jueves, 8 de mayo de 2008

La pregunta por la libertad (La Quinta Columna, 08/05/2008)

Vivimos atrapados por un universo de posibilidades más o menos finitas desde el punto de vista de la producción del pensamiento. Hasta que, al borde del límite, hendimos la fractura. Entonces, se produce el estallido, la emergencia, la crisis que hace posible dar el salto y flanquear en una línea de fuga el cuerpo físico de “lo posible”.
El tiempo de una época es la materia prima de la extensión y naturaleza de la pregunta que gobierna el arco existencial de un problema. La pregunta es el lugar de no sutura, de brecha y apertura hacia otros confines.
Los movimientos sociales, las irrupciones esporádicas son tanteos de propuestas que invaden el escenario. No más que intentos, aproximaciones provisionales y sucesivas de un puñado de respuestas posibles que acompañan el recorrido de la pregunta. Lo que va surgiendo es parte de una trama de acontecimientos de la respuesta que vamos construyendo. La desmesura torpe, algún fracaso, no hace más que subrayar y actualizar la pregunta misma sin sepultarla, obligando por ello, a una nueva generación a intentarlo otra vez. Los fracasos son pliegues de la pregunta sobre sí misma, cicatrices dolorosas pero orientadoras; marcas, archivos y memorias que la pregunta levanta junto a sí, para ayudarnos y facilitar el transito hacia nuevas salidas del acertijo. Cuando se instaura una interrogante gobierna una era desde sus seguridades (nada más peligroso que una certeza). Para subvertirla hay que instalarse con la duda allí en el terreno e ir cristalizando bosquejos de respuestas, una pre-visión que va tirando de obsesiones fantasmas para acosar el sueño tranquilo del transcurrir de un tiempo. El sujeto de la respuesta no está predeterminado ni tiene la llave mágica. Más bien, como un malabarista, juega con pequeños bloques flotantes de experiencias, reflexiones, prácticas, discursos, que se van ensamblando para abatir a la pregunta por un tiempo, antes de que ella se levante nuevamente. Esta es la naturaleza de los cambios epocales: Un trance, un lance de dados. “Nada tenemos salvo el tiempo”, diría Baltasar Gracián. Tiempo de la producción de la pregunta y de aquello que la responde al tanto que la interpela.
Hay que hurgar para averiguar cuánto hay de vivo, de actual y de herencia. Qué queda de aquella maravillosa explosión y revuelta que hoy forma parte de los mitos e imaginarios de la izquierda libertaria. “Marcó una brecha. Hizo que nuestros cuerpos se separaran y movieran más rápido que nuestras cabezas”, afirmó una vez Daniel Cohn Bendit, y eso fue posible, gracias a que se trató de una contestación que por instantes se instaló en el límite. En su libro Psychiatrie und Klassen-gesellchaft, Eric Wulff afirma que durante aquellos días se debilitó la normopatía intrínseca de la sociedad, es decir, por unas horas fue sitiada la fortaleza amurallada de “la vida normal”, sembrando por un largo aliento la duda irónica e irreverente contra el poder y la autoridad del Dictat del capital. Eso es suficiente. Por ello Mayo del 68, forma parte de las múltiples formas de ver y de sentir que acompañan a los distintos tiempos de un tiempo plural, que se enfrenta al tiempo reducido a uno, que existe a favor de la lógica uniformadora del mercado. Poco a poco se van produciendo cambios en los recuerdos, suerte de “correcciones perceptivas”. Sin embargo, en las subjetividades rebeldes todavía arden las barricadas y se escucha el grito: “¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!”.

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