miércoles, 15 de noviembre de 2006

CRÍTICA DE LA RAZÓN MEDIÁTICA
PRIMERA PARTE. Ensayo III

III
UN ACERCAMIENTO CRÍTICO A LAS TRADICIONES TEÓRICAS EN EL CAMPO DE LA COMUNICACIÓN

Muchos de los más sabios y eruditos
se adhirieron al nuevo método de expresarse por medio de cosas:
lo que presenta como único inconveniente,
el de que cuando un hombre se ocupa de grandes y diversos asuntos
se ve obligado, en proporción, a llevar a espaldas un gran talego de cosas,
a menos que pueda pagar uno o dos robustos criados que le asistan.

J. Swift.
Los cambios ocurridos en el globo son , para algunos entendidos, anunciadores del fin de los paradigmas sintéticos con los que nos acostumbramos a pensar el mundo, por lo que pareciera que ya no hay lugares desde donde fundar lo que pensamos y decimos, ni siquiera en la especulación a muerte, que propone Baudrillard. Desde la caída de Europa del Este, hace casi tres décadas, se ha abierto la compuerta a represados charlatanes y oportunistas de oficio, para el ejercicio de su jerigonza optimista.
Discursos optimistas o la ironía de un escepticismo militante y conservador, invaden el mapa político y las propuestas teóricas, paralizando la búsqueda de alternativas críticas, escamoteando los problemas y sepultando interrogantes nuevas y viejas que han quedado sin responder. Su resultado es el mismo: todo esfuerzo queda tapiado bajo el pragmatismo.
Habitamos un mundo massmediatizado y esto ha disparado el proceso de racionalización que anunciara Weber, de un modo acelerado1. Toda actividad humana va quedando atrapada en el interior de ese dominio, hasta colonizar por completo el «mundo de la vida» (Habermas). Asistimos a un momento del descentramiento que se expresa en algunas reflexiones como realizado sentimiento de pérdida.
Tal momento tiene en el proceso de subjetivación e individuación, su situación terminal. Muchos investigadores se sienten pasajeros de un planeta errante y sin salidas. Es por eso que, tal vez y paradójicamente, el pensamiento recupera un papel protagónico en la comprensión del mundo y su devenir. Así mismo, nuevas formas de resistencia fundan la utopía que se abre paso en feroz combate con la visión dominante.
En el centro de esta problemática se encuentra la comunicación social. El estudio de los procesos comunicativos está dejando de ser un ejercicio retórico que habla de “base” y de “infraestructura”, de efectos y de medios de masas, desde las relaciones de propiedad, para dar paso a un momento de la discusión donde se juega la suerte de un proyecto ético y político. Para investigadores como Ignacio Ramonet, el asunto tiene magnitudes aún no calculadas:
  • El desarrollo actual de la informática y sus implicaciones en el campo general de la comunicación, constituye uno de los grandes acontecimientos de ruptura social en la historia de la humanidad. Inaugura una revolución radical comparable a la revolución industrial; de hecho, la magnitud de esta nueva revolución es muy superior, puesto que se sitúa concretamente en el punto de intersección de cuatro transformaciones convergentes: social, económica, técnica y cultural.2
Sin embargo, la mayor parte de los teóricos que se reclamaban de un pensamiento crítico, hoy se baten en retirada, repitiendo letanías, en el mejor de los casos, o apelando a bálsamos consoladores, cuando no guardan silencio o se incorporan jubilosos a las nuevas prédicas que ensalzan las ventajas y maravillas de las nuevas tecnologías y su capacidad para la democratización, incurriendo en lo que Marcuse llamaba la inconsistencia metafísica tecnológica. Para nosotros algunas de estas formulaciones, particularmente, las corrientes norteamericanas de los años ’40, ’50, ’60 y ’70, no son más que silencio. Regodeo estético que anuncian un profundo esperar. Actos de paciencia o de contemplación, nada más, como diría Nietzsche.
Hoy, la visión dominante que gobierna la investigación sobre la comunicación mira mal todo aquello que no esté referido a “las potencialidades de los nuevos medios”, dejando de lado toda discusión que pretenda asegurarse un espacio de confrontación en torno a problemas como la naturaleza del lenguaje, los intercambios simbólicos, el comercio y la economía de las relaciones lingüísticas, y, en fin, un sin número de caminos dilemáticos que intentan profundizar la reflexión.
Para ello resulta necesario un acercamiento crítico al campo de la comunicación y a sus tradiciones teóricas y filosóficas fundamentales: en especial a la constituida por los aportes de la Escuela de Frankfurt y la llamada Escuela Americana, cada una en sus cascadas y derivaciones.


La Escuela de Frankfurt y sus críticos

En la producción inmaterial, los productos ya no son más objetos materiales,
sino nuevas formas sociales (interpersonales); en resumen,
la producción inmaterial es directamente biopolítica, la producción es de vida social.
Fue Marx quien subrayó cómo la producción material
es siempre también (re) producción de las relaciones sociales dentro de las cuales ocurre.

