jueves, 22 de mayo de 2008

Impermanencia (La Quinta Columna, 22/05/2008)

Buda hablo de las cuatros verdades a 5 ascetas y prestó especial cuidado a La Impermanencia. Esta primera noble verdad establece que "Dukkha" es un estado universal y omnipresente, que puede ser explicado con una extraña pero hermosa metáfora que nos pregunta: ¿Qué queda en la última vela, de la llama de la primera vela que encendió otra vela, que a su vez prendió en otra y otra, hasta el infinito? Tener conciencia del fluir de la sustancia que va de lo efímero a lo eterno, es comprender La Impermanencia. Único lugar intocado por el tiempo.
“Escribir a n, n-1, escribir con slogan: ¡Haced rizoma y no raíz, no plantéis nunca! ¡No seáis ni uno ni múltiples, sed multiplicidades! ¡Haced la línea, no el punto! ¡La velocidad trasforma el punto en línea! ¡Sed rápidos, incluso sin moveros! Línea de suerte, línea de cadera, línea de fuga… Haced trazos de mapas y no dibujos ni fotos. Sed La Pantera Rosa, y que vuestros amores sean como los de la avispa y la orquídea, el gato y el babuino”, recomienda Deleuze, tal vez para cabalgar sobre la línea de La Impermanencia, como en el cuento hindú que habla de un sujeto conocido como el viejo del río, porque se movía a su propia velocidad, mientras el río se movía con él; por lo que era difícil encontrarlo, pues nunca estaba en el mismo sitio, siempre a contra corriente como un pez.
En cierta ocasión J. L. Borges, en el segundo poema de los dones, se refirió a la música como “esa misteriosa forma del tiempo”, lo mismo pude decirse de la vida personal y la de los procesos sociales. Un tiempo que pasa atravesándonos transversalmente a distintos ritmos, y en su transcurrir, construye las ambiciones humanas- y como todas las ambiciones, fútiles y ambiguas. Pura ilusión. Fue Fausto, quien quiso gritar: “¡Detente instante, porque eres tan hermoso!”. Este despropósito, este anhelo es tal vez la diferencia entre la pasión revolucionaria y el pensamiento conservador. Con ello en cuenta, cierto erudito francés describió que el dolor es como “cualquier sensación o experiencia corporal que se prolonga demasiado tiempo”. Kierkegaard comenta que para salir de tal dolor, el Don Juan mozartiano, en el último magistral movimiento, llamado “escena de la champaña”, invita a vivir celebrando, en actitud de regocijo y de eterna despedida, pues nunca hay fin, sino comienzo.
Si uno tuviera en justicia ante los dioses, el poder hacer observaciones, yo reclamaría a quien corresponda, el derecho a que la vida, -todo un regalo- transcurra como una jubilosa y mágica expedición a lo desconocido; y si ya es así, ¡pues qué bien! El sabio G. Simmel, acercándose a la primera llama, lo resume de este modo: “Quisiéramos probar las grandes pasiones, las exaltaciones inauditas… pero su producto no es más que la memoria de lo que de ello queda para nutrir de experiencia a otros y otros; para alimentar las horas tranquilas, innominadas, uniformes que también nos tocará vivir. Demos gracias a la amistad de los instantes, lugares y personas que nos abrieron los ojos para percibir profundidades y bellezas, que produjeron tal o cual interpretación exagerada de las cosas y aprender a vivir”. Sin esta comprensión estética el mundo se torna lúgubre y aburrido, como una oficina pública; pesado como un bostezo; con Nietzsche, eterno retorno de la voluntad de poder sobre si misma; con él digamos: “…Y ya que no podemos ser eternos seamos al menos excesivos, pues los extremos son homenajes soterrados que rendimos a la eternidad”.

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