jueves, 15 de mayo de 2008

La ética de las partículas de luz (La Quinta Columna, 15/05/2008)

A principios del año 1935, Albert Einsten escribió en colaboración con los físicos Boris Podolsky y Nathan Rosen, un corto, polémico y hoy célebre artículo en el que se exponía la paradoja EPR, llamada así por las iniciales de los postulantes. Allí se mostraba que, siguiendo los principios de la mecánica cuántica desde la teoría de la incertidumbre; si dos objetos iguales A y B (funciones de hondas, funciones de partículas) que han interactuado durante un tiempo de su historia, luego son separadas incluso por grandes distancias, quedan correlacionados y en relación de reciprocidad para siempre. Podría decirse que hay un compromiso entre ambas partículas, las cuales están dispuestas a correr la misma suerte. Lo que queremos decir es, que las partículas no logran separarse jamás del todo; por lo que una medición que se efectúe sobre una afectará de manera inmediata y simultánea el comportamiento de la otra.
Después de un tiempo, Einsten renegó de tal postulado pues ello negaría las leyes fundamentales de la física clásica, particularmente las referidas al tiempo y al espacio. Se equivocaba el sabio. Años después de su muerte, la teoría hoy conocida como la ley de la reciprocidad, no separatividad o de la solidaridad, ha sido considerada como verdadera, luego de las verificaciones realizadas por Alan Aspect y por su lado, John Bell, a comienzo de los años 80, con un experimento llevado a cabo con granos de luz (fotones). Cuando la dirección de la rotación interior de dichas partículas es igual, se anulan mutuamente dando como resultante un Spin 0. Supongamos que estas partículas se alejan una de la otra quedando ambas a gran distancia y se intenta alterar el Spin de alguno de los dos elementos, entonces ocurrirá que instantáneamente el efecto logrado en A se expresará de manera idéntica en B. Esta extraña situación requeriría una acción de comunicación a distancia, pero la realidad es que las partículas actúan en relación de correspondencia independientemente de constantes reconocidas universalmente como por ejemplo, la velocidad de la luz. Científicos más recientes como Fritjof Capra o Alberto Maturana han hecho extensivos estos principios a otros fenómenos de la naturaleza e incluso a asuntos de la vida social. “Lo que es a la energía es a la materia y lo que es a la materia es a la vida”, reza un principio de La Teoría Gaiha defendida por Edgar Morin.
Hay en la naturaleza una suerte de principios elementales que configuran una lógica de donde podríamos deducir y extraer también una “ética ecológica profunda con implicaciones sociales”. Tenemos mucho que aprender todavía-con urgencia-del comportamiento misterioso de las partículas elementales. Para Capra: “Cuando esta profunda percepción de la naturaleza ecológica de las cosas y de sus relaciones se vuelve parte de la vida cotidiana, emerge un sistema ético revolucionario y radicalmente nuevo”. Reciprocidad, interdependencia, no separatividad, solidaridad son valores humanos universales con los que los físicos teóricos explican lo inexplicable en el misterioso universo de los sistemas vibratorios y tal vez musicales de las funciones de hondas antes de su colapso, es decir, antes de quedar mudos por la maravilla.

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