S. Žižek

La Escuela de Frankfurt, en repetidas oportunidades, ha sido criticada por su presunto exceso de “culturalismo”; por su escepticismo apocalíptico de carácter nietzscheano, ante las crecientes demandas de la industria cultural y ante el desborde de la sociedad de masas; al igual que por cierto psicologismo al que finalmente quedarían reducidas muchas interpretaciones de dicha corriente.
A los teóricos de la Escuela Crítica se les ha cuestionado, casi siempre de manera infundada, otras veces desde el oportunismo tradicional y en no pocas ocasiones, con serias formulaciones. La crítica fundamental se refiere a la “esterilidad” de sus propuestas, las cuales no serían fecundas para fundar lo alternativo, aunque a veces tras esta crítica se esconde un interés conservador.
Reseñada la crítica, asumida en su totalidad y con todas sus consecuencias, hay que decir también que, a nuestro entender, el esfuerzo de Adorno, Horkheimer, Marcuse, Benjamin y otros investigadores de esta corriente, no parece haber sido bien leído por los estudiosos de la comunicación de nuestro terreno concreto que es Venezuela. El esfuerzo de estos autores reside en «una crítica total de la sociedad moderna y de su cultura»3 y en un replanteamiento de la teoría en su sentido kantiano de crítica. Veamos un ejemplo: durante los años 70, la teoría crítica fue cuestionada de buena fe por la izquierda latinoamericana, agrupada en lo que se conoció como Escuela Latinoamericana.
El punto de discordia radicaba en las postulaciones de los autores de Frankfurt con respecto al abordaje del pensamiento de Marx y Hegel. En este sentido hay que rescatar algunos trabajos de M. Bisbal, en los que guarda distancia de esta corriente y, sin embargo, los reivindica como parada obligada en la formación del comunicador y del investigador de la comunicación. En este autor, hay una suerte de pensamiento postfrankfurtiano, más apegado a los aportes de Benjamin.
Se decía entonces, desde el marxismo dogmático, que el marxismo era particularmente interpretado por el pensamiento frankfurtiano al destacar, fundamentalmente, los problemas de la alienación, de la ideología y de los aparatos culturales, sin recuperar la dimensión crítica de Marx en su construcción del “ser social” y los momentos de desarrollo histórico de la praxis. Es decir, los pensadores de Frankfurt dejaban de lado la lucha de clases, la mercancía y los aparatos de Estado.
En este sentido, Alberto Aoún en su tesis Sociopolítica de la comunicación, apunta observaciones importantes sobre las limitaciones de algunos autores latinoamericanos en su comprensión de la Escuela Crítica:
  • No obstante a esa intención radical, que debía ajustar las hipótesis a las circunstancias específicas de la tradición histórica y de la tradición intelectual occidental en las ciencias sociales, aunque bajo el signo opuesto a la crítica negativa. Esto determinará la persistencia de ciertos obstáculos, propios del desarrollo intrínseco del pensamiento ideológico-teórico europeo y posteriormente del norteamericano, y más aún la persistencia aparentemente inevitable de una dependencia aunque fuese con el presupuesto de una racionalidad más adecuada a la compresión en su totalidad de los fenómenos de nuestra realidad...4
Sin embargo, en una nueva lectura de la Dialéctica Negativa de T. Adorno, de la Dialéctica del Iluminismo de Adorno y Horkheimer, y de algunos trabajos de Marcuse, se encuentran sugestivas ideas para una postura impugnadora, que escasamente fue encontrada por los investigadores del continente. Para nosotros, la Escuela de Frankfurt promueve una postura “ecológica” del hombre en conflicto con la naturaleza y este es un momento de ruptura epistemológica que queremos rescatar:
  • Lo que La Escuela se propone es la reconciliación entre la humanidad y la naturaleza, dejando abierta la posibilidad de la existencia de una razón liberadora. El punto de partida de ese encuentro lo establece en el imprescindible respeto y reconocimiento de esa parte esencial de la humanidad, que es la razón subjetiva y el estímulo a la razón crítica.5
Siguiendo con la tradición adorniana, la industria cultural, es decir, el proceso global de producción-reproducción de la vida material y espiritual conforme a la naturaleza de la lógica de mercado, supone la superación de la idea de cultura de masas. La superación de una noción según la cual, espontáneamente, ocurre la producción cultural en tanto la sociedad se masifica. La idea de la cultura producida y produciéndose conforme a una gramática generadora de sentido, matriz civilizatoria de unas relaciones que Marx llamaba mercado, asegura la existencia de un dispositivo cultural dominante. Este será el punto de partida para autores como Bourdieu, como veremos más adelante.
Atrás quedaron los tiempos del optimismo de la metafísica teleológica de los positivizadores de Walter Benjamin que, en interpretaciones posteriores, han querido confrontarlo con el resto de la Escuela y presentan la teoría crítica como un momento superado y un prejuicio esteticista de las elites. No comprenden el papel de la voluntad ético-política contenida en una corriente que, por supuesto, no aspira a ninguna homogeneidad. Adorno y Horkheimer saldaron cuentas con estas posturas, al anunciar que la lógica estética de la sociedad de masas era una dimensión distinta que anunciaba el fin del arte y su subsunción, en términos del primer Marx, al sentido socialmente producido del mundo industrial, en tanto que generalidad de lo real concreto, sin negar la posibilidad de formaciones estéticas de ruptura que, como zonas de resistencia, pudiesen emerger en contradicción y desde la misma matriz de sentido del mercado.
Decía Adorno que la industria cultural opera con una lógica doble: la introducción en la cultura de la producción en serie -con lo cual se tacha todo aquello en razón de lo cual la lógica de la obra se distinguía de la del sistema social- y la imbricación entre producción de cosas y producción de necesidades, por la que la fuerza de la industria cultural radica en su unidad con las necesidades producidas.
En ambos aspectos, la racionalidad técnica es igual a la racionalidad del dominio mismo. Por ello, como advierte Alain Touraine: «La influencia de la escuela de Frankfurt fue y sigue siendo considerable, pues una sociedad dominada por la producción, el consumo y la comunicación de masas tiende a reducir a los individuos a papeles que otros definieron por ellos».6
En ese sentido, no encontramos, a diferencia de otros análisis, mayor contradicción entre Adorno y Benjamin, quien pensaba que los modos de percepción y asimilación del juicio por parte del público, quedaban mediados por la presencia de las nuevas formas culturales en lo cotidiano, reivindicando un lugar de reinvención de un imaginario distinto a la razón instrumental. En todo caso, entre Adorno y Benjamin hay un debate inacabado que sigue siendo necesario.


Masas e Industria


En los orígenes históricos del régimen capitalista de producción,
y todo capitalista advenedizo pasa, individualmente, por esta fase histórica, imperan,
como pasiones absolutas la avaricia y la ambición de enriquecerse;
pero los progresos de la producción no crean solamente un mundo de goces.
Con la especulación y el sistema de crédito,
estos progresos abren mil posibilidades de enriquecerse de prisa.
Al llegar a un cierto punto culminante de desarrollo,
se impone incluso “una necesidad profesional” para ”el infeliz” capitalista,
una dosis convencional de derroche, que es a la par ostentación de riqueza y, por tanto, medio de crédito.
El lujo pasa a formar parte de los gastos de representación del capital.

