lunes, 14 de julio de 2008

Multiplicidad de Marx. Karlos y su sombrero de copa
ENSAYO I

I
Karlos y su sombrero de copa



Marx: Precursor de la semiótica hermenéutica deconstructiva

El destino tiene ciertos extremos cortados a pico sobre lo imposible,
y más allá de los cuales la vida tan sólo es un precipicio…
Una de sus ansiedades consistía en estar obligado a pensar.
La misma violencia de todas estas emociones
contradictorias lo obligaban a ello.

El pensamiento era cosa inaudita para él, y singularmente dolorosa.
Hay siempre en el pensamiento una cierta cantidad de rebelión interior;
y él se irritaba por tener aquello dentro de sí.
Víctor Hugo

¿Por qué el mundo no es inmediatamente evidente al pensamiento? ¿Cómo ocurre que, a decir de Adorno, lo real devino en lo no verdadero? ¿Acaso una lógica, una racionalidad otra, pueda develar el velo trágico de las formas de conciencia y las subjetividades asociadas al gobierno de El Capital? Algunas ideas pueden acercarnos a la construcción de plataformas que sirvan para ir edificando las respuestas. En las páginas que siguen realizaremos una suerte de despliegue más minucioso, en forma de ensayo, de otra parte de nuestra “caja de herramientas”, expuesta en textos anteriores como Los Medios de Los Medios, Ideas Para una Epistemología de la Comunicación, Poder Popular, Poder Constituyente y Crítica de la Razón Mediática.
Nos referiremos en primer lugar a los dispositivos teóricos, a las plataformas ideológicas, es decir, a ciertos lugares de colocación de nuestras claves de búsqueda. En este caso orientados a profundizar en la comprensión de la relación Valor-Opacidad. O dicho de otro modo, nos interrogaremos en torno a la relación Valor–Ideología.
Comencemos con algunas definiciones provisionales. Entiendo por Capital: La intermediación del flujo de la potencia de existir desde la producción de ciclos de extracción y acumulación de valor y sobre el valor. Este pliegue, esta zona estriada es la sobredeterminación territorializada de un plano de consistencia del poder de una relación de mando y subordinación sobre la actividad humana, que crea las condiciones de su propia existencia (reproducción), creando además los escenarios y los sujetos que actúan al interior de este marco relacional. Dicha intermediación se coloca como dispositivo de agenciamiento que hace máquina con la existencia humana, entre el puro flujo del tiempo-devenir y la realidad corporal.
El capital es una formación social históricamente determinada por ciertas condiciones y condicionamientos; de ahí que también sea un modo de sentido, una lógica y un régimen; un diagrama discursivo, un cuerpo sin órganos, un momento del devenir histórico. El capital, la materialidad de la relación de mando que garantiza la explotación del trabajo y el modo en que va a ser acumulado el trabajo pasado, es una temporalidad múltiple y es ese sentido la construcción de una lectura del tiempo. Es, por ende, organización total de la vida material y espiritual, pues deviene lógica de sentido que cambia y combina el capital, ya socializado, con las materializaciones formales del poder de mando y las redes institucionales derivadas.
El capital, como organización social de la producción deseante, se caracteriza, por una parte, por la destrucción de las identidades y memorias propias de las sociedades pre-modernas (alianzas, tradiciones y creencias) y, por otra, por la producción de actualidad, que no es otra cosa que abstracción e intensidad de las máquinas deseantes. Todo deseo es organizado y subsumido bajo la categoría abstracta de la mercancía y el dinero.
Nada más abstracto que el concepto de dinero, ni tampoco nada más universal, diría Marx. Es la mercancía síntesis que organiza el tráfico de los intercambios y las formas relacionales del consumo. También el consumo es una categoría abstracto-concreta, pues la lógica de la producción capitalista que actúa por saturación de mercancías, anula su diversidad, convirtiéndose así, hablando en términos generales, en una forma pura de la relación social, vacía de contenido (un significante vacío o en todo caso siempre precario en cuanto a su relación con el valor-trabajo). Hay que consumir, este es el dictado, no importa dónde, no importa cómo, no importa qué. La mercancía es tan universal como el dinero mismo.
