jueves, 27 de agosto de 2009

El Mito (La Quinta Columna, 27/08/09)

Hay que vivir en el mito, cosa que siempre ocurre, pues está inscrito en la piedra angular del lenguaje con el que inventamos y también desciframos al mundo. Saber que vivimos al interior de un mito nos ayuda a mantenernos prevenidos. Cassirer nos advierte sobre el devenir y la institución mítica. Cuidado. Lo que consideramos sagrado, legítimo, la fe en el futuro, lo que pensamos de los otros y de nosotros mismos está cruzado y sostenido como un títere, por un tinglado de enunciados y discursos mitológicos. “El patetismo infeliz de las Hades”, que nos invitan al infierno y la seducción fascinante que nos produce el héroe; el asumir que siempre hay un bueno y un malo, forma parte de los mitos de Occidente, que de cuando en cuando se reajustan y remozan. Dionisios en la fiesta y Perfidia en la tristeza son con sustantivos del Mithos existencial de las formas de existencia y de los relatos que narran lo que vamos siendo. Lo profano y lo sagrado hacen el deseo y sus formas de conjurar la muerte, así se trate del asesinato simbólico que siempre se perpetra desde el enemigo que actúa como eterna amenaza sobre nosotros, aunque no tenga éxito o no se lleve a cabo como fuerza. Incluso, la comprensión del tiempo, la relación con el pasado y el futuro que hacen y deshacen los presentes que aprehenden las cosas para lograr una visión cósmica del mundo, autorizándonos a utilizar desde allí una racionalidad. Todo mito deviene en ritos que le actualizan y ponen en escena. Nadie puede escapar al sentido y sus lógicas. De allí que Occidente necesita construir al mal como emergencia fundacional de sus referentes culturales. Ayer fue el comunismo que soportó y subrayo las explicaciones sobre La Guerra Fría y el apoyo a tiranías y dictaduras. Luego y hasta hoy la lucha contra el narcotráfico y de un tiempo para acá la guerra contra el terrorismo de la que pueden hablarnos curdos, afganos e iraquíes. Pero los mitos, por fundacionales que sean necesitan el oxígeno renovador de las palabras; ser reobjetivados en la subjetividad general del miedo, porque ¿Cómo vivir sin miedo? Elemento este que resulta necesario para la homogenización en torno a un centro de poder. De aquí que el fenómeno revolucionario en América Latina sirva a las angustias y urgencias de Occidente para renovar todo lo que tenemos en los genes de la novela de Orwell, 1984: Ayer era Euro Asia, hoy ¿Por qué no, Latinoamérica? Fidel y el Che; en su momento y todavía. Ahora se suma Chávez, Evo, Correa y Ortega. Así, el peligro toma cuerpo. ¿O de qué otra forma llevar a cabo el exorcismo para conjurar al demonio, si éste no tiene cuerpo ni nombre para ser nombrado? Momento de articulación simbólica entre el mito del mal en el mundo y todos sus miedos en todas sus manifestaciones; y la lucha eterna del bien contra cada forma de expresión del mal y su modo extenso. Piel, nombre y geografía, sin territorialización no hay objeto y sin objeto no hay un discurso firme que no sea en sí mismo puro objeto discursivo. Lo sabían ya en la película El Exorcista. Barda, diferenciación, determinación, cualificación hacen el campo de delimitación de los territorios discursivos que hacen la memoria del miedo por donde transita la subjetividad. Pero el mito y sus ritos contienen en su seno su contrario y su reversibilidad. Allí reside la verdadera transparencia del miedo y su fragilidad. Por eso, mito y rito deben ser repetidos y reforzados al infinito. Todos hemos visto al Zorro. Sabemos de qué se trata el juego. El malo puede devenir en héroe o antihéroe en cualquier momento y no puede ser malo. Su nombre crece y se hace amplio. El débil y pequeño difícilmente puede ser el malo, esto contraviene la naturaleza misma de los imaginarios. Deberían revisar estas cosas las cadenas mundiales del chantaje, el terror y el miedo cuando satanizan a Chávez. Valga la cacofonía, las revoluciones son al mito su reverso perverso.