C. Marx


Adorno se pregunta en qué medida las reacciones del público masivo son generales o específicas, y «en qué medida el hábito de mirar la televisión sirve a la postre a la necesidad de matar el tiempo libre carente de sentido»7, advirtiendo que la industria de la cultura:
  • …reduce aún más a los hombres a un comportamiento inconsciente, en cuanto pone en claro las condiciones de una existencia que amenaza con sufrimientos a quien la considera, mientras promete premios a quienes la idolatran. Los límites entre lo que es imagen real y lo que es fantasía son borrados de la conciencia: la imagen es tomada como un trozo de realidad, como una especie de habitación suplementaria que se compra con el aparato.8
Partiendo de la idea de caos cultural -la pérdida del centro, la dispersión y diversificación de los niveles culturales, el desencantamiento weberiano-, los fundadores de la Escuela de Frankfurt, afirman la existencia de un sistema que produce y regula esa dispersión. Esta sería su lógica de sentido. Así, reducido a cultura producida -merced de la doble lógica de la industria cultural-, en los mismos términos del mercado, el arte mismo, en una visión absolutamente radical, se hará «accesible al pueblo como los parques». Es decir, el arte se hace mercancía ofrecida al disfrute de todos, introducida en la vida como un objeto más, desublimado, de modo que con la degradación de la cultura a bien cultural también se degrada su expresión filosófica como valor cultural, «su razón de ser».
Es posible que esta visión urticante pueda ser preterida por su absolutismo maniqueísta; sin embargo, una lectura desprejuiciada puede permitir extraer la intención contenida en su fuerza expresiva. En un mismo movimiento, Adorno observa cómo la industria cultural banaliza la vida cotidiana y positiviza el arte: «Contra toda estética idealista hemos de aceptar que el arte logra su autonomía en un movimiento que lo separa de la ritualización, lo hace mercancía y lo aleja de la vida».9
La creación del concepto “industria cultural”, supone un avance sobre las anteriores teorías de la cultura y abre la posibilidad para el estudio de las formas de producción y consumo como formas generales de la constitución del sentido, pues, permite analizar «la producción industrial de bienes culturales como movimiento global de producción de la cultura como mercancía»10, entendido este movimiento como la racionalidad de las formas de dominación propias de la formación social capitalista.
Sin estos pasajes, sería imposible una lectura crítica de Benjamin, quien destaca en sus observaciones los residuos de historia que contiene la fibra contradictoria de la Industria Cultural, desde donde se puede restituir la totalidad perdida a partir de los efectos de superficie que se manifiestan como rasgos culturales. Junto a Husserl y su fenomenología, Benjamin consigue exponer un nuevo campo de teoría crítica, que lleva a Marcuse a su concepto de hombre unidimensional o instrumental, junto a todas sus creaciones.


La ilusión como performativo

La ilusión es un fantasma y como todo fantasma
está destinado a desvanecerse de un momento a otro.