Por ello: el Capitalismo es, en última instancia, una excrescencia de un modo extenso de una lógica relacional históricamente determinado por ciertas condiciones técnicas e ideológicas derivadas de prácticas constitutivas del poder en su forma pura, es decir, relación de mando, subordinación y explotación. Una puesta en práctica, un despliegue de tensas relaciones de fuerza entre las clases y, en ese sentido, acto de una formación y una estratificación que ha territorializado de un modo específico las formas y las relaciones de producción dentro de un modo extenso de organización, de realización del metabolismo del capital como sentido.
No puede comprenderse este concepto sin asociarlo al de Mercado, al cual entendemos en clave lacaniana: como “campo de concentración” simbólico, como borde o sutura que hace la barda, que cierra a la comunidad sobre sí misma alrededor de un sentido que no es otro que aquel que le da consistencia a su propia pertinencia. El mercado es un significante resignificado por el capital como sentido. Leído así, es un modelo para discernir la reestructuración de la circulación a través de la realización del valor en la forma de la mercancía y de allí en Capital, pues en lo social no circula la mercancía por sí misma, sino un sistema de objetos constituidos como dispositivos de una máquina abstracta unida a una lengua, a unas legitimidades, a unos enunciados que deben ser dichos, a unos silencios, a unos discursos jerarquizados en función de capacidades de producción, apropiación y actualización de actores, sus sensibilidades y sus subjetividades.
Diría Gilbert Durand, un régimen diurno y uno nocturno dentro de un régimen general de sentido: Régimen del enunciado y régimen de visibilidad. El mercado es opacidad del trabajo. La mercancía es entonces, en este orden, flujo puro de sentido, movimiento del objeto en la circulación de la producción bajo la forma valor, producto del trabajo pasado, separado del trabajo como subjetividad general. Es un equivalente listo para el intercambio y el paralelaje en la relación valor-dinero.
Nada de esto puede ser pensado sin abordar de entrada y aunque sea de pasada, por nociones como la de Trabajo inmaterial que, según M. Hardt y T. Negri, es la suma y el resultado general del cambio en la naturaleza y la calidad de la potencia de existir dentro de la actividad humana, reducida a un tiempo y a unas condiciones dentro de un modo prescrito. Esta prescripción en la actualidad, es el resultado del trabajo que se produce con el paso a una economía organizada en torno a la producción de mercancía surgida del taylorismo fordista, hacia un régimen dominado por la informática; pues la información y la comunicación cumplen hoy una función decisiva en los nuevos procesos de producción. Sobremanera, porque en este paso tiene lugar el sistema de comunicación entre la producción y el consumo, donde el consumo precede a la producción, es decir, donde la mercancía se produce cuando el consumidor ya la ha elegido y adquirido, desde la fabricación del universo de los imaginarios de la esfera massmediática, de la lógica que fabrica necesidad y deseo.
La inmaterialidad del trabajo se configura por la singularidad de lo que reproduce, se intercambia y se consume (unidades bip, memorias, capacidades, bases de datos, unidades de información-comunicación, actualidad, moda) dentro de una aparente dispersión que acelera el tiempo del ciclo de acu- mulación y en ese movimiento produce el estriaje cada vez más acentuado de la división del trabajo.
Esta sobre-aceleración del consumo-producción, en cuanto movimiento ininterrumpido en el que se disuelve el trabajo como aplicación de la fuerza humana en la relación obrero-máquina, termina subsumiéndose en la fibra más profunda de la sociedad entera como flujo puro de la forma valor, como pura relación de mando y control sobre los cuerpos individuales y colectivos. La instauración del trabajo inmaterial es el momento en el que el dispositivo información-comunicación se constituye en el campo de articulación de la relación de mando, propia del paso de la sociedad coercitiva a la sociedad de control y el surgimiento de novedosas formas de biopoder o poder de esa relación específica ya instalada en el cuerpo vivo.
A partir de aquí, otros vectores discursivos como valor, ideología, control, entre otros, irán cruzándose y desplegándose en el texto.

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