jueves, 17 de julio de 2008

Humano (La Quinta Columna, 17/07/2008)

No es un don natural, es más bien la síntesis de la obra histórica de ese curioso sujeto singular que somos. Lo humano es, a decir de Cervantes, el arte de un artificio de lo que vamos siendo. Cierta habilidad mediadora ante la palabra o el gesto irracional que desencadenará el desastre. Hoy bandera de un derecho sobre el que se basa alguna fe y algo de entusiasmo en torno al convivir y el porvenir; es la línea de fuga que hace brecha entre el rectilíneo Aquiles frente al sinuoso Ulises. En términos de Rousseau o Schopenhauer, con-pasión intraficable y despiadada que se hace amistad y se opone a la caridad y a la piedad burguesa. Savater dirá: “Una familiaridad que permite romper todo individualismo, más allá de cualquier superstición”. En el Diccionario Filosófico, Voltaire habla de “Sensus Communis”. Para que nadie se asuste, puede ser traducido como consenso o sentido común, suerte de sensibilidad compartida. Lo común en lo diferente. Respeto a lo común como principio que garantiza mi propio reconocimiento en el otro y desde el otro, a mi mismo por parte de los demás, porque yo soy tan extranjero para el otro como él lo es para mi (enseñanza transversal que deberían revisar algunos líderes europeos actuales). La tragedia del otro, ya lo apuntaba Sócrates, sólo es grata en el teatro. La desgracia ajena es miserable y siempre digna de vergüenza. El humanismo así pensado escapa a toda metafísica. Es la convicción de que decidimos, porque somos inventores y garantes desde la voluntad, de nuestra propia existencia, no por obligación sino por convicción. Sobre ello se basa la libertad moral de la ética materialista. Modernidad e Ilustración confundieron en la opacidad del idealismo racionalista burgués cualquier refundación del humanismo y surgieron posturas posmodernas, relativistas o moralistas del corte de las de La Rochefoucauld y Pascal, o los antihumanismos también herederos de estas tradiciones (no entraremos en la polémica Sartre y Hiedegger). Adorno y Horkheimer provocaban de este modo: “Ya que no podemos ser libres, vivamos como si lo fuéramos”. Yo creo que es posible una voluntad política otra. Asediar las marcas dejadas por San Francisco de Asís, quien siempre convocaba a elevar la potencia de existir viéndose en la alegría de los otros (beatitud). El tenía razones para nunca abatirse pues sabía que jamás estaría sólo. Podemos cabalgar esa línea sin descanso. Hay que instalarse en las fracturas, los pliegues y accidentes de la dominación y saber producir también esas rupturas. La revolución es en primer lugar un asunto de cuerpos individuales y colectivos que se tocan y se transforman y es allí donde se forja la esperanza. Maquiavelo hablaba de cultivar, pero también de hacerse de la virtud y la fortuna para conjurar la violencia del mal. El humanismo materialista podría ser una máquina transformadora de los tiempos que corren. Victor Hugo en su novela Quatreving- Treize, lo expresa mejor cuando habla de reciprocidad y respeto mutuo, en este diálogo sin desperdicios entre dos revolucionarios:
-Nada de abstracción. La República es dos y dos, y dos y dos son cuatro. Cuando hayamos dado a cada cual lo que le corresponde…
-Entonces, os quedará dar a cada uno lo que no le corresponde…
-¿Qué entiendes tú por eso…?
-La inmensa concesión reciproca y común que cada uno debe a todos los demás, aunque no le corresponda pero que todos merecen, porque todos deben a cada uno aunque no lo hayan ganado; esto sería el fin del egoísmo y el fundamento de una nueva vida social.

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