R. Goubern


La pregunta, antes de rechazar de plano a los frankfurtianos es: ¿qué es la forma-mercancía, qué es un objeto-signo, en qué movimiento se produce esta doble articulación y surge un régimen de sentido?:
  • Hay que reconocerle a Adorno el haber sido el primero en plantear, de forma explícita, la relación de los medios masivos con la economía de mercado a través del concepto de industria cultural. Con él, Adorno hace pedazos el culturalismo y su intento de abstraer ‘los productos del espíritu’ a la lógica de la mercancía como objetos puros, separados del proceso social. Pues la lógica de la mercancía es, desde luego, otro principio organizador de lo real y, tal vez, un principio dinámico y totalizador.11
Lejos de funcionar como un giro del lenguaje, la noción de sociedad industrial, implica la de industria cultural como herramienta que revela exactamente que lo mercantil no es algo que venga a añadirse a los productos o a las técnicas ya construidas, sino que es la forma misma de su producción, pues «en la industria cultural los productos del espíritu ya no son también mercancía sino que lo son integralmente»12. A este comentario, algunos teóricos han tratado de añadirle un condimento culturalista o elitesco de carácter aristocrático por parte de los frankfurtianos. Pero, para nosotros, estas críticas no han sido capaces de hacer énfasis en la carga ético-política de dicha categoría, a lo que invita Zallo cuando afirma: «A pesar de la dificultad para trazar un límite que defina lo que es o no cultural, y lo que es o no industria en el ámbito de la comunicación, se adoptará el término industria cultural propuesto por Frankfurt, pues es lo suficientemente amplio y preciso al mismo tiempo, como para construir un punto de partida».13
De lo que se trata, entonces, es de asaltar el sistema de representaciones a partir del cual cada civilización se asegura su reproducción. Eso que Maffesoli y Balandier llaman dominación. Es decir, control por parte del sistema de representaciones colectivas y violencia simbólica sobre el mundo estético-perceptivo de los individuos. Por ello, con toda la precaución para la comprensión de este tiempo, es útil recordar la reflexión del Martín-Barbero de los ’70 acerca de la «forma mercancía» que encierra un discurso ritual y un principio organizador que transforma sistemáticamente las cosas, operativizándolas al interior del modelo de representaciones como máquina productora de dispositivos:
  • Y ello a través de un proceso de lenguaje, de semantización en el que los juegos de palabras, las hipérboles, los procedimientos de adjetivación, son aparentemente inocentes en proceso, pero sin poder ocultar del todo la ‘marca de fábrica’ esa ideología que se empeña en zanjar semánticamente las diferencias sociales a la vez que las ensancha.14
Ningún bien le hace a la teoría crítica pensar en términos positivistas los postulados de Frankfurt, es decir, suponer que Adorno, por ejemplo, se escandalizaba por la banalización de la cultura o por la excrescencia de algunos productos, más allá de la ironía. En la Teoría Crítica hay una toma de partido, por supuesto, pero, sobre todo, un modelo de aproximación a lo mediático como sistema global de mediaciones a la que no escapa el arte. Modelo y circuito, dispositivo y objeto referencial del “gusto”. Elemento sobre el que reflexiona Adorno: «El gusto es el sismógrafo más preciso de la experiencia histórica; a diferencia de casi todas las demás facultades, es capaz de registrar aún su propio comportamiento reaccionando contra sí mismo, reconoce su propia falta de gusto»15. Conseguimos aquí otro punto de partida para los posteriores trabajos de Bourdieu, por ejemplo.
Habría que releer –siempre es buena una segunda lectura– a Marx, para comprender el proceso de fetichización de la mercancía. Saber de nuevo, cómo la mercancía aparece en su forma abstracta, separada del proceso social y cómo el trabajo pasado que contiene, se desdibuja de la forma valor, es decir, la opacidad. La forma mercancía es, en sí misma, opacidad generalizada y dispositivo organizador del tráfico social. Bajo esta óptica, Eliseo Verón describe el proceso de producción de los discursos y da cuenta de la manera como se comporta el campo de representaciones como producción16, recordando al respecto que Marx, en La Sagrada Familia, aborda los productos de la cultura con timidez, pero es capaz de reconocer «el momento material-cultural de la civilización en su forma sublimada», es decir, como discurso social producido y produciéndose.
Andy Warhol, por ejemplo, no tenía el problema que tienen algunos con el aura, pues sabía que en la obra de arte existe un doble movimiento: dentro de lo social, pero separada a la vez de toda relación social, toda vez que ella misma es su espacio metafísico, porque es una mercancía peculiar que sintetiza la relación social abstrayéndola y aboliendo al trabajo como sustancia. Es el momento de la sacralización y mitificación de la opacidad. Lo abstracto-concreto del arte es un trance que se resuelve en el mercado del gusto.
Puede sostenerse, así, que la discusión prejuiciada sobre el arte y su massmediatización viene dada por el desconocimiento o la incomprensión del concepto foucaultiano de dispositivo y, más específicamente, de campo de dispositivos, donde cabe el mediático-cultural, tal y como veremos más adelante.
El problema de la originalidad de la pieza de arte o de la obra que sea, hay que verlo a la luz de la relación social, es decir, de la entrada en acción de dispositivos de territorialización y desterritorialización puestos en juego en los campos culturales, sean estos lisos o estriados, de los residuos de proposiciones didácticas, los escenarios y los procedimientos de los discursos y del universo referencial de los principios desde donde se le otorga validez a los registros materializados en objetos-signos y a sus foliaturas. Por eso, la obra de arte es también objeto y por más que se produzca a través de distintos instrumentos técnicos, en masa o individualmente, sigue siendo la misma: relación social encubierta en su forma banalizada, o sea mercancía, que depende de unas prácticas, ciertas performatividades y fuerzas que ponen en acto (actualizan) al discurso estético dentro de un juego de legitimidades. Por supuesto, esto tiene sus bemoles en cada fase del debate estético propiamente dicho.
Sin embargo, hay quienes siguen pensando en la existencia de exquisitos productos únicamente para el espíritu, instalados en una mentalización que supone la separación entre agenciamiento material y equipamiento de los dispositivos subjetivos. Indudablemente, la creación estética es más o menos arbitraria, pero siempre mediada como queda demostrado en la historia del arte. De todos modos, se pueden conseguir momentos de ruptura y separación, que nos permiten explicar las tensiones producidas con el tránsito de un campo cultural a otro.
Llegados a este punto puede comprenderse que las prácticas sociales massmediáticas van más allá de la simple constatación de un buen o mal cuadro, o de un mediocre o interesante programa de TV, según se vea. Pongamos un ejemplo para liberarnos de la falsa oposición: El rectángulo de la TV, de las fotografías o de las pinturas es un hecho cultural. Un espacio convencional que obedece a una operación de economía del signo que ya ha sido cartografiada por numerosos autores. De manera que aquí nada es natural, ni viene dado como determinación, pues se trata de una invención que obedece a la lógica de la racionalidad geométrica y a los imperativos de la civilización técnica occidental: «El cuadro rectangular no corresponde en nada al campo natural de la visión».17
Sin embargo, este hecho impregna a la cultura de un nuevo momento de simbolización y de nuevas propuestas estéticas de reconocimiento, un nuevo tiempo de lectura de la imagen y del movimiento, un sistema de encuadre y recorte, y una gramática de la huella que pasa de lo emblemático a lo semiótico y crea nuevas posibilidades de fuga e incluso de ruptura del adentro y del afuera, y es de suyo línea de enunciación y demarcación. Es decir, una investigación que quiera ceñirse firmemente a la compresión de lo massmediático tiene que tomar en cuenta la nueva configuración de mundo que se produce a través de sus múltiples relaciones. Hablar de un mensaje positivo u objetivo y demás jerigonzas consoladoras es una referencia que no mira más allá del modelo lasswelliano y que sólo es permitido en el discurso político cotidiano para abreviar las cosas.
Algunos teóricos perspicaces se apartaron de este debate estético y la emprendieron por el derrotero de la crítica política de la alienación, pero se dieron cuenta que seguir hablando de los medios como aparatos técnicos de manipulación era demasiado táctil y, tal vez sensual, o constituía un psicologismo conductista que dejaba muy mal paradas las intenciones críticas. Por eso han desplazado sus análisis al territorio de las capacidades estéticas y poliperformativas de los massmedia.
El problema está en que la idea de sentido no es considerada por Benjamin de manera consistente, menos aún cuando supone que el individuo es quien actualiza lo producido y que la reproducción técnica separa la obra de arte del ritual y la emancipa liberándolo de lo social. Habría que preguntarse si algún producto cultural preexiste fuera del ritual universal del mercado y de los procesos de valorización de los dispositivos maquínicos culturales. Esto no es un determinismo, es una determinación de lo real. Sin embargo, a este respecto dirá Benjamin, coincidiendo con Adorno en que: «No existe documento de cultura que no sea a su vez documento de barbarie, no es tampoco el proceso de la tradición a través del cual se pasa de lo uno a lo otro. Por eso el materialista histórico se distancia de él en la medida de lo posible. Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo a contrapelo».18
Benjamin entiende la crisis de la cultura moderna como el producto de la modernidad tecnológica que termina por implicar también a las formas de producción de arte19. Dirá que el aura es un evento no mediable pues es en sí misma historia, experiencia y ritual, y:
  • … la reproducción perfecta de una obra de arte carece de un elemento, su presencia en el tiempo y en el espacio, su existencia singular en el lugar que acontece... La autenticidad de una cosa es todo aquello que es comunicable desde su origen, recorriendo desde su duración sustantiva hasta el testimonio ante la historia que ha experimentado... y lo que verdaderamente arriesga cuando el testimonio histórico resulta afectado es la preeminencia del objeto.20

