jueves, 26 de agosto de 2010

La vIda cotidiana (A Primera Vista, 26/08/2010)

Marx pone de relieve la diferencia radical entre la producción social comunal y la capitalista. En respuesta a Adam Smith, quien ensalza el papel del dinero, en tanto que “mercancía general”, eternizándolo, más allá de su carácter históricamente establecido por la economía política burguesa y por ello, también superable; el autor de El Capital expone lo contradictorio de la idea de “intercambiabilidad general”, pues reduce todo lo existente a valor de cambio. “Una noción evasiva en las condiciones de la sociedad mercantil” y su relación con los valores reales, haciendo todo abstracto y arbitrario. Entonces expone las condiciones nítidamente constantes que van surgiendo y que garantizarían la superación del régimen del dinero: “El intercambio de actividades, de dinero, de valores y de mercancía forman pate de una misma mediación e idéntica relación”, nos dice. Si se presupone que la producción es comunal, entonces se planifica para producir bienes que serán colocados en toda la comunidad. La forma como se produce y se distribuye, así como la relación con la tecnología y sus lógicas. Este es un importante punto de inflexión en la teoría marxista. De este modo, crea las condiciones para la posterior crítica iniciada por La Escuela de Frankfurt alrededor de La Razón Técnica, devenida en Razón Instrumental; en donde el reino de los medios termina por sustituir al universo de los fines. Es decir, el debate sobre la lógica en donde la acumulación y el lucro se convierten en fin en sí mismo y que consiste, en que toda la economía esté planificada, sobre la base de que la producción debe ser mediada inevitablemente por el mercado. La Comuna de Marx, por el contrario, es un cambio de lógica, es otro registro, otro modo de producir la vida material y espiritual de la gente. La comunidad es la base de la producción y no el mercado, entonces el trabajo queda liberado porque se realiza desde y para sí mismo. “A cambio, el trabajador no recibirá un producto específico y particular, como el dinero; será de cada cual según sus capacidades, sus necesidades y su trabajo”. El trabajo se irá vaciando del contenido que tiene ahora, asociado al valor de cambio, las jerarquías y los privilegios y se crearán las condiciones para la igualdad real. El carácter cada vez más social de la producción, facilita la participación del trabajo, en términos de igualdad, en el mundo de la producción y del consumo, para que cada quien pueda tomar lo que le sea necesario. Por eso, Marx hablaba de que el Comunismo es el momento en el que “el cuerno de la abundancia se vacía por igual sobre la sociedad toda”. Las claves de el Comunismo, están presentes en las prácticas colectivas cotidianas, la cooperación, el amor y lo común. Pero no se trata tan sólo del ejercicio de una voluntad ético política, el Comunismo es, en primer lugar, el resultado de las condiciones materiales “producto del movimiento de lo real”. Advierte I. Mészáros que “la revolución socialista no pode ser concebida como un acto único. No importa cuan radical es su intención. Debe ser consistentemente autocrítica, es decir, una Revolución Permanente. Así, el objetivo real de la transformación socialista-más allá de la negación de El Estado y las personificaciones de El Capital- sólo puede serlo el establecimiento de un orden metabólico social alternativo autosuficiente Un orden del cual el capital, con todos sus corolarios, ha sido irreversiblemente depuesto, mediante la apropiación positiva y el mejoramiento progresivo de las funciones vitales del intercambio metabólico con la naturaleza y entre los miembros de la sociedad por parte de los propios individuos autónomos”. Para Marx, el socialismo es, “el reino de la libertad que siembra de comunismo a la vida cotidiana”.

jueves, 19 de agosto de 2010

Acción Directa (A Primera Vista, 19/08/2010)

En su crítica a Lukás (Historia y Conciencia de Clases), István Mésáros habla de un socialismo que sea abolición de la propiedad privada de los medios de producción; “una adecuada imagen de la totalidad”, al liquidar su efecto de superficie: La división jerárquica del trabajo. Esto no se logra por la creación de nuevas formas abstractas de propiedad, como la propiedad estatal, donde los trabajadores son meros acompañantes del proceso; sino apostando por un nuevo modo de producción. Se aproxima a Gramcsi, al postular la necesaria revisión de la experiencia de las comunas y los consejos obreros, entre los que destaca El Bienio Rojo de Turín, de 1920 al 23. El socialismo es, para él, una visión de la totalidad por medio de la acción directa de los trabajadores, en la posesión de la propiedad en términos de Marx; además de la producción, el control, y la decisión; a partir de la posesión (que no la propiedad, ahora en manos de la sociedad, léase bien) efectiva de los medios de producción, para la abolición progresiva pero inmediata de las jerarquías y la división del trabajo. Esto quiere decir, generalización de las tareas, reducción de la jornada, planificación centralizada, pero con participación democrática directa por parte de los trabajadores de La Comuna. “Dado que el objetivo de la emancipación socialista, es la superación radical de la división social jerárquica del trabajo, importa muchísimo cómo pueden las formas de mediación material transicionales, emprender de manera efectiva la tarea de reestructurar el marco metabólico de la sociedad postrevolucionaria”. Así comienza I. Mésáros, el capítulo 19 sobre La Comuna y La Ley del Valor, en su libro Mas Allá del Capital. Advierte: Un fracaso en la puesta bajo control de las fuerzas que reproducen los inocuos parámetros estructurales del capital y su régimen de toma de decisiones jerárquica, condena al socialismo, en el mejor de los casos al estancamiento y al fracaso. Se pregunta: ¿Puede la fábrica ser vista bajo la visión positivista de una supuesta y pretendida “neutralidad técnica”? ¿La empresa capitalista y su lógica, puede producir en y para el socialismo? ¿Cambiar la propiedad privada hacia propiedad estadal es garantía de socialismo? ¿La tecnología obedece a un principio metafísico de “libre intercambiabilidad”? ¿En que consisten entonces las nuevas relaciones sociales de producción? Se responde, que la lógica del socialismo soviético es perversa y profundamente burocrática, porque asegura que la transición se mantenga indefinidamente; y que la lógica burocrática de la división técnica y jerárquica del trabajo, quede intacta en el mundo de la producción al filtrarse completa hacia el partido. La crítica de Mésáros se extiende al texto de Lukás, Presente y Futuro de la Democratización. En donde, según Mésáros, confina la transformación revolucionaria del modelo productivo, “al asunto de una categoría metafísica: La división realista del trabajo entre Estado y Partido. Este es el origen de las elites burocráticas en los socialismos fracasados del Bloque del Este. Allí se puede ser capitalista en la producción y socialista en el reparto; garantizada la operación por la ética de los funcionarios y la dirección vigilante del partido”. La visión de la lógica capitalista bajo el espejuelo de una pretendida “neutralidad técnica” de las fuerzas productivas, hace ininteligible la totalidad del proceso; triunfa el particularismo, al reproducir a perpetuidad la división del trabajo, parte esencial de la producción de Valor de Cambio. Esta miopía apuesta al Estado y deja de lado al Marx de Los Grundrisse: “La organización del trabajo directamente general de La Comuna, convierte en irónico seguir hablando de trabajo en donde hay actividad humana libre y general”.

jueves, 12 de agosto de 2010

Historia de La Libertad (La Quinta Columna, 12/08/2010)

Una idea, es una operación intelectual que media entre lo real y lo simbólico, articulando estratos discursivos, síntesis, acontecimientos, re-flexiones, pliegues. Se sitúa donde es necesaria una explicación. Es eficaz siempre que pueda instalarse en la fractura de lo concreto, para dar cuenta de un problema durante un arco de tiempo. La idea de comunismo, vive instalada como virus o dispositivo de resistencia, al interior de la lógica del capital. De allí su vigencia. Por eso, corre el riesgo de contaminación inmediata cada vez que se despliega. Siente la tentación de hacerse un programa, abandonando su carácter utópico. Abarca un debate que recorre la fibra espesa de la contradicción de base de la sociedad del capital: Explotación vs emancipación; y en este sentido, despliega una paleta de matices que van desde el agrio dogmatismo milenarista de redentores cruzados, que actúan investidos por el espíritu de la historia y a nombre del proletariado, hasta tímidos y rosados socialdemócratas, que se exaltan atemorizados, ante la sola posibilidad de materialización de algo que huela a comunismo. De manera que ni la idea, y mucho menos la práctica del comunismo puede quedar reducida a la experiencia del periodo soviético ruso. La lucha por el derecho al voto, los derechos civiles, la igualdad política de la mujer, los sindicatos, la jornada laboral de 8 horas, la lucha por la paz y cientos de otras banderas democráticas, son el resultado de la idea de comunismo. Las luchas democráticas son constitutivas de su Real, no una casualidad aleatoria. Esta relación entre democracia y comunismo, entabla un dialogo con su posibilidad hoy y ahora. Dice Alain Badiou, que: “El devenir verdad de una idea, es, “in fine”, su puesta en escena. La experiencia de lo real es la práctica, pero no se reduce a ella. La práctica es tan solo un protocolo de entrada a nuevas formas de existencia de una idea, hasta adoptar dimensión política y legitimidad en sus procedimientos de verdad”. En su libro El Estado y La Revolución, Lenin habla de El Estado como acontecimiento. Siguiendo a Marx en este punto, y continuando con lo dicho en sus Tesis de Abril, se cuida mucho al repetir que, El Estado que sobreviene con La Revolución, es El Estado de la extinción de El Estado. El Estado como la organización que garantiza la transición al no Estado. Digámoslo con Lenin, “Un Estado cuyo fin y esencia es extinguirse”. Entonces, la idea de comunismo se sustrae de todas las anteriores, porque proyecta el poder de El Estado, a La Comuna, liquidando en este trance, a la propia forma Estado. Esto es lo que se conoce como: “El momento de la transición”. De allí también la necesidad de un partido. Uno que se reconozca en sentido histórico, pero también en su carácter efímero. El partido-Estado solo puede ser entendido acaso, como un gesto transicional, una ocasión, y nunca como un aparato expropiador de la voluntad. Por supuesto, que no se trata de una operación simple que puede llevarse a cabo de un momento a otro, por capricho o pura voluntad. Su materialización puede llevar muchos años. Precisamente por eso, cada política debe tener el sello de clases de la extinción del viejo Estado y el fortalecimiento de la forma Comuna, como nueva figura histórica de la potencia de una también nueva subjetividad. Llevar a cabo una idea, lo denomina Badieu, “procedimiento de verdad”. De manera que la idea de comunismo no es más que el ejercicio práctico de su propia verificación en La Comuna, “forma política de la emancipación social”, diría Marx. En donde la única “autoritas”, es el propio movimiento del trabajo en su auto emancipación. Fin de la historia como historia de El Estado. Comienzo de una nueva historia, la historia de la libertad.

jueves, 5 de agosto de 2010

Los iguales (La Quinta Columna, 05/08/2010)

La idea de Comunismo es difícil de rastrear. Sin embargo, las investigaciones hablan de dos fuentes posibles: El cristianismo primitivo y otro punto de partida no menos cristiano, las misiones jesuitas de 1.600, asentadas en lo que hoy es la frontera entre Uruguay, Brasil y Paraguay. Se trata de un término que ha corrido la suerte de ser una expresión recurrente en las luchas de los oprimidos de todos los tiempos. Pensemos por ejemplo, en las kooinónias (o colonias) espartaquistas surgidas de los pueblos bárbaros al margen del gobierno de Roma; o las koimas y communitas organizadas en la baja Edad Media, por los socii, para la explotación común de la tierra. En el s. XVIII, el término aparece en el libro, Las Formas de Gobierno, de Victor d`Hupay de Fuveaur, escrito en 1785, 4 años antes de La Revolución Francesa. El texto influirá años más tarde, a Gracchus Babeuf, quien fuera uno de los líderes de la insurrección de La Comuna de París. En su autobiografía afirma, que “esta forma de gobierno ha sido efectiva en distintos pueblos de Sudamérica. Allí trabajan juntos en la mañana y juegan por la tarde”. Esta frase es casi idéntica a una utilizada por Marx en La Ideología Alemana. Babeuf es quien plantea rasgar la bandera francesa y quedarse solo con la franja roja que representaría la sangre del pueblo llano. Asímismo, empleó varias veces la palabra “comunión”, “común”, “comunidad” y “comunismo de los iguales”, para definir el gobierno democrático, ejercido directamente por la gente, recogido en “La proclama de los iguales de La Comuna de París”. Se trata de una palabra compuesta: Es como decir, uno con el otro. “Con y unión”. Es un asunto de etimología pero también de ontología, refiere a una paridad. Un estar con otro, lado a lado. Afirma Jean Luc Nancy, historiador de etimología de términos antiguos, que se trata de una multiplicidad: “Es un uno y otro uno, sin lados y sin partes. Es como decir “conmigo, contigo”. Una juntura, una unidad, salto hacia otra cosa. Dicho en términos de Heidegger, un “mit, co” existencial. Kantienamente hablando, es un estar aquí al lado, con y en términos de iguales en un “ser de nosotros”, colectivo”, y en ese sentido, un ser con otro común”. Marx tomó la idea, para postular un modo de producción de la vida colectiva más allá de la posesión y de la propiedad individual; como una vivienda, por ejemplo. Separando lo que de suyo es necesariamente individual de lo que debe ser colectivo, “allí donde la propiedad sobre la producción aísla y restringe al interés egoísta”. Marx hablará de la posesión que es propia del individuo “que podemos llamar persona”, enfrentada a aquel modo que se “a-propia” del trabajo ajeno por medio del salario, exprimiendo la fuerza existencial transformada en mercancía; “lo que separa nuestra condición individual de nuestra condición común, al enajenar ambas al interés privado de otro”. Se refiere así, a la singularidad de lo privado, que niega la dialéctica privado-común. Ahora bien, no se trata meramente de una cuestión de significante y significado. El significante generalmente es vacío y flotante. Se va llenando de contenido en el aquí y ahora. El signo es un paquete abierto al intercambio en el devenir-acontecimiento de su transcurrir mundano. Va y viene de reenvío. Por eso, se trata de asumir el compromiso: ¿Qué hacer del comunismo en adelante? ¿Cómo recuperar positivamente y en términos libertarios, la carga histórica de errores, aplastamientos, maravillosos aciertos, de las distintas luchas heroicas, de al menos 300 años de historia del proletariado? Entonces, el comunismo es Significación ante todo. Es historia abierta, hacia adelante. Mira hacia atrás para contemplar aquello que fue, lo que debe ser superado. Recupera la libertad.