/07/2010)

Alguna gente, afortunadamente unos pocos, opone comunismo a democracia. La propaganda capitalista ha sido eficaz a la hora de asociar democracia y mercado capitalista. Toda una patraña, si escudriñamos en las formas monárquicas y autoritarias que dicha formación social prefiere en todo el mundo, antes y ahora. Las expresiones autoritarias son consustanciales al Dictat del capital y a su lógica. El autoritarismo no sólo aflora de cuando en cuando, también está presente en los dinamismos interiores de la división social del trabajo con sus privilegios y jerarquías asociadas al fetichismo de la mercancía (“en el que las relaciones entre personas adquiere la forma de relación entre cosas”). El capitalismo coloca todo bajo el régimen del dinero y el salario, dándole al trabajo una condición inmaterial separada de toda creación. En una revolución, entendida como “la reapropiación y transformación radical, subjetiva y objetiva, de las condiciones de la producción, el intercambio y el consumo por parte del trabajo vivo”; se rompe con la “cosificación”, en términos lukacsianos. Esta es el Marx de los Grundrisse. Aquí habla de la transformación radical de las condiciones del “capital fijo”. Veamos: “El desarrollo del capital fijo indica hasta qué punto el conocimiento social general ha llegado a ser fuerza directa de producción y, por tanto, en qué medida las condiciones del proceso de la vida social misma, ha quedado bajo el control del intelecto general y han sido transformadas de acuerdo con él. Indica, en suma, hasta qué punto, los poderes de la producción social han sido producidos, no sólo en la forma de conocimiento, sino además, como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso de la vida real”. Este es el momento en el que surgen las condiciones de “la democracia radical” de Marx. Cuando el conocimiento general acumulado como parte del poder productivo del trabajador, se hace un “General Intelec”, capaz de unificar la democracia política, la social y la económica, al punto de que ésta se ejerza de manera directa en cada acto de la vida cotidiana. El proceso de producción directa de la vida, puede verse como parte del proceso de producción del capital fijo; sólo que ese capital fijo que ahora se produce, es el hombre mismo. Mientras que en el modo capitalista, el capital organiza su explotación, presentándose fetichizado, asumiéndose a sí mismo como capital fijo contra el trabajo vivo. Desde el momento en que el componente clave del capital fijo es la explotación del hombre mismo, queda socavado el conocimiento social general. El fundamento social mismo de la explotación capitalista es la negación de un “General Intelec”, que de producirse, reduciría el papel que le cabe al capitalista, volviéndolo puramente parásito, al sustraerlo de las funciones de dirección, mando y control. En el capitalismo, el conocimiento es privatizado, separado y jerarquizado, convirtiéndolo en suerte de “renta de la ganancia vuelta sobre sí misma”, impuesta sobre la sociedad toda. Pero, con los medios interactivos globales, la invención creativa deja de ser individual, se colectiviza instantáneamente, pasa a ser parte de “lo común”. Cada vez más, “la propiedad es robo”: Negación de la dirección democrática del trabajo vivo sobre la sociedad toda. Recordemos la lucha por el control del genoma humano: Lo que nos indica el movimiento de lo real, es que las condiciones para el Comunismo, como expresión máxima de la democracia, en tanto que radicalización del control directo sobre cada aspecto de la vida por parte de los ciudadanos, están dadas. Pero no basta con ello, hace falta la voluntad biopolítica de las Multitudes para que democracia, sociedad y libertad sean una misma palabra: Afirmación de la vida y la alegría.

jueves, 15 de julio de 2010

La Libertad (La Quinta Columna, 15/07/10)

La carta de Marx a Arnold Ruge, de 1843, publicada luego en el Deutsch-Franzosiesche Jarbucher, postulaba el comunismo como la suma de todas aquellas prácticas libertarias y anti dogmáticas que apuntalaran el porvenir de “la emancipación del trabajo, como movimiento de lo real en lo concreto; que no precisa apelar a dogmas ni abstracciones. Enunciado de esta manera: “La ventaja del nuevo movimiento estriba precisamente en que no anticipamos el mundo con nuestros dogmas, sino que comprendemos lo que va pasando y de allí inventamos, en cambio, un nuevo modo. Así, descubrimos también un nuevo mundo a través de la superación y la crítica del viejo. Hasta ahora, los filósofos lo creen todo resuelto; han dejado sobre sus escritorios sus ideas abstractas, creyendo que ellas contienen las claves de todos los enigmas y el estúpido mundo imaginado por ellos, sólo tenía que esperar a que palomas ya asadas en el caldo de la sola y única ciencia absoluta, llegaran volando a sus bocas abiertas. Los comunistas no proclamamos principios doctrinarios universales y absolutos, para luego gritarles al mundo: ¡Allí esta la verdad, arrodillaos ante ella! Por el contrario, hurgamos en las prácticas de cada clase para de allí obtener las respuestas”. Más adelante, en 1873, confirmaría su pensamiento al decir que: “La critica de la teología y de la política no puede ser un juego de sombreros, en el que nos quitamos una peluca polvorienta, esperando que nos caiga en la cabeza una peluca nueva. Tan sencillo como esto, los comunistas somos aquellos que apostamos por la práctica de La Comuna, porque no basta con que el pensamiento pugne por realizarse, la realidad misma debe pugnar hacia el pensamiento. Este debe anticipar el porvenir pero no puede imponerlo ni sustituirlo”. De manera que La Comuna no es un deseo o tan solo una tecnología social, es, dice Marx: “La superación de las necesidades de la inmediatez en la esfera cotidiana, a favor de nuevas y radicales necesidades emancipadoras. En eso consiste una revolución radical. La Comuna debe ser el semillero cuando en la sociedad no se encuentran realizadas de manera concreta, tales necesidades radicales. La Comuna es el trabajo en lo concreto, para que la libertad sea la superación de la necesidad”. Más allá del economicismo de algún comunismo pequeño burgués, que postula tan solo la superación de la necesidad contingente, asimilando la noción de igualdad “a cierta forma de distribucionismo que ensalza a la pobreza y se regodea en la miseria y la carencia”, surge Marx: “Hay que ahogar la explotación, superar la apropiación capitalista del valor excedente en la abstracción del valor y entender que la distribución justa es muy necesaria pero insuficiente, pues ella aún está gobernada por los mismos principios del intercambio capitalista inequivalente, medido en mercancías, cantidad y tiempo de trabajo, dado un modo de intercambiar la cantidad y la forma. De manera que la igualdad es tan solo un paso; es la forma embrionaria de la libertad”. Se pregunta uno de inmediato: ¿Qué es la libertad? En el norte de La Paz, Bolivia, hay un grupo indígena llamado Pacahuara. Son una sociedad en donde el único parentesco es el de hermanos, aunque cada quien es cada cual. Tienen como padres a los ríos y como madre un árbol debajo del cual nacen. Se decide en asamblea. Todo es de todos, la producción se lleva a cabo en común y se reparte equitativamente. El conocimiento se transmite de manera abierta. Los delitos comunes se resuelven con trabajo comunitario y viven para organizar fiestas por cualquier motivo. Es curioso que de todo se ríen. Parecen alegres siempre. En una oportunidad estuve por allí. Yo tampoco sé que es la libertad, pero conociendo a los Pacahuara comencé a sentir necesidad de ella.

jueves, 8 de julio de 2010

Afuera (La Quinta Columna, 08/07/2010)

El tiempo del imperio no es un capricho teórico de profetas trasnochados. Es el fruto del movimiento de lo real al interior de las fuerzas del capital. Si algo lo caracteriza, es la subsunción real y formal del trabajo, su disolución al interior de la lógica del capital. Es decir, el evento que coloca al trabajo inmaterial como hegemónico. ¿Qué significan estos dos conceptos? El primero, implica que todos los aspectos de la sociedad quedan subordinados a un solo modo de producción, que ya no sólo es dominante, sino también homogeneizador del mundo de la vida. Se reducen a su mínima expresión aquellos espacios alternativos o distintos a la reproducción del capital. Las relaciones simbólicas que articulan al deseo, quedan ancladas a las discursividades de una suerte de guión. En segundo lugar, la subsunción formal significa que en términos aparentes se mantienen fases independientes, al interior del modo dominante, pero estas terminan siempre recuperadas por la lógica de mercado. Esta tendencia se va haciendo universal y va integrando en una relación sincrónica a las distintas expresiones del capital nacional. Una relación cada vez más universal: Es el capital internacional integrado, tal cual lo planteó Marx. La subsunción asegura al capital el fin del valor de uso, a favor del valor de cambio, y de allíeste horizonte se mueve a la primacía del los capitales de representación, como los juegos especulativos en los mercados bursátiles, por encima de la producción real. Así, cualquier antagonismo que surja en alguna localidad contra el capital, es de la misma manera universal y significa la confrontación con la lógica del capital en su totalidad. De manera que el imperio es la fase superior del imperialismo. Las formas globales del mercado anulan las autonomías, negando cualquier afuera; esta aparente fortaleza, dada por la centralización, se disloca en los momentos críticos, pues la crisis de un sector, afecta los núcleos centrales del capital y arrastra a todo el sistema, afectando particularmente los eslabones más débiles. Esto afianza el carácter global de la dominación, pero también del sentido general e internacionalista de la lucha por la emancipación del capital, vinculando lo local a lo global como nunca antes. La globalización del capital es también la generalización global de la lucha contra el capital. Atreverse a contestar, resistir, construir un afuera, es atreverse a parafrasear las condiciones de posibilidad de un nuevo mundo. El éxodo, la salida, pasa por (corromper) romper con la máquina estatal capitalista, pero hay que ir más allá. Expropiar el poder, por sí mismo no significa nada. Hay que vaciarlo hacia abajo de modo transformado, superando el Dictat del capital, para fundar nuevos lenguajes. Ir a distintas prácticas que hagan otras formas de vida. El gobierno de La Comuna que se hace Estado, implica una tensión permanente y de confrontación; por ejemplo, con las formas burguesas de representación, de división del trabajo, sus privilegios y jerarquías asociadas. Esto pone en vigor de manera renovada, el debate sobre Potencia y Poder; es decir, actualiza y cualifica la naturaleza permanentemente trasformadora y fundadora del poder constituyente, ahora enfrentado a las formas constituidas de la propiedad, a favor de inéditas manifestaciones del trabajo vivo del movimiento de lo real en lo común; es precisamente allí en donde habita y se alimenta ese poder. Allí, en esa ruptura, entre las formas de la propiedad privada, constituida como poder y la emergencia de la nueva forma de objetivación de la clase, devenida en sujeto, surge La Multitud de lo común. Allí se oye crujir al capital. “La Comuna” es entonces, la consigna que genera el paralelaje, lo que articula la nueva Hegemonía.

jueves, 1 de julio de 2010

Común (La Quinta Columna, 01/07/2010)

La crisis económica que estalló en 2008, se va convirtiendo en crisis política. Huelgas en toda Europa, acompañadas de distintas formas de resistencia y desobediencia civil; a lo que se suman pequeños estallidos aquí y allá. Así como los medios desdeñaban, minimizaban y ridiculizaban el cambio climático por considerarlo apocalíptico, ahora, producto de la contundencia de los acontecimientos, se ven obligados a considerarlo. Del mismo modo, la actual crisis comienza a impactar la conciencia universal y reordena las visiones del mundo, poniendo las cosas en su lugar. El debate se torna disyuntivo: Remozar el capitalismo o tomar una vía distinta. Este debate actualiza la discusión sobre la pertinencia de la construcción de un nuevo socialismo. Hace apenas unos años, criticar las desregulaciones, las privatizaciones, la reducción del Estado, así como sus alcances y competencias, era herejía, un disparate para la academia dominante y la mayoría de los grandes medios. ¡Oh sorpresa, Dios sea loado! En días recientes, luego de algunas medidas tomadas en EEUU, para controlar el mercado financiero, Newsweek titulaba con ironía: “Ahora todos somos socialistas”, no sin poner en tela de juicio la autoridad y autonomía del capital financiero. El prestigioso medio norteamericano, aceptaba la necesidad de adoptar controles y regulaciones estatales “de corte keynesianos o socialistas”. Propiedad privada o estatal, decía el comentario, “eso sí, sin llevar las cosas demasiado lejos y llegando a la propiedad común. Eso sería comunismo”. No es sólo el cinismo, también la corrupción del lenguaje, que intentan encubrir, el temor de los medios, a la pasibilidad de que las cosas cambien. No contentos con envilecer términos como “democracia”, “libertad”, “ciudadano”, etcétera, han convertido la idea de comunismo, en una anti-frase. Especie de monstruo maldito al que hay que exorcizar y persignarse al escupir, apenas pronunciada esa palabra. Alrededor de esto, Michael Hardt nos dice: “Hay muchas razones que tornan vigente la idea del comunismo. La composición actual del gran capital y las condiciones de los mercados además de toda la producción y circulación de mercancía a gran escala; alteró y aceleró la composición técnico-orgánica del trabajo. La revolución científico-técnica, confirma esta tendencia, volcando la lógica despótica de la fábrica a la sociedad toda. Esto lo demuestra la forma como se produce y consume dentro y fuera del lugar de trabajo. Se ha borrado la anterior tenue frontera que separaba ambas dimensiones. Esto genera la recomposición de la función productiva, asociándola de manera melliza al consumo, ampliando el horizonte de pertenencia del obrero, a la condición del consumidor. Se trata de dos prácticas en clave de una misma lógica, que paradójicamente masifican la relación común, haciéndola cotidiana. ¿Qué producen y consumen las personas y en que condiciones? ¿Cómo está organizado el consumo y la cooperación productiva? ¿Cuáles son las líneas divisorias que separan funciones y tareas? ¿En qué consiste la división técnica del trabajo y las jerarquías asociadas? ¿De ser abolidas las relaciones de propiedad, cambiarían las condiciones de la producción y del trabajo? ¿Cambiarían con ello las formas inmateriales de producción bio-política de la hegemonía? Al responder estas preguntas, nos contentamos en asegurar, que están dadas las condiciones para el comunismo ya, pero no el de experiencias anteriores. Un nuevo comunismo fundado en la persona y la comuna”. La contradicción sería entonces entre lo común y las otras formas de propiedad. Ya lo decía Marx, “vivir como comunistas, es hacer la vida en común, esto va mas allá de la frase. El socialismo es la práctica cotidiana del comunismo, como movimiento de lo real”.