Pero Benjamin también reconocía que la obra de arte queda en una disyuntiva, pues la reproducción hace añicos su estructura original, la sumerge en otra lógica de distribución simbólica y ritual que transforma radicalmente su circunstancia existencial. Más adelante aclararemos esto cuando hablemos del signo, sus estrategias al interior de un régimen de sentido y del modo como se produce su significado en la medida que se reterritorializa.
Baudrillard, en su libro El sistema de los objetos, tiene claro el papel del ritual en el proceso de circulación de la mercancía y particularmente de esa mercancía-cliente, reproductora, que es el consumidor mediático. La idea del simulacro es aquí una pista para pensar la reproducción. Claro que la percepción de la obra de arte, desde su producción y circulación, cambia en la era de la reproducción en masa, pero también ha cambiado la naturaleza de los sujetos colectivos y de los procesos perceptivos y de intercambio. Por ejemplo, las antigüedades recrean la paradoja de la pieza de arte. A esto hay que agregar que todo objeto contiene lo social, es texto y contexto, valor y relación sublime.
Omar Calabrese asegura por eso que la estética de la mediática y del mundo cultural propiamente tal, se reduce de este modo a un mismo sistema de sentido. Y Jaques Attali, en 1492, explica, por ejemplo, el papel del artista en el renacimiento y por qué surge la obra de arte como necesidad social de las representaciones colectivas en la primera modernidad, su forma de significar y lo que ahora pasa con ella.
Considerando, pues, los desarrollos teóricos posteriores, puede sostenerse que lo que Frankfurt anuncia es la manera por la cual la estética como construcción de discurso de la distinción llegó a su fin, en cierta forma, con la Industria Cultural, al mutar y entrar en una nueva lógica.
Por ello, seguir pensando desde un Benjamin positivizado, implica no comprender por qué el shock cultural que se le asignaba a la obra de arte, es ahora sustituido por la forma valor que puede atribuírsele a cualquier lata o contenido mediático. Es decir, el aura ha dejado paso al stock del valor cultural como mercancía acumulada, donde lo cotidiano del goce no se juega como espacio estético sino como lugar de reproducción y consumo de valor, sustrayendo la idea de goce estético a la de la subsunción a la forma mercancía, sujeta a la lógica de mercado, síntesis de la separación y subsunción del trabajo concreto. O, para decirlo de otra manera, síntesis del surgimiento de la subjetividad del trabajo, en su forma abstracta: valor-capital, capital-valor, tal y como lo planteara Marx en su teoría del valor21 lo que involucra la recuperación de la subjetividad por la lógica de sentido de la totalidad y la incorporación de todo lo existente a determinados circuitos de mercado.
Hay que admitir, entonces, que la cultura de masas en su mutación hacia la industria cultural desdibuja y asimila en su interior a todos los bienes socialmente producidos en el orden fantasma de la mercancía. En este sentido, son igualmente ingenuos los que piensan que el relativismo cultural es positivo, los que piensan que es negativo y los que siguen creyendo en el arte sin más. Pero también están los que apuestan al caos de la diversidad como posibilidad emancipatoria, al estilo de García Canclini o de Vattimo. Cada una de estas propuestas es interesante desde el punto de vista de la desterritorialización que ellas producen respecto del debate iniciado por la Escuela de Frankfurt.
Ciertamente, desde tales propuestas, puede sostenerse que la lógica de sentido dominante organiza por caotización, saturación, exceso, diferenciación y por ley del olvido y actualización. La homogeneización reterritorializa la proliferación de la diferencia, es decir, la diferencia y la diversificación se incorporan a la lógica de sentido que desdibuja su potencia para el rescate de las zonas malditas y de los discursos bastardos y marginales. Esto no hace más que hacerle gracias a la lógica de mercado. Y así como hay quienes siguen pensando que una ópera es un valor social más elevado que una pieza de merengue, hay quienes aspiran a unos medios dúctiles desde donde la voz de lo diverso, que sería ahora lo democrático, a falta de otra utopía, sea la referencia emancipatoria. Aunque puede admitirse que eso ya sería algo en un momento tan unánime.
Rorty diría que las fuerzas desencantadas de la modernidad han tocado el aura de la obra de arte y por eso se funda un “todo vale”. Para nosotros, las cosas son de otro modo. Las esferas ética, estética y política, nunca habían estado tan juntas. Precisamente, lo massmediático actúa como catalizador, pues se trata de un fenómeno que gramaticaliza al orden de sentido dentro de un régimen, dándole dimensión y espesor al dispositivo maquínico que llamamos cultura. Acercarse a este estado de la cultura significa ver el fenómeno mediático de una manera un tanto weberiana, entenderlo como fase terminal del destino del arte y de buena parte de los objetos culturales. Los destinos que toman las prácticas y sus distintos meandros no contradicen esta lectura general, por el contrario, afirman la posibilidad emergente de los consumos culturales que pueden, o no, ser zonas lisas de resistencia o de ruptura, ante el orden estriado del corte mediático.
Entonces, ¿qué leen los benjaminianos positivistas? En el fondo son habermasianos que siguen apostando a la comunicación-acción como alternativa, al acto de habla que nos autorice como locutores legítimos, a la transparencia del sentido y a lo mediático como prolongación sensorial de la subjetividad. Defienden la posibilidad de que la civilización le otorgue a los medios actuales la posibilidad de auto-emanciparse, en un último movimiento. Por eso, precisamente, siguen atados, de algún modo, a la teoría de los efectos.
La apuesta a que los distintos grupos sociales puedan resistir o refundarse desde sus mundos de vida -que el marketing llama estilos de vida, es decir, organización de los hombres por su decisión de consumo-, para que hagan uso del medio de “otras maneras” o, en el mejor de los casos, aseguren un espacio que les otorgue legitimidad, creando lugares de sobrevivencia y hasta nuevas formas de intervención y acción, significa una posibilidad que sólo se asoma.
Paul Virilio diría que hay que ponerse la máscara de Casandra para mostrar la cara oculta del mercado massmediático como lógica técnica en toda su negatividad. Una lectura de los media sólo como máquinas técnicas, como aparatos, puede ser peligrosa, pues los reduce a “comodines” que se comportan de acuerdo a los intereses individuales del portador, lo que no niega, por supuesto, que puedan ser perversamente utilizados. Sobre esto, hay numerosas experiencias documentadas.
Al respecto, suscribimos la reflexión de Martín-Barbero: «… los ‘aparatos’ son la parte visible, pero su espeso tejido en malla también contiene el urdimbre de otras zonas menos manifiestas»22. Estas otras zonas remiten a los espacios y formas de ejercicio del poder, y de las resistencias. Ya lo decía Foucault, «donde hay poder hay resistencia» y se abren caminos que responden al poder23. Deleuze agregaría que «la última palabra del poder es que la resistencia es primera, en la medida en que las relaciones de poder se mantienen intactas en el diagrama, mientras que las resistencias están necesariamente en una relación directa con el afuera del que proceden los diagramas».24
Existe, por ende, un juego complejo donde los discursos refuerzan el dominio, pero en su paradoja también lo minan, lo exponen, lo vuelven frágil y permiten oponérsele. Lo que sugiere que, ante la sobre abundancia de visibilidad del diagrama de poder, siempre habrá formas de contestar al poder. Por ello, quedarse en la crítica de las maneras perversas de usar los mass media empobrece la capacidad para asumirlos como espacio de articulación, aldaba, bisagra o eslabón de cruce entre los campos y el sentido que atraviesan, por ejemplo, al dispositivo visiónico del poder del capital: «El problema de la comunicación deja de ser de contenidos significativos ya que esa perspectiva en su reducción del discurso a relaciones de significación, de lengua, de estructura, descarta su hacer, su movimiento, su trabajo...».25



El espíritu americano

El término medios de comunicación de masas
procedente de la sociología funcionalista
norteamericana de la escuela de ‘Investigación de la Comunicación de Masas’,
hace referencia descriptiva a las formas preferentes de la comunicación en nuestros días,
dicha escuela de práctica empírica,
se ha centrado en la hora de formular nociones generales,
en la elaboración de modelos parcelados de los flujos comunicativos sociales
con un acento particular en los efectos de la comunicación,
y de forma subordinada, al sujeto receptor,
pasando por alto fenómenos que hoy son objeto de atención...
tales como la reinterpretación variada de los mensajes
o la resistencia del público a los mensajes dominantes.

R. Zallo.


Mientras los pensadores de Frankfurt sostenían que la masificación industrial representa nuevas lógicas de sentido que atraviesan, incluso, a la expresión estética, reduciéndola a producción en masa -condición de la cual puede o no emanciparse y buscar canales alternativos-, para los teóricos norteamericanos de los años 40, 50, 60 y 70, con un leve giro en los 80, la cultura de masas representa la afirmación y la apuesta por la sociedad de la plena democracia. Como lo expone Martín-Barbero:
  • … fue necesaria toda la fuerza económica del nuevo imperio y todo el optimismo del país que había derrotado al fascismo y toda la fe en la democracia de ese pueblo, para que fuera posible la inversión -de capital y de sentido- que permitió a los teóricos norteamericanos asumir como la cultura de ese pueblo, la producida en los medios masivos: la cultura de masa.26

Para los teóricos norteamericanos (llamados por Eco “integrados”), lo que empezaba a cambiar no se situaba en el ámbito de la política, era un fenómeno apolítico que pertenecía al terreno de la cultura y la tecnología. Desde allí tocaba al resto de las esferas de la vida, interviniéndolas definitivamente. No se trataba solamente de una lectura que entendía a la cultura aristocráticamente, sino como «los códigos de conducta de un grupo o de un pueblo».27
Con los nuevos medios ocurrirían cambios culturales democráticos en el sentido de la masificación de nuevos dispositivos entre los que destaca el de la información-actualidad. Así, la función mediadora se muda de la familia a la escuela y de la escuela a los medios de comunicación, para volver a la familia. La crítica social también cambia de lugar: ya no es la crítica política sino la crítica cultural la que explica al mundo:
  • Aquella que es capaz de plantearse un análisis que va más allá de las clases sociales, pues los verdaderos problemas se sitúan ahora en los desniveles culturales como indicadores de la organización y circulación de la nueva riqueza, esto es, de la variedad de las experiencias culturales.28

Al respecto, Edward Shills asume que el advenimiento de la cultura de masas incorpora a la mayoría de la población a la sociedad y revitaliza al individuo, suscitando e intensificando la individualidad. La cultura de masas es la primera en posibilitar la comunicación entre los diferentes estratos de la sociedad. Y puesto que es imposible una sociedad que llegue a una completa unidad de sus campos culturales, entonces, lo importante es que haya circulación para que todo el mundo tenga acceso y pueda ascender socialmente. Este pensamiento fue dominante y sigue teniendo influencia en los que aspiran a la democratización de los medios.
Influencia, inoculación y efectos

La historia de las técnicas muestra que una herramienta
no es nada al margen del agenciamento maquínico variable
que le da total relación de vecindad con el hombre, los animales y las cosas…
Es la máquina la que hace las herramientas y no a la inversa.
Una línea evolutiva que fuera del hombre al instrumento
y de éste a la máquina técnica, es puramente imaginaria.
La máquina es fundamentalmente social y anterior
con las estructuras que atraviesa, a los hombres que distribuye,
a las herramientas que selecciona, a las técnicas que promueve.

C. Parnet

De estudios realizados por Abraham Moles -que en 1940 trabajó los campos de transferencia cibernéticos-, sobre la manera como una emisión llega a su destino sin mayores interferencias, empleando un repertorio de códigos comunes, surge la llamada Fórmula o Esquema Canónico: E–R (emisor-receptor). Más tarde, en 1949, los laboratorios Bell conseguirán que Shannon y Weaver perfeccionen este diseño incorporando la idea de ruido o interferencia. El así llamado modelo lineal pasa también por las manos de W. Shcramm quien le da forma circular, naciendo la famosa Tuba de Shcramm.
Paralelamente, inspirados en los principios liberales aplicados al terreno de la información-comunicación, en el año 44, aparecen los llamados padres fundadores. Ellos son: Félix Paul Lazarsfeld, Carl Hovland y Harold Laswell, cuyos planteamientos constituyen un paradigma que es el punto de partida de la corriente empírico funcionalista. Lazarsfeld, venido de Europa con profundos vínculos con la corriente crítica, abandona estos postulados y se propone hacer de las mediciones un método que venga en relevo de las especulaciones. Escribe The people choice, un libro sobre sondeos de opinión en tiempos electorales y el uso de los medios, y desarrolla la llamada teoría de la influencia o modelo hipodérmico, que supone un efecto directo e inmediato luego de la inoculación de los mensajes en las audiencias, tesis que luego es refutada. Havland es un psicólogo social que estudia la persuasión dependiendo del tiempo de exposición de los individuos a los medios. Mientras Laswell elabora el concepto acción de comunicación o paradigma de funcionamiento de los medios de comunicación de masas. Es decir, ellos trabajan la influencia, la circulación de los mensajes y el rol de los medios.
Luego, en los 50, Parsons, desde los modelos sistémicos, y Merton, desde el estructuralismo positivista, se encargan de darle mayor consistencia al modelo. Así, entusiastas investigadores como Berelson y Wright, llevan a cabo numerosas investigaciones cuantitativas. De Fleur29 crea la noción de retro alimentación (feed-back) o modelo isomórfico, y Dance30 le da circularidad en un espiral dinámico que sirve a Gerbner para crear el modelo psicológico conductista de la percepción.
Hovland, Lazarsfeld, Merton, McPhee, Casey, Lasswell, Wright y otros, dieron forma a un pensamiento que, desde la sociología positivista, fundaba la necesidad de abordar la comunicación de masas como un fenómeno surgido con la aparición de los grandes medios, contribuyendo así a la construcción de un enfoque que privilegia el estudio de las características e impactos de estos nuevos aparatos, considerados como soportes que pueden ser estudiados separándolos del contexto que los produce.
Esta corriente trata de responder a una interrogante general que actúa como paradigma en los estudios sobre comunicación. Se trata de un enfoque “científico”, que recogía los efectos de los medios, las actitudes de los públicos, e intentaba el estudio de los contenidos y su influencia en la creación de opinión pública, por medio del análisis de la emisión. Tal aspiración refería como método el paradigma de Lasswell: ¿quién dice?, ¿qué dice?, ¿a quién? y ¿con cuáles efectos? La intención de todo esto era lograr objetivos prácticos medibles:
  • Las premisas teóricas del proceso, sus elementos invariables y la cobertura genérica del mismo, han estado ligados, en los diferentes momentos de su estructuración, a diversas propuestas de ‘legalidad’ como modelo lógico formal, casi siempre desde los conceptos del racionalismo empírico. A título de ejemplo podemos citar los modelos matemáticos de Shannon, quien por allá en los años 50 acuñó el término ‘sociedad de la información’ en un esquema sistémico; el cibernético de Wiener, el etológico-conductista de Skinner, Schramm... 31

El énfasis en los vehículos, la circulación, las audiencias y su comportamiento, el alcance, la penetración y la exposición a los mensajes y al medio, son algunos de los tópicos tratados. Para muchos representantes de la Escuela Americana las nociones durkheimianas son familiares y, en general, le otorgan a los contenidos un valor heterogéneo, disperso y efímero. Autores como Janowitz, Schramm y Schulze32, reducen la comunicación de masas a los procedimientos difusivos de los especialistas que se sirven de los dispositivos técnicos para distribuir contenidos simbólicos a audiencias anónimas, heterogéneas y dispersas, por ello la necesidad de la redundancia, pues el contenido es irrelevante. Janis piensa, en el mismo sentido, que los medios de masas son preparatorios en el proceso de modificación de los marcos de referencia y, de allí, la teoría del refuerzo.
Carl I. Hovland33 postuló desde la corriente conductista, la revisión de los efectos de la comunicación de masas, estudios que consideró como irregulares. Pero fue Walter Weiss quien creó la llamada Escuela de los Efectos, a fin de conocer los cambios de actitud en la opinión pública34. Y luego Schcramm incorpora elementos como los de codificación, decodificación e interpretación, y descubre que es un proceso social que se desarrolla en el grupo de referencia, antes que en el individuo. Paradoja de la comunicación de masas, dirán, el receptor no puede argumentar frente al contenido, por eso es más vulnerable que cuando lo puede hacer, pero el comunicador puede perder la audiencia cuando ignora la existencia de puntos de vista discrepantes.
Ya Fredman y Sears35, sabían que los mensajes son flujos que entran al mercado especulativo de la información y desde allí pueden ser rechazados, distorsionados y, sólo a veces, producir cambios. Por eso, Fredman y Lartwright señalan que los cambios son producto, principalmente, de las emociones y, luego, de las áreas cognitivas, razón por la cual el todo no cambia si no cambian las creencias periféricas teñidas de emocionalidad. En todo caso, la información es un elemento importante a la hora de la elección. Aquí, la información discrepante sólo consolidará las creencias ya existentes, de ahí que la evidencia experimental puede ser contradictoria. Luego vendrán los aportes de Feather sobre el soldado americano, en donde, por primera vez, se habla de efectos en términos de tendencias. Estas ideas serán reivindicadas posteriormente por Robert y McCoby.
A lo que otros llaman efectos, McGuire36, también desde el conductismo, le da un carácter más abierto, lo llama nivel de influencia. Postula que debe ser estudiado el entorno individual, grupal, organizativo, social y cultural de la recepción, para desde allí establecer los impactos cognitivos, emocionales y grupales de la comunicación de masas. A este modelo lo llaman también modelo de incitación y centra su esfuerzo en los procesos conductuales de las actitudes y los sentimientos de identificación que conforman la opinión. Desde esta postura, J. T. Klapper habla de los efectos de profundidad a los que designa como modelajes.
Para Klapper, los medios actúan como agente de refuerzo y el cambio de actitud viene dado en un proceso más lento, sobre el cual es muy difícil obtener una evidencia empírica. Por eso, rechaza la influencia inmediata. Siempre opera (McGuire) la resistencia al cambio, que sólo puede ser vulnerada por la persuasión y la intensidad de la exposición al medio (Chaffe). Por su parte, Imán y Sheatsley aseguran que, a pesar de la evidencia, muchos investigadores creen que las audiencias son ignorantes crónicos que pueden ser manipulados a placer por los medios. La conversión o cambio inmediato y cualitativo de actitud no es producto de la reacción de una audiencia como un todo y depende de las experiencias personales, las preferencias y hasta de la comprensión del mensaje. De manera que, con Hovland, asumen que no se puede hablar en general sino de un conjunto de respuestas particulares. Ahora bien, el temor, el prestigio de algunos actores y la credibilidad de algunos medios, pueden crear ciertos efectos en las audiencias.
De manera que la comunicación de masas, no es causa necesaria y suficiente de la ocurrencia de efectos, omisiones o refuerzos37. En todo caso el nexo entre factores e influencias mediadoras es el que facilita el cambio en el proceso. Surge así la figura del líder de opinión y la influencia personal. Los medios, entonces, sólo podrían crear conversión en situaciones de debilidad, o crear actitudes allí donde no existen, o reforzar las ya existentes, a partir de la aprobación mediática que allí sí produciría influencia.
Schramm trata de suavizar estas afirmaciones situando la discusión en el estado de preparación para la acción que promueven los medios. Los estados aprendidos son variables a la hora de la generación de actitudes, por lo cual, los medios son espacios de condiciones para el refuerzo, la generalización de mensajes y el olvido. Katz y Lippman, desde la antropología social, introducen la noción de estereotipos y los hábitos perceptivos en la consistencia y estabilidad de los prejuicios. Se trata del enfoque funcional que entiende la acción como agregado de actitudes instrumentales, adaptativas, utilitarias, defensivas, expresivas y cognitivas.
En la misma dirección Cooper y Johoda38 introducen la problemática, siempre presente, de las condiciones en las que se presenta cierta información, por lo que no puede haber resultados a corto plazo. En todo caso, lo que sí se puede establecer, dicen, es la actitud de ciertas personas ante ciertos efectos. De ahí la necesidad de seleccionar la muestra, dado el sesgo perceptivo de las audiencias. Estas lecturas fijan las condiciones de lo que va a llamarse anclaje de opinión, el cual reduce los impactos de la comunicación masiva gracias al ruido que producen los intereses que se forman en torno a la información, dados los prejuicios y los mecanismos de evasión de los individuos.
A partir de aquí, De Fleur, Ball y Rokeach39 comienzan a valorizar las alternativas que prelan para evaluar la influencia y establecen tres momentos estructurales, condicionados por la política, la economía y la cultura general. Luego McGuire habla de tres planos o niveles analíticos de la forma de los efectos: 1) la dinámica interna del proceso, 2) la conducta de masas, y 3) el nivel cultural general. De donde los medios sólo son agencias de producción de cultura de masas40, o mecanismos de distribución de las ideas legitimadoras.
En general, casi todos concuerdan en lo que llaman las funciones normativas de la cultura de masas41: 1) distribución de conocimientos; 2) estructuración simbólica de las relaciones de poder; 3) elaboración y reconstrucción del entorno de la opinión pública; 4) entretenimiento. De ahí que G. Gerbner hablará entonces de indicadores culturales, clima de opinión y cambio de actitud.
Otros autores, como E. Noëlle-Neumann, ponen el énfasis en los medios como productores de evasión, más que como argumentadores políticos, reivindicando las primeras investigaciones de Lasswell, quien en El lenguaje de la política42, ya asignaba a los medios el papel de actualizadores de la agenda pública, pero poniendo en duda la influencia automática o la aparición de una conducta manifiesta en las audiencias a partir del contenido. Neumann habla de la espiral del silencio levantada por algunos medios alrededor de algunos temas y personajes, a fin de evitar una masa crítica de opinión pública, como forma de censura.
El llamado organicismo de Lasswell establece distintos niveles en el organismo social mediático: (a) función de equilibrio, (b) respuesta a las transformaciones del entorno, (c) proceso esencial en la vida de cualquier organismo. Este organicismo está presente en casi todos los exponentes de la corriente, para quienes los medios serían también instrumentos de poder en relación con categorías fácticas de valor, así como símbolos de identificación.
Recogiendo el trabajo de Laswell, en un intento de eclecticismo interdisciplinario, Lang y Lang43, establecen que la información contenida en la comunicación de masas es un dispositivo de búsqueda de correspondencia entre el conocimiento ya existente, la motivación y los intereses de grupo primario, que intervienen las actitudes, siempre difíciles de cambiar. La influencia de los medios debe conseguir repercusión en el grupo primario para que haya cambio, pues el grupo es un entorno de juicios y en él hay un clima de opinión dado. El grupo produce comportamientos especulativos e imitativos. En ese sentido, los medios ofrecen alternativas al mostrar formas de canalizar la violencia, invitan a la catarsis, permiten la sobre inclusión al grupo y refuerzan las expectativas, por la vía de la resonancia de los mensajes en la continua dramatización del mundo de la vida que produce la mediática.
Lazarsfeld y Stanton, a pesar de ser los más pragmáticos, nunca se opusieron a admitir que toda la acción mediática opera sobre valores y creencias ya existentes, y sobre el papel de los grupos. Mientras que Berelson agrega que las funciones personales de los individuos en la sociedad producen la diferenciación de las percepciones y la forma de utilizar los medios. La “motivación” da el rango de filtro aprobador o desaprobador de la influencia de los medios y el uso de la información para la adaptación social.
La influencia de Merton y su estructuralismo se manifiesta en las corrientes normativas que estudian la correlación entre la percepción mediática y la interiorización de las influencias externas, más allá de los grupos de referencia; y particularmente en Lazarsfeld, quien desde el 48 desarrolló y sostuvo el llamado modelo hipodérmico o de impacto. A él se le atribuye el uso, por primera vez, del término manipulación, tan en boga en los años 70 y 80. Se trata de un entorno del cual es imposible sustraerse. Es decir, un sistema ubicuo de influencia, de tránsito de la coerción directa a la indirecta y el mejor exponente de la evolución de la estructura de control. Aunque admite que el suministro de estímulos no constituye el equivalente de la producción de actitudes y conductas, sí puede explicar cosas como la aceptación o el rechazo de situaciones y actores. Estas ideas vinculadas luego a categorías marxistas, como la de la alienación, formaron parte de una amalgama de conceptos usados y mal usados por la izquierda intelectual latinoamericana hasta hoy.
La teoría de la aguja hipodérmica no tuvo mayor repercusión en otros investigadores. Siempre se pensó que no eran los discursos propiamente tales los que causaban efectos, sino la atribución de estatus, la visibilidad de los actores, la relevancia y la sanción social, la legitimidad de los actores y sus prácticas, lo que se difunde como contenido. Es decir, la capacidad de compeler a formas de la acción en la ejecución de normas sociales, a riesgo de producir cierta narcotización más allá de las funciones latentes o inesperadas y las manifiestas o planificadas. Lo que podría conducir a la inhibición social colectiva ante las alternativas.
Advirtiendo la orientación hacia formas de consenso, Hall señala44 que los liderazgos mediáticos se generan a partir de la progresiva colonización (Weber) de la esfera ideo-cultural. Los medios, dice, construyen y distribuyen la imagen de modelos y formas de existencia, cuyo significado está contenido en prácticas, formas de existencia llenas de significado valorativo. Así, el líder no es más que la síntesis recuperadora de lo fragmentario en la producción de una apariencia de totalidad. Sin embargo, la influencia de los medios es selectiva.
Janowitz, por su parte, insiste en que la mediática es un marco de referencia que permite definir, en términos liberales, las alternativas personales y, junto con Katz, plantea que todo depende del rol del comunicador, su credibilidad en cuanto que comunicante, pues también podría el medio, crear el no deseado efecto de adormecimiento, entre los distintos tipos de influencia posibles. En el esfuerzo de síntesis selectiva, los medios socializan ciertas ideas políticas y construyen realidades ocultando algunas otras al interior de una espiral de silencio. Para Klapper, la opinión pública no es otra cosa que la voz de una reducidísima, pero muy activa, porción de la población que se rige como modelo de los demás. Por eso, son expresión de la hegemonía y el ejercicio del poder, para, como dijera Durkheim, evitar la disgregación. Pero para Blumer, los medios también contienen un conjunto de orientaciones, mensajes y formas de sentido que articulan el deseo en formas de recompensa, placer, usos y gratificaciones que tienen un rol activo en el proceso de la comunicación de masas.


Problema de modelos

Llaves en el viento, incluso cuando no nos movemos,
para que mi mente huya y proporcionar a mis cerrados pensamientos
una corriente de aire puro y fresco.

S. Beckett.


Como podemos ver, estos aportes no están exentos de contradicciones. Gerbner afirma, que las complejas interacciones de lo social con lo mediático, propiamente tal, hacen del concepto público, un lugar muy anodino para la teoría, y con Tarde, advierte también sobre el papel de otras formas de comunicación.
Ello reduciría los efectos al modelo de Katz-Lazarsfeld, que concibe el impacto de los medios como dinamizadores de influencias personales, al poner a circular las opiniones dominantes que se transforman luego en poder. Berelson incorpora la idea de instrumentos para la creación de referentes valorativos y controvertidos que pueden expresarse, incluso, en espirales de silencio sobre determinados temas. Es decir, estos referentes son una comunidad de juicios y puntos de vista que neutraliza o acelera los conflictos alrededor de la metafísica del interés común. Además, Berelson y Kurt Lewin también establecen que la comunicación social formal se ve intