jueves, 14 de agosto de 2008

Ética mafiosa (La Quinta Columna, 14/08/2008)

El horizonte de la política con “P” mayúscula, encuentra en la ética su lugar central. La ética es también una sensibilidad que demanda la revisión continua de los sujetos parlantes, sus prácticas y juegos de lenguaje que dan fruto a las interacciones discursivas que justifican la naturaleza última de los acuerdos. En este sentido Ernesto Laclau se pregunta: “¿Por qué las acciones sociales, para que sean legítimas, deben ser siempre concebidas de manera que a todas luces se presenten, en términos racionales, como solución a demandas, como realización de las aspiraciones colectivas, como finalización de un conflicto o como abolición de los particularismos en función de una nueva totalidad? Según Julia Barragán, no podemos alcanzar arreglos institucionales normativos estables, sin precisamente, asumir el acatamiento a una autoridad normativa común. Esto supone obedecer a las restricciones del comportamiento que imponen ciertas reglas racionales libremente asumidas por los distintos actores y sus intereses en pugna (lo llama paradoja de la autoridad). Cuando tales razones no existen y priva el interés personal o grupal, con arreglo a fines pragmáticos, entonces sobreviene el surgimiento de normas alternas y encubiertas que convierten a los acuerdos en meros esqueletos vaciados de órganos y carne. La Teoría de la Decisión llama la atención sobre el uso de “caminos verdes” distintos al común acuerdo cristalino, en el sentido de dar una respuesta adecuada a la pregunta: ¿Por qué la necesidad de una autoridad, unos acuerdos y una justificación ético normativa para orientar con éxito la acción? La actitud complaciente de los medios no logra enmascarar el escándalo bochornoso en el que ha concluido la “unidad de los factores democráticos” (léase oposición). Basta con contemplar su puesta en escena para percatarnos de que estamos en presencia de lo que sería el mejor ejemplo de la relativización de la exigencia ética como base de cualquier acuerdo normativo. Allí no cuentan, como diría Lipovetsky, con un “Ombusman ético-político”, que garantice y sancione, dentro de un clima de confianza, el cumplimiento del contrato social, base de los acuerdos que asegure los objetivos futuros a partir de la “fidelidad de marca y la lealtad de los clientes”, utilizando términos de mercado técnica que tanto gustan a la derecha. El protagonismo inspirado, en el mejor de los casos, en “el individualismo liberal responsable”, soslaya la necesaria confianza mutua entre grupúsculos y tendencias, lo cual convierte cualquier reunión por la “unidad” en un lugar para el calculo mezquino, y de allí en un encuentro entre taures de poker, los que además, no conformes con defraudar la confianza colectiva de un sector de la población, declaran ante los medios sin el menor rubor. Sin programa, sin proyecto y sin liderazgos claros, todo finalmente queda sometido al devenir de los caprichos, apetencias y ambiciones de unos cuantos o a la adhesión personal y tendenciosa a una u otra figura con vocación de poder. Términos como acatamiento, compromiso, disciplina, lealtad, solidaridad, intereses comunes, valores compartidos desaparecieron del diccionario político opositor. Queda de bulto entonces la Razón Instrumental que orienta la acción de este sector político (la cuota de poder). “Nada personal, negocios”, diría Al Capone desde su elegante ética mafiosa, mientras con una sonrisa y un bate en sus dos manos, machaca la cabeza de sus socios… Tranquilos la cámara apunta hacia otro lado.

jueves, 7 de agosto de 2008

EVO (La Quinta Columna, 07/08/2008)

En su clase magistral de 1981, Michel Faucault se preguntaba ¿Qué origina el estallido, cuál es el punto de partida de una rebelión. Por respuesta construía esta reflexión: “Lo que la provoca no es tanto exterior como interior. Lo exterior entra en contacto con un fermento, con una subjetividad. Lo que desata y desencadena un estallido social puede actuar, sólo a condición de que exista un sujeto que se reconozca así mismo, cuya hermenéutica comprenda, que sólo el yo, es objeto de la voluntad. Un sujeto que sea capaz de actuar sin modificarse con el tiempo o las circunstancias. Lo demás es estulticia. Sólo hay historia cuando hay sujetos sociales que la hacen posible. Y esto también responde a la pregunta: ¿Cuál es la acción de dominio del otro-porque un sujeto implica a otro que le es antagónico, constituido y actuando en el paisaje-que provoca la in-quietud de la voluntad política del yo del sujeto por sí mismo?”. El sujeto es entonces una dimensión colectiva que actúa con independencia desde una Makhe o marca que le es propia y no prestada, copiada o impuesta por el otro. Dicha marca dejará su impronta en lo que es de alcance mundial y regional; en lo nacional, lo étnico, lo cultural, lo religioso; estableciendo las condiciones apócales de la naturaleza de un momento de la clase y sus luchas. Todo ello se ha activado y hace que el epicentro de la lucha de clases, en un sentido amplio, se haya trasladado a Bolivia, así como en 2002 estuvo actuando en nuestro país. Una suerte heterogénea de confrontación entre dos mundos está en juego y este domingo entra en escena otro capítulo, tal vez el más importante desde el triunfo de Evo y la aprobación de la constituyente. Se enfrenta una vez más el odio y el desprecio racial aferrado a ciertas prácticas sociales secularizadas por la intermediación política y la interlocución mediática, contra la dignidad Aimara que nos llega desde los confines del tiempo, con su contra cultura anti globalizadora. La oposición introdujo una ley de referéndum, Evo la acogió y además decidió aplicarla de inmediato. Desde entonces, ha subido en las encuestas desde un 40, a más del 60%. Entonces la oposición-como aquí-apela a la violencia, produciendo ya unas cuantas decenas de muertos y heridos, tratando de deslegitimar unos comicios cuyos resultados parecen ya cantados. Es que se trata de un choque histórico que no admite polivalencias reconciliadoras, que no sea la solución del conflicto a favor de una nueva hegemonía que reivindique para los excluidos y postergados “el derecho a tener derechos”. Hasta ahora, la sociedad boliviana, al igual que su correlato en el resto del continente, funcionó como un campo de concentración simbólico desde donde se impuso la producción de una racionalidad y la lengua hegemónica de una parcialidad minoritaria y precaria, que se sumió, se asume y muestra como síntesis, consenso y totalidad, fundadas en el mito de la sociedad civil burguesa. Pero ahora, en este caso concreto, mezcla de discurso liberal adocenado de atraso político, y de corrientes facistoides llenas de resabios coloniales y de prejuicios seculares contra el indio. El alambrado ha caído y hoy se enfrenta la soberbia antidemocrática de la mediática, al diálogo in interrumpido de tramas espesas de gestión social, formas organizativas estas, que ya se asoman como auténticos mecanismos institucionales normativos que anuncian un nuevo Estado: El Estado comunal de la solidaridad. En fin, en el corazón de América late un estallido y un desenlace.