¿Quiso tal vez Gustave Flaubert, burlarse de nosotros, del lenguaje y de sí mismo, cuando escribió su célebre y vigente Diccionario de los Lugares Comunes? El autor de Madame Bovary nos sorprende con un breviario de simplezas y tonterías consistentemente absurdas, en relación con el sentido común. En carta a su amiga íntima Louise Colet, en 1852, afirma: “Ninguna ley podrá alcanzarme, burlaré la censura, aunque habré de atacarlo todo. En el se encontrará lo que es útil para ser un cortesano con éxito, aquel que ríe, aprueba y dice lo necesario en sociedad para convertirse en una persona decente y amable”. Según el autor se puede vivir sin pensar, sin el más mínimo esfuerzo argumentativo y sin embargo, tener éxito, ser brillante y obtener reconocimiento. “Ser tenido y contar con dinero, vivir de intrigas. Así pasa a ser la astucia más importante que la razón”, dice. De modo que el cliché y los lugares comunes (sepa la derecha de todos los pelajes, que no hay peor comunismo que el lugar comunismo), los estereotipos mentales y la ignorancia izada como argumento-decía Flaubert-, son la jerga predilecta de la burguesía emergente de todos los confines. Siempre en boca de sus políticos y medios de comunicación. Como una maldición tántrica, baña a toda criatura de dios, no podemos escapar de ella aunque luchemos como titanes. Siempre se nos escapará alguna frase hecha de nuestros labios, acompañada de una frígida sonrisita al estilo “cajero de Mac Donald”, para “quedar bien”. En tiempos electorales, basta con encender la TV para contemplar con estupor como existe un acuerdo secreto entre todos los candidatos para acabar con la inteligencia de los votantes. Dicha conspiración se lleva acabo con la mirada y retórica cómplice de muchos colegas que no tardarán en preguntar: “¿En qué sentido?” Para luego concluir con un glorioso: “Como cabe destacar…”. Estupidez que riñe incluso con el sentido común y que por supuesto no cabe en ninguna parte. Frase favorita de muchos que intentan sancionar y subrayar aquello que “carece de la más mínima importancia”, como dijera el filósofo Jorge Negrete, respondiendo al también filósofo Pedro Infante, cuando este, tomándolo por el brazo le espetó un “yo a usted ni siquiera lo desprecio”. Pero no entremos en profundidades. No crean que quien escribe se cuida y desprecia los lugares comunes o guarda alguna distancia, por el contrario, se embadurna, los colecciona y reflexiona sobre su modo extenso, tratando de encontrar la última naturaleza de su sustancia. Veamos la astucia con la que Flaubert se rinde también ante ellos, en la medida misma en que les ofrece benevolencia. Aquí presentamos algunos conceptos para que el atareado lector, más si se angustia ante la lidia electoral. Guía para tener en cuenta a la hora de hablar públicamente. Accidente: Siempre deplorable o molesto (como si alguna vez se pudiera considerar una desgracia algo divertido). Alcalde: Personaje ridículo. Se considera insultado cuando le llaman empleado público. Erección: No usar nunca en política y sólo cuando se levanta un monumento. Bases de la sociedad: La propiedad, la familia la religión y las autoridades. Encolerizarse si alguien las ataca. También es recomendable tener en cuenta estos consejos de Flaubert: Burlarse siempre de los libros y de la filosofía, no descalificar a priori la esclavitud. Recordar que Homero tal vez nunca existió (¿o fue Shakespeare?) y que con toda seguridad fue otro quien escribió todo eso.
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