jueves, 20 de agosto de 2009

Ideologizar (La Quinta Columna, 20/08/2009)

Yo creía que el debate sobre la ideología era propio de marxistas sin oficio. Parece que no. Que curioso, nadie tiene respuesta para esta pregunta: ¿Qué entiende la derecha por ideología? Por qué cada vez que se queda sin argumentos apela a la manida tesis de acusar de ideológico a cualquiera. Sin embargo, en vez de darnos risa y atacar la discusión, muchos se ponen serios y se disgustan ¿Será por nuestras carencias? Para Marx, el asunto ideológico plantea una determinación que se expresa como campo de lucha por la apropiación de aquello que debe ser representado. Es decir, el dominio de la lectura de lo real para imponer legitimidades alrededor de la verdad y en correspondencia, establecer lo que debe ser dicho, lo que debe ser deseado y las formas de realización del deseo. O Sea, establecer una hegemonía. Este privilegio le corresponderá a la clase que asuma el poder, léase bien “la clase, el poder”, no la élite, no el gobierno. La pregunta repugnante con la que abrimos en principio nace, porque extrañamente la acusación contra la Ley de Educación, es que es mala por ideologizante. O sea, que nuestro empeño en cultivar claves éticas para la transformación histórica, es dudosa porque está vinculada a fines y a un proyecto político. Y para ellos, esto es un delito. Con decir: “No comparto tu proyecto, mi ideología es más bonita”, sería suficiente. De eso hablaron los estoicos. La no ideología es una dimensión ideológica del pensamiento liberal burgués y de su positivismo lógico, que lee a la ciencia y a la verdad, como el producto de resultados exactos, como absolutos y como universales históricos. Por eso, nada mas ideológico que lo no ideológico. “Nada más erótico que la abstinencia”, Decía Lucano de Seneca. Los Torquemada de moda, se transvisten de “pureza” y desfilan por los medios, disfrazados de candorosas Marilyn Monroe que persiguen un ideal-mundo, en donde pobres y ricos se rían de los mismos chistes, e ir a Disney sea un gesto inocente (en lo personal no me parece ningún pecado, en todo caso una decisión de mal gusto, pues hay otras opciones y destinos en el mapa, antes de ir a visitar a una rata). Habría que leer a Vicente Verdú en su libro “El planeta América”, para entender, qué ocurre en la consciencia, cada vez que vamos, por ejemplo, a India y preferimos morder una hamburguesa de Mc Donalds. Verdú asegura que estos locales son verdaderos conteiner de ideología americana, suerte de enclaves y embajadas de un registro, una nomenclatura cultural, una manera de ver y de organizar al mundo. Para mi, siguiendo a Laclau, la ideología es un campo de representaciones desde donde es posible tirar la barda lacaniana, es decir, un espacio-tiempo de saber-poder-subjetividad. Allí es posible fundarse para llenar de significado a los significantes vacíos y flotantes que hacen la realidad. ¿Podemos hablar de ideología ante una ecuación matemática? Claro que no, al menos no inmediatamente, pues las matemáticas son un juego de lenguaje que contiene sus propias soluciones y respuestas, por eso las computadoras pueden realizar cálculos, aunque por ahora no pueden pensar. Ante esto Lenin decía: “Siempre la pregunta más importante es: quién, para qué; es decir, quien da las órdenes, quién las obedece y que se logra con eso”. ¿Historia no ideológica? ¿Geografía no ideológica? ¿Un idioma y el leguaje libre de manchas (ideológicas)? ¿Dónde? ¿Será ideológica la pretensión de La Iglesia Católica, de hegemonizar el ámbito académico? Hablemos de ideología entonces. Se va a la escuela por la misma razón que se ve TV. La educación es una máquina de propaganda, el problema es que la derecha solamente lee a Popper y cree que el único intelectual es Vargas Llosa, elección estúpida y por demás ideológica.

jueves, 13 de agosto de 2009

¿Ser comunista? (La Quinta Columna, 13/08/2009)

Bertolt Brecht dijo: “Qué tiempos estos, en que hablar sobre árboles es casi un crimen, porque supone callar sobre tantas alevosías”. Hablar del árbol supone asumir que no garantizamos que se pueda seguir hablando de él a futuro, por lo menos en vida de ese mismo árbol. Un mundo en donde el árbol es visto como riqueza y mercancía. En su último libro, Ecce Comu, mi buen amigo y maestro, Gianni Vattimo, se pregunta: ¿Puede alguien convertirse en comunista después de 1989? La respuesta que consigue es lapidaria y concluyente. No solo se puede, también se debe, si de lo que se trata es de hacer posible la vida en el planeta. “Ningún tercer o cuarto camino se halla en condiciones de revertir el actual estado de desigualdad existente en todo el mundo”, dice. La versión personal que Vattimo adelanta sobre el comunismo necesario para los tiempos que corren, es ante todo una armadura ética anclada en la tradición histórica e intelectual del pensamiento marxista comunero, salpicado de anarquismo republicano, libertario y democrático. Renunciando al economicismo, el reformismo y las posturas socialdemócratas. “Un pensamiento enfrentado al capital desde una postura antiautoritaria y subversiva. Un comunismo que valga como ideal moral regulador y como propuesta viable, eficaz para la realización material de la justicia y la democracia directa en lo económico, en lo político y en lo social. Se trata de construir una visión lúcida, estética y desenfadada, incluso brutal en su franqueza, una apuesta impúdica para la esperanza”. Nos habla de la necesaria retoma de los palacios de invierno de una poética provocadora que haga añicos al discurso burgués y cualquier otra “normalidad” (se refiere especialmente al discurso mediático). Veamos como lo argumenta. “Volver a ser comunistas” no es excesivo, ni una impostura, o un despropósito político. No debe avergonzarnos. Es nuestro salvoconducto anticapitalista, nuestra vacuna contra el odio, la intriga, el asedio y asesinato moral que usa a las instituciones públicas contra los ciudadanos, al estilo Ley Patriota. Ser comunista hoy, es una suerte de oración, de “Padre Nuestro”, para conjurar a los demonios del miedo, que apelan desde la soberbia, al chantaje y a la fuerza para aniquilar a los enemigos. Asunto que podemos observar en todo el mudo con sólo acercarnos a la ventana. Es oponerse sin reservas y al costo que sea a un poder ultra planetario que opera en los espacios micro-físicos, desde el fascismo de la vida cotidiana, como dijera Arent. La pregunta que quedaría sin respuesta si la radicalizamos a la inversa, es: ¿Cómo no ser comunista hoy? Vattimo no desperdicia el espacio y le dedica una extensa reseña a lo que llama, la Venezuela de Chávez. Habla entonces de la construcción política de una trama extensa de relaciones sociales que tiene como fuente de compromiso la identificación con Chávez. El consenso (con-sensualis) de base no lo logra en primera instancia un programa o un partido, lo logra la afiliación afectiva a un líder. Esto representaría un peligro para tal proceso, a no ser que leyéramos el lazo existente desde el poder del amor y la solidaridad. Desde la poderosa urdimbre que la esperanza puede desplegar cuando se ancla en las emociones más puras, y desde allí, en el deseo que se hace bio-político. Comunismo por lo tanto, para compartir la emoción de la esperanza común sin la cual no hay política que valga. ¿Organizar el sentimiento en estructuras, o liberarlo de manera renovada para que fructifique en pulpo, abriéndose en mil flores? Vattimo llama a esta emoción que se respira hoy el Latinoamérica, “democracia de alta energía”; o más bien comunismo, un término maldito para las clases dominantes, y tal vez por eso mismo, conveniente para el sentimiento común de cambio. Para que lo que hay de nuevo encuentre su cause.

jueves, 6 de agosto de 2009

¿De qué hablar? (La Quinta Columna, 06/08/2009)

¿De qué hablar para que la palabra no carezca de sentido? Esto preocupaba a los griegos clásicos, particularmente a los estoicos Epicurianos. La palabra latina “meitatio” recoge algo de esta preocupación, apoyada en el término griego “melete”, derivado del meletan, que significa también ejercitarse, entrenarse en. Detenerse un poco para volver a hablar luego; hurgar en la grieta, en la hendidura que la palabra ejerce sobre la cosa, sobre el acontecimiento y sus devenires; es decir, un alto re-flexivo en la rugosidad de la cosa pensada con intensidad, hasta lograr el despliegue de las ideas. Reflexión opuesta a la información, esa cosa informe, llena de datos de lo que ocurre y no ocurre. Matizada por la visión siempre oscura de la mediación. Michel Foucault en su clase del 3 de marzo de 1982, precisaba que ante la información, siempre cabe la pregunta: “¿Qué quiso decir, que sería lo que realmente ocurrió? Y por supuesto recomienda asaltar esta duda con el meletan. Ejercicio de apropiación de la ocurrencia por el pensamiento, elemento poco común en la información. Alejarse de la banal fugacidad para encontrarse con la nuez del instante-acontecimiento es el reto del pensamiento. No quedarse en lo anecdótico, sino por el contrario buscar la línea de fuga de eso que pasa o deja de pasar y no es inmediatamente visible por el ojo torpe del comunicador. Aquello que todavía no alcanza a ser tocado por las palabras, pero que está allí actuando como segunda piel. Encubándose como un virus y que aguarda su momento para estallar. No era fácil ver hace unos meses la actual crisis económica y a nadie se le ocurrió que se preparaba un estallido en los días anteriores al 27 y 28 de febrero del 89. De manera que no es fácil saltar el escenario de lo aparente dibujado por el mundo de la información-comunicación, para asaltar a lo real fuera de la lógica mediática. Pero sí hay claves que podemos utilizar para ejercitarnos, por ejemplo, escapar de los horribles lugares comunes del lenguaje y la palabra hasta donde nos sea posible. Desechar la urgencia y la desesperanza de utilizar la inmediatez como verdad. No caer en la trampa de pensar en que realmente todos los días pasa algo digno de ser mencionado. Por ejemplo, ¿Quien recuerda hoy la huelguita de Ledezma y quien recordará en un par de semanas la travesura de Lina Ron? Todas aventuras desesperadas al servicio del espectáculo mediático, pero que por su carácter destemplado no anuncian ningún impacto real en la subjetividad general. Comprender que cada palabra es un comodín infinitamente sustituible. Hacer el juego de colocar una palabra por otra, por ejemplo su opuesto, en donde reina una verdad, para poder leer al revés y luego desde allí en otros sentidos. No buscar inmediatamente el contenido sin pasearse por la intención. Salir de golpe de los pares binarios y del mundo de las dualidades para pisar el terreno de las multiplicidades. “Lo que nos interesa son las líneas de fuga de los sistemas, lo inesperado y nuevo que crea las condiciones en las que éstas se producen y forman fuerzas que suscitan posibilidades revolucionarias. La pregunta es entonces, ¿Cómo hacer para que estas fugas no sean únicamente intentonas, sino auténticos pasadizos que nos conduzcan a una verdadera máquina revolucionaria que trasforme la subjetividad política colectiva y de allí las formaciones del leguaje y sus maneras de enunciar y señalar las cosas, para así aprender otra lengua?”, indicaba Deleuze. De manera que afinemos la técnica, limpiemos los lentes y tengamos a mano los instrumentos para distinguir y separar esos momentos, de la noticia ordinaria, por escandalosas y trepidantes que estas sean. Pues el problema no es solamente desde cual medio lo digo y quien lo tiene, sino también, que voy a decir de lo que se anda diciendo.

¿De qué hablar? (La Quinta Columna, 06/08/2009)

¿De qué hablar para que la palabra no carezca de sentido? Esto preocupaba a los griegos clásicos, particularmente a los estoicos Epicurianos. La palabra latina “meitatio” recoge algo de esta preocupación, apoyada en el término griego “melete”, derivado del meletan, que significa también ejercitarse, entrenarse en. Detenerse un poco para volver a hablar luego; hurgar en la grieta, en la hendidura que la palabra ejerce sobre la cosa, sobre el acontecimiento y sus devenires; es decir, un alto re-flexivo en la rugosidad de la cosa pensada con intensidad, hasta lograr el despliegue de las ideas. Reflexión opuesta a la información, esa cosa informe, llena de datos de lo que ocurre y no ocurre. Matizada por la visión siempre oscura de la mediación. Michel Foucault en su clase del 3 de marzo de 1982, precisaba que ante la información, siempre cabe la pregunta: “¿Qué quiso decir, que sería lo que realmente ocurrió? Y por supuesto recomienda asaltar esta duda con el meletan. Ejercicio de apropiación de la ocurrencia por el pensamiento, elemento poco común en la información. Alejarse de la banal fugacidad para encontrarse con la nuez del instante-acontecimiento es el reto del pensamiento. No quedarse en lo anecdótico, sino por el contrario buscar la línea de fuga de eso que pasa o deja de pasar y no es inmediatamente visible por el ojo torpe del comunicador. Aquello que todavía no alcanza a ser tocado por las palabras, pero que está allí actuando como segunda piel. Encubándose como un virus y que aguarda su momento para estallar. No era fácil ver hace unos meses la actual crisis económica y a nadie se le ocurrió que se preparaba un estallido en los días anteriores al 27 y 28 de febrero del 89. De manera que no es fácil saltar el escenario de lo aparente dibujado por el mundo de la información-comunicación, para asaltar a lo real fuera de la lógica mediática. Pero sí hay claves que podemos utilizar para ejercitarnos, por ejemplo, escapar de los horribles lugares comunes del lenguaje y la palabra hasta donde nos sea posible. Desechar la urgencia y la desesperanza de utilizar la inmediatez como verdad. No caer en la trampa de pensar en que realmente todos los días pasa algo digno de ser mencionado. Por ejemplo, ¿Quien recuerda hoy la huelguita de Ledezma y quien recordará en un par de semanas la travesura de Lina Ron? Todas aventuras desesperadas al servicio del espectáculo mediático, pero que por su carácter destemplado no anuncian ningún impacto real en la subjetividad general. Comprender que cada palabra es un comodín infinitamente sustituible. Hacer el juego de colocar una palabra por otra, por ejemplo su opuesto, en donde reina una verdad, para poder leer al revés y luego desde allí en otros sentidos. No buscar inmediatamente el contenido sin pasearse por la intención. Salir de golpe de los pares binarios y del mundo de las dualidades para pisar el terreno de las multiplicidades. “Lo que nos interesa son las líneas de fuga de los sistemas, lo inesperado y nuevo que crea las condiciones en las que éstas se producen y forman fuerzas que suscitan posibilidades revolucionarias. La pregunta es entonces, ¿Cómo hacer para que estas fugas no sean únicamente intentonas, sino auténticos pasadizos que nos conduzcan a una verdadera máquina revolucionaria que trasforme la subjetividad política colectiva y de allí las formaciones del leguaje y sus maneras de enunciar y señalar las cosas, para así aprender otra lengua?”, indicaba Deleuze. De manera que afinemos la técnica, limpiemos los lentes y tengamos a mano los instrumentos para distinguir y separar esos momentos, de la noticia ordinaria, por escandalosas y trepidantes que estas sean. Pues el problema no es solamente desde cual medio lo digo y quien lo tiene, sino también, que voy a decir de lo que se anda diciendo.