jueves, 25 de septiembre de 2008

La política del mal (La Quinta Columna, 25/09/2008)

En términos de Alain Bodiou, el mal es siempre la sustitución de la verdad. Aquella situación en donde la afirmación surge de la carencia, la ignorancia, el desprecio al otro, el resentimiento o el miedo. Se trata de la negación de la plenitud y la alegría. Ella puede adoptar varias formas, tres de las cuales son las más comunes: La traición, que significa la corrupción de la verdad por medio de la falsa prueba y la intriga; pues esta práctica niega la autenticidad del acontecimiento acorralando y corrompiendo la fidelidad a la realidad. El simulacro, consecuencia de lo anterior, contamina la verdad al reemplazarla por nominaciones similares pero no verdaderas. La totalización, lo que no es más que el dogmatismo que sustituye a la verdad por los deseos. De manera que no se trata tan sólo de producir una mentira sino y por sobre todo, de vivir en ella y no poder vivir sin ella. El mal así entendido (en términos políticos, es decir de forma extra moral) es una práctica que se sustrae del acontecimiento que define la situación, enmascarando la necesidad de la toma de partido por la plenitud de lo que se discute y se decide a favor de todos. Esto supone una postura ética. Bodiou habla de “sustracción” de lo empírico que dicta la sensibilidad y el sentido común, por el cálculo político mezquino. Dice que incluso esta apuesta llega a la sustitución de lo políticamente correcto, por lo conveniente, el atajo y la puerta trasera. Al aceptar navegar en las aguas del oportunismo, según Bodiou, “se pierden la capacidad estructurante de un proyecto que se funde en lo verdadero” y se entra en la barrena que Gramsci llamara “estado de crisis orgánica”. Situación que puede prolongarse en el tiempo de manera indefinida sin que se produzca un desplome definitivo, pero manteniendo al bloque que se arrastra a esta práctica en un estado permanente de crisis e ilegitimidad. Así actuaron los nazi ante la quema del parlamento; de ese mismo modo han actuado los gobiernos norteamericanos varias veces, como en la situación que los llevó a la guerra con España a principios del Siglo XX; o el conocido caso del golfo de Tonkin en Vietnam (corren serias acusaciones que lo mismo pudo haber ocurrido con las Torres Gemelas el 11-S). ¿Puede sobrevivir políticamente una oposición que soslaya los hechos o que los interpreta de manera acomodaticia, como ocurre con el recientemente denunciado intento de golpe de estado y magnicidio? ¿Puede acaso alguna corriente política tener éxito con un doble discurso, actuando a la sombra contra los intereses generales de la sociedad? ¿Es posible que se construya una referencia política verdadera bajo este sino y siguiendo dichos parámetros? Entendiendo por verdadero al campo de prácticas que generan acontecimientos que elevan la potencia de actuar y de existir de la mayoría y por eso mismo obtienen el consenso. Ya lo advertía Sartre: “en política no todo es igual ni da lo mismo. Cada acto, por supuesto que es de libre elección. Por eso mismo marcará nuestra existencia. Esta terrible libertad nos condena en cada momento, incluso cuando la decisión es no actuar o no elegir. Siempre tomaremos partido. Optar por la verdad es elegir la suma de las potencias que nos alejan de la nada y de la voluntad de poder desde una ansiedad in auténtica y sin objeto”. Una postura ética es una apelación a la voluntad y a la libertad. Desde esa postura decimos que la oposición se desespera y juega al golpismo porque no tiene política.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Hegemonía (La Quinta Columna, 18/09/2008)

Admítanoslo sin rubor. La construcción de un proyecto hegemónico es el primer problema a considerar en la política. Es el establecimiento de la barda o línea de demarcación empírica, a partir de la cual se crean los discursos, los lenguajes y sus sistemas de equivalencias capaces de explicar y justificar el conflicto. Una nueva hegemonía no es fácil, pues sus actores y discursos, más allá de la buena voluntad, tienen que enfrentar a la tradición y al peso de las costumbres instalada en la vida cotidiana y sus mentalizaciones. Más aún cuando se trata de intervenir al interior de la creciente complejización e institucionalización de las sociedades del capitalismo tardío mundializado, para asaltar “las trincheras y fortificaciones de la sociedad civil que pretende corporativizar a las clases subalternas” de que hablara Gramsci. Hablar de hegemonía es entender las oportunidades del momento de una crisis organica y los saltos y trancisiones que pueden ser posibles; es adentrarse en un campo de prácticas y discursos capaces de producir articulaciones que pueden o no, permitir la inteligibilidad o lectura de la socidad desde “un punto de vista” y no otro. Un momento hegemónico es aquel en el que la gran mayoría de los ciudadamos ve como “neutral” el asumir cierto punto de vista sobre las cosas de una manera natural y sin mayor discusión. Es una suerte de concenso alrededor de un sistema articulante. La relación de fuerzas al interior de una hegemonía y entre un sistema hegemónico y su contrario viene dado por la fuerza de la articulación de los sujetos al discurso que los constituye. Es decir, a la mayor o menor afiliación disacursiva y a como esto se traduce en pasiones prácticas, o sea, en una puesta en escena política fuerte o debil. Sabemos que estamos al interior de una hegemonía cuando podemos observar con claridad sus linderos ideológicos, es decir el plano argumentativo que justifica la coherencia entre prácticas y el modo en que son decididas unas y no otras, lo que hace y legitíma a un sistema de diferencias e identidades. En nuestra realidad política encontramos que el campo opositor presenta un síntoma severo de desgaste de sus linderos discursivos. No renovación del liderazgo; exceso de baba sobre un discurso gastado; la lógica de la acusación y la descalificación sin argumentos de fondo; la mitificación y exaltación de asuntos irrelevantes y que no tocan la vida citidiana de nadie, como el caso del maletin; un asunto que no toca el cuerpo del deseo político. Hay que sumar la falta de imaginación y creatividad en acciones que no van más allá de la mediática. De manera que podrán ganar o perder alguas gobernaciones, pero esto no los acerca a un proyecto hegemónico. Igualmente, se puede acumular influencia, dinero y poder, sin nunca representar un proyecto hegemónico. Destino sin esperanza que jamás irá más allá del uso de lo fuerza despotica. Como ocurrió en los dias de Punto Fijo. La oposición confunde la unidad electoral con la necesidad de un marco estratégico y así, se despide y se aleja cada vez más de la posibilidad de ser lo que fue o de prometer que alguna vez será. La posibilidad de encarnar el cuerpo del sujeto sin rostro y sin voz, la idea de reivindicar a los excluidos de siempre, a quedado postergada, o en todo caso suspendida en espera de unos resultados electorales. Esto le pasa a aquellos que confunden la ambición de poder con el poder mismo y sustituyen la realidad del momento hegemonico por sus deseos.

jueves, 11 de septiembre de 2008

SOCIALISMO (La Quinta Columna, 11/09/2008)

El socialismo es una cuestión práctica. Ya en el año 1845 escribía Marx, en las Tesis Sobre Fewerbach que: “Es en la práctica donde tiene que demostrarse la verdad, es decir, la terrenalidad y el poderío de un pensamiento”. Estableció que “el socialismo es el futuro actual”. O la práctica es revolucionaria, o sea, transformadora, o es reaccionaria y conservadora. En esta disyunción se juega la suerte de cualquier proyecto. En cada plano del instante-acontecimiento de cada pequeña historia que se tuerce en el recorrido de la vida cotidiana, en cada una de las fibras y engramas microfísicos de las decisiones, creencias, hábitos y costumbres de cada individuo, se va construyendo lo que tiene de hoy el mañana. Hay una urdimbre de poder invisible en cada gesto y ademán de la mano, en cada sonrisa; en las acciones u omisiones, que impactan también al mundo porvenir. Marx daba mucha importancia a esta dimensión de la historia. En 1843, en carta a su amigo Ruge, revelaba: “El comunismo no es una fase superior. Para mí, no es otra cosa que la realización particular y solidaria, incluso unilateral, del principio socialista, es una práctica que implica incluso, la superación emocional de la mezquindad del otro; y en el extremo, los utopistas que dejan para mañana a La Comuna, es decir, lo que se puede hacer hoy, de manera que el comunismo no es ni programa ni estrategia, es práctica, es táctica, es tarea inmediata que organiza y garantiza desde hoy las formas de vivir del mañana, el movimiento actual de lo real, una suerte de programa mínimo, modelo material de la teoría, que se puede llevar a cabo si dejamos de lado el calculo personal siempre mezquino”. De modo que en Marx se dibuja y prefigura la idea del comunismo como “utopía concreta”. Mannheim definía la utopía como “aquello que parece irrealizable desde el punto de vista de un orden social determinado, en la apuesta por lo ya existente, pues, nunca será aquello que no va siendo”. Marx prestaba mucha atención a los indicios anunciadores de lo nuevo, como calificó a La Comuna de París, lo que va siendo a pesar de las circunstancias, allí donde nadie apostaría, donde muchos se niegan a verlo y mucho menos a aceptarlo Podemos proyectarnos desde estas plataformas teorico-prácticas. De modo que el socialismo es también un estado individual. Una subjetividad política que da forma al deseo. Vivir como socialista es ir construyendo el socialismo. La valoración del espacio, del tiempo, de la calidad de las relaciones que se entablan, de la coherencia entre el discurso y lo que se hace; teniendo al goce como principio de todo y, como dijera Marx en su Grundrisse, “y por consiguiente, el patrón de la riqueza no será ya el tiempo de trabajo, sino de ocio”, porque no importa lo duro de una jornada, como en cualquier deporte, ella nunca será vista como trabajo. Aparecerá entonces el hombre nuevo, visto por Marx, no como un fanático fundamentalista, sino como el Homo Ludems, “en una sociedad de hombres creadores que juegan y se divierten en el despliegue individual y colectivo de sus potencias “reino que va más allá de la conciencia y la superación de la necesidad… El reino de la libertad sólo comienza en efecto, allí donde desaparece el trabajo impuesto por el desamparo, la liberad es la superación de la necesidad más allá de la esfera de la producción propiamente dicha”. Por eso el socialismo es el comunismo hoy, “la unión de las soledades en un proyecto libertario”.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Como cabe destacar (La Quinta Columna, 04/09/2008)

¿Quiso tal vez Gustave Flaubert, burlarse de nosotros, del lenguaje y de sí mismo, cuando escribió su célebre y vigente Diccionario de los Lugares Comunes? El autor de Madame Bovary nos sorprende con un breviario de simplezas y tonterías consistentemente absurdas, en relación con el sentido común. En carta a su amiga íntima Louise Colet, en 1852, afirma: “Ninguna ley podrá alcanzarme, burlaré la censura, aunque habré de atacarlo todo. En el se encontrará lo que es útil para ser un cortesano con éxito, aquel que ríe, aprueba y dice lo necesario en sociedad para convertirse en una persona decente y amable”. Según el autor se puede vivir sin pensar, sin el más mínimo esfuerzo argumentativo y sin embargo, tener éxito, ser brillante y obtener reconocimiento. “Ser tenido y contar con dinero, vivir de intrigas. Así pasa a ser la astucia más importante que la razón”, dice. De modo que el cliché y los lugares comunes (sepa la derecha de todos los pelajes, que no hay peor comunismo que el lugar comunismo), los estereotipos mentales y la ignorancia izada como argumento-decía Flaubert-, son la jerga predilecta de la burguesía emergente de todos los confines. Siempre en boca de sus políticos y medios de comunicación. Como una maldición tántrica, baña a toda criatura de dios, no podemos escapar de ella aunque luchemos como titanes. Siempre se nos escapará alguna frase hecha de nuestros labios, acompañada de una frígida sonrisita al estilo “cajero de Mac Donald”, para “quedar bien”. En tiempos electorales, basta con encender la TV para contemplar con estupor como existe un acuerdo secreto entre todos los candidatos para acabar con la inteligencia de los votantes. Dicha conspiración se lleva acabo con la mirada y retórica cómplice de muchos colegas que no tardarán en preguntar: “¿En qué sentido?” Para luego concluir con un glorioso: “Como cabe destacar…”. Estupidez que riñe incluso con el sentido común y que por supuesto no cabe en ninguna parte. Frase favorita de muchos que intentan sancionar y subrayar aquello que “carece de la más mínima importancia”, como dijera el filósofo Jorge Negrete, respondiendo al también filósofo Pedro Infante, cuando este, tomándolo por el brazo le espetó un “yo a usted ni siquiera lo desprecio”. Pero no entremos en profundidades. No crean que quien escribe se cuida y desprecia los lugares comunes o guarda alguna distancia, por el contrario, se embadurna, los colecciona y reflexiona sobre su modo extenso, tratando de encontrar la última naturaleza de su sustancia. Veamos la astucia con la que Flaubert se rinde también ante ellos, en la medida misma en que les ofrece benevolencia. Aquí presentamos algunos conceptos para que el atareado lector, más si se angustia ante la lidia electoral. Guía para tener en cuenta a la hora de hablar públicamente. Accidente: Siempre deplorable o molesto (como si alguna vez se pudiera considerar una desgracia algo divertido). Alcalde: Personaje ridículo. Se considera insultado cuando le llaman empleado público. Erección: No usar nunca en política y sólo cuando se levanta un monumento. Bases de la sociedad: La propiedad, la familia la religión y las autoridades. Encolerizarse si alguien las ataca. También es recomendable tener en cuenta estos consejos de Flaubert: Burlarse siempre de los libros y de la filosofía, no descalificar a priori la esclavitud. Recordar que Homero tal vez nunca existió (¿o fue Shakespeare?) y que con toda seguridad fue otro quien escribió todo eso.