jueves, 25 de marzo de 2010

Lo Indecible (La Quinta Columna, 25/03/2010)

Lo indecible también constituye a lo que debe ser dicho en términos genéticos. Está presente al interior del lenguaje, como un virus latente en una célula, mutando su ADN. Lo indecible no es la incompletitud o la deficiencia. Es más cercano a la experiencia que a la palabra. ¿Pero cómo decir lo que no ha sido vivido? No es lo que sobra o lo que falta. Es lo que no está, lo que no cabe. Lo que se escapa cuando quiero decirlo. Por eso, aquel que habla siempre es esquizofrénico en relación con lo que dice. ¿Habré domesticado las palabras, al punto de decir lo que quiero comunicar? O por el contrario ¿La genealogía de la realidad social desborda por todos lados a lo que quiero decir? ¿Podemos seguir considerando que el cuerpo despótico de las reglas gramaticales, sus presupuestos y atribuciones, es decir, el régimen de visibilidad y enunciación es tal que no deja zonas de umbral y obscuridad? O en otras palabras, ¿Hablé claro? ¿Pueden las palabras, dar cuenta de las relaciones opacas y poco superficiales de la bruma evanescente de los confines de Lo Otro? En el caso del discurso político ¿Este contiene la energía y la corporeidad suficiente para navegar con éxito por las corrientes, los rápidos y meandros del torrente del deseo social? Freud llamaba a la conexión entre la palabra y el deseo, “emoción delirante”. El momento en el que la promesa, el fáustico falso per formativo, contenido en lo por venir de la palabra, toma al cuerpo y al deseo pregnándolo de “esperanza”. Por eso, el entusiasmo es “la fiesta” que se metamorfosea en la lealtad y la adhesión que se produce como recompensa. En un estadio, todos somos amigos cuando va ganando el equipo. Así, la promesa, como el horror, se pega como un tatuaje al cuerpo dionisiaco, que es también del dominio de lo indecible. Lo indecible es, paradójicamente, del orden de la decisión y organiza la acción. Todos se inhiben ante la falta de entusiasmo. Lo contrario a la alegría no es la tristeza, es la cotidianidad. Los grandes sueños humanos se llevaron a cabo, cuando la urdimbre de la historia mínima de la vida cotidiana de cada quien, consiguió significado en la trama de un discurso común, que hizo cuerpo biopolítico con el deseo de la multitud, creando zonas acogedoras de identidad y paralelaje, en donde el Yo cede su puesto a favor del otro, es decir, en función del placer de estar juntos. Fin de lo imposible. Esta es la diferencia entre una convocatoria que se llena, con la que queda vacía. Los que siguen buscando a dios debajo de la alfombra del lenguaje, se equivocan. Dios está en lo que queda, es el residuo de la emoción. Por eso, siempre, hay algo por decir. También por eso mismo, su paradoja: No es necesario decir demasiado. Nadie escucha, desea. ¿Será unidad, candidatos y parlamento representativo lo que reclama el bullicioso silencio de las multitudes? “¿Qué demanda tu indiferencia, cómo pudo decir una frase a tu silencio?” Decía Verlaine. Borges, en este mismo sentido se desanimaba: “Palabras, unas cuantas palabras y has olvidado las palabras”. A veces se habla en lengua extranjera. El secreto para llegar a la sensibilidad política de “las sombras de las mayorías silenciosas”, tal vez resida en escuchar lo que “el silencio delirante”, tiene por decir. “Deleuze habla de la fluidez, del deslizamiento rápido del deseo de un registro a otro, pues detrás del silencio hay mas explicaciones y demandas que preguntas. Invoquemos por un momento la genealogía del acontecimiento, que pone en escena otros enunciados: La emergencia de otra manera de decir las cosas: 27-F; 4-F; 13-A; y cuántas otras fechas que nos dicen cómo habla el silencio, cuál es su humor una vez que se expresa. ¿Será que de vez en cuando hay que sacudir la alfombra para que el silencio transfigure emoción y goce en un grito?

jueves, 18 de marzo de 2010

¿Qué significa? (La Quinta Columna, 18/03/2010)

Deleuze recomienda a la hora de leer un libro, o cualquier otro estrato del mundo, tener presente que no debemos buscar el significante y mucho menos el significado de las cosas. No hay que preguntarse qué quiere decir un texto. “Hay que instalarse en las potencias, en las conexiones, saber identificar qué energías deja pasar aquí o allá, determinado encuentro de conceptos capaces de producir tal o cuál significado”. Significar está estrechamente ligado al hecho de producir instantes acontecimientos de tal magnitud que sean capaces de ser reconocidos como parte de lo real. Lacan decía, que un Real, es aquello que no admite otro significado y que desde allí organiza el significado de los demás conceptos. El resto es parte sobrante, es significante vacío, es decir, suerte de recipientes simbólicos que, como una copa esperan ser llenados. Mientras tanto, parasitan de su significado anterior por precario que este sea, como una tasa de café que en el fondo conserva un residuo. Esta marginal existencia residual es parte del envejecimiento y deslegitimación natural del contenido o significado que van dejando, como el desorden que queda en la cocina después de una fiesta, toneladas de trastos y peroles en donde podemos identificar de qué salsa o pastiche “estaba hablando” tal o cuál utensilio, cuando se encontraba actuando a pleno vigor. De manera que los signos son estructuras abiertas y flexibles de recambio y reenvío, que como parásitos, buscan estructuras discursivas que les actualicen y les devuelvan la vida, a fin de poder sobrevivir a la tiránica relación significante significado. De manera que el significado de las cosas está en su la arqueología y simultáneamente en el devenir de su día a día. Se puede decir que las cosas no son, sino que van siendo. Así, todo significado, cuando entra a jugar al ruedo de lo social, se contamina y se hace inmediatamente ideológico. Entonces, empieza a formar parte de algún campo de representaciones que lo reclame o recupere para conectarlo discursivamente. Creencias, argumentos, aparatos, rituales y procedimientos forman parte de las líneas de visibilidad y enunciación de un significado. Por eso, hoy, un nombre, como cualquier cosa, puede significar algo y mañana su contrario. El significado que logre llenar un significante vacío o flotante, es aquel que sobrevivió a la prueba, a las operaciones de la economía política de las palabras y el silencio, al tsunami de los tiempos de lo que debe ser dicho o es mejor callar; a la deriva de fuerzas que tensan y jalan la línea de un orden de delimitación, enunciación y visibilidad. Es la lucha por el control hegemónico de la realidad, que conduce a una cierta comunidad, a cerrarse al rededor de un consenso en torno a un Real, que puede ser tan fuerte que gobierna todas las demás relaciones. Tal momento, es el de la equivalencia que destruye la proliferación de cualquier sentido suelto; allí surge el significante amo, que nos permite decir: “Esto es verdadero”. Es decir, “lo que queda instalado en la moralidad gruesa de las cosas”. Entonces, hacer política es perseverar en lo que consideramos un saber, por pequeño que sea el espacio que ocupe. Lo deberían saber los políticos a la hora de establecer sus estrategias, antes de montar el potro de las pasiones y las ambiciones, para así adelantarse a lo que podrían ser los futuros probables que depara el porvenir. Pongamos dos ejemplos: ¿Qué significaba Obama antes y ahora, después de las elecciones de EEUU? ¿Qué significó Carmona y Ortega antes del golpe y después del paro? No se trata entonces de ocupar una que otra plataforma táctica. Podríamos cambiar un nombre por otro. Hay que saber, dijera Biardeau ¿Qué es lo que hablar quiere decir? Para tener claro cuando, de qué forma, desde qué significante y adherido a cuál significado.

jueves, 11 de marzo de 2010

El Entusiasmo (La Quinta Columna, 11/03/2010)

Incienso, fruta, tabaco y dinero para honrar a los muertos. Se lanzan dos monedas, las mismas con las que se lee el I-Ching, si alguna cae fuera de un platito colocado sobre la tumba, es porque el muerto sonríe. Así celebran en Vietnam por estos días los 35 años del fin de la guerra imperialista americana que dejó 3 millones de muertos, 300 mil desaparecidos, 100 mil muertos después de la guerra por la explosión de bombas enterradas; pues sobre este país se lanzaron casi 10 millones de toneladas de explosivos y napalm; mucho más de lo que fue derramado sobre toda Europa durante la segunda guerra mundial. Ostentan el record del lugar del planeta más bombardeado nunca jamás. Pero además, también debe lidiar con 2 millones y medio de personas afectadas por las dioxinas, sustancias altamente tóxicas, que producen terribles mutaciones y la muerte por cáncer. Tim Peit, fotógrafo norteamericano en Vietnam durante la guerra, afirma que el pueblo vietnamita fue y sigue siendo expuesto al horror de una guerra que tienen que seguir librando cada día, pues sus efectos aun se sienten. “Padecieron más allá del horror mismo”. Unos 140 mil soldados del norte, acompañados de milicianos del Viet Cong (voluntarios del sur), protagonizaron el 30 de marzo de 1975, la batalla de Danam, provincia cercana a Saigón, la capital. Liberando también La Playa Roja, que 10 años antes habían visto desembarcar al primer contingente de tropas norteamericanas, de los 500 mil que invadieron ese pobre y pequeño país asiático. Después rodearon Saigón y contemplaron el tristemente célebre espectáculo de los soldados americanos, abandonando los modernísimos tanques Sherman y Paton, quitándose el uniforme y corriendo desnudos hasta su embajada. John Valdez, cubano gusano de Bahía de Cochinos, luego asimilado como marine en Vietnam, asegura que la rendición incondicional del gobierno títere y el abandono a su suerte de miles de funcionarios colaboracionistas por parte del Imperio, forma parte de la derrota más humillante que han sufrido los Estados Unidos. Por su parte, Vó Nguyén Giáp, conductor militar de Vietnam del norte, dice en sus memorias: “En la primavera de 1975 nuestro pueblo y su ejército avanzó como un monzón, coordinando ataques y levantamientos. Luchamos heroicamente con rapidez de relámpago, temeridad y sorpresa para el éxito seguro, logrando la victoria en tan solo dos meses, cuando habíamos planificado una ofensiva que creíamos nos llevaría 3 años”. Después de 35 años, este pueblo no pierde el entusiasmo, recuperando 2 tercios de su territorio afectado por las bombas sin estallar y por el Agente Naranja. Desarrolla la industria pesada y construyen desde supertanqueros hasta satélites. Un grupo de periodistas europeos invitados se asombraba la alegría de este pueblo a pesar del trauma y las secuelas de la guerra. A Jholva Ramírez, española, le costó entender a una juventud que trabaja todo el día, luego va a las universidades y después la emprende de farra casi todas las noches, para regresar al día siguiente a la faena con el mismo entusiasmo. Esta periodista preguntó a Ting Hog Lie, una muchacha de 21 años, cómo lograba tal Azaña. La respuesta fue: “No somos americanos. Somos vietnamitas, budistas y comunistas, sufrimos sólo lo necesario. Vivimos instalados en la alegría. Ese es el legado de la guerra. El espíritu de Ho Chi Min. Tenemos que levantar la economía y recuperar al país. Para mí, ese deber es una fiesta”. Es también tiempo bicentenario y de revolución latinoamericana. Ojalá nos sirva el consejo del presidente poeta, el Tío Ho: “Una sola y clara consigna que mantenga al pueblo alegre, entusiasmado y movilizado para la acción. Para que no se desmoralice ni en la más cruel derrota”.

jueves, 4 de marzo de 2010

El Voto (La Quinta Columna, 04/03/2010)

“Luchas, poder, victorias, hegemonías plebeyas, son conceptos que resuenan y resumen las tendencias de la vida política del continente latinoamericano durante la última década. La izquierda durante mucho tiempo esperó liderar insurrecciones armadas que llevaran al socialismo. Pero lo que tenemos ahora son grandes sublevaciones que, utilizando la institucionalidad burguesa tradicional, reconquistan la democracia y el voto, para desde allí, conquistar derechos populares postergados por siempre”. Así comienza Emir Sader su libro, El nuevo topo: los caminos de la izquierda latinoamericana. Un documento que pretende colocarse en el terreno para comprender “el movimiento real que se desenvuelve ante nuestros ojos”, como dijera Marx. Sigue Sader: “Asistimos al momento que nos permitirá impulsar las articulaciones y organizaciones necesarias para que no se pierda el entusiasmo y la potencia; para que el pensamiento devenga en hechos de una estrategia de poder”. En este contexto, la vía electoral, considerada por muchos una ventana táctica, devino movimiento estratégico para la acumulación de fuerzas, el acceso al gobierno y la lucha por el poder. Lo electoral se ha convertido entonces, en cada momento, en suerte de bisagra que marca y periodiza cada momento y movimiento táctico. De manera que no podemos subestimar las coyunturas electorales, hasta que no logremos salir de la forma y la legitimidad que desde allí se produce. Ahora bien, el voto y una mayoría siempre precaria, temporal y circunstancial; no es una panacea que nos conduce directamente a la construcción hegemónica. Así mismo, la costosa búsqueda del voto no puede descansar solamente sobre la voz potente de “la multitud monstruosa”, diría Negri, antropomorfizada en la rostricidad del líder. Hace falta sobre todo, una nueva ontología ético-política que funde y cualifique una ciudadanía radical. Es decir, que sirva a la autoconstrucción que gestiona modos diversos de una también nueva subjetividad política. Jacques Ranciére habla de una subjetividad que muestra cuantitativamente su cualidad, que no es otra, que la introducción del conflicto como parte constitutiva de la transformación social; esto es, “la introducción por parte de los sin rostro y sin voz”, de un rostro y una voz, que va más allá de la negociación, los intereses y las cuotas de poder. La propuesta electoral revolucionaria no puede parecerse ni en la forma, ni en el contenido a las opciones tradicionales de la derecha. Esto significa un esfuerzo por superar lo subalterno a favor de lo programático y lo estratégico. Implica que aquellos finalmente encarnen el rostro y la voz, dentro de las reglas del juego de la representación, sean la síntesis de una tradición, una experiencia y un compromiso que garantiza la superación del momento representativo, a favor de cada vez más elevadas formas de democracia directa. Para que el pueblo deje de ser una ficción de la metafísica discursiva del ideario político burgués, éste tiene que ser construcción hegemónica. Para ello, lo electoral debe superar “el voluntarismo sustantivo”, que habla de pactos y alianzas que sólo interesan a los cenáculos partidistas que desprecia los liderazgos naturales de colectivos y localidades. Es decir, hay que entender que los pactos y las alianzas tienen que ser, en primer lugar, de carácter social, apuntando en la dirección de la unidad del pueblo, por encima de los intereses grupales o partidistas. Fundarse y postular la estrategia electoral desde allí, implica valorar la fuerza del trabajo local y en lo pequeño, llevado a cabo por comunidades y luchadores locales, acompañado por figuras de referencia regional, quienes muchas veces, desde fuera del partido y el Estado, han logrado impulsar experiencias alternativas o apoyar la consolidación de espacios de poder de nuevo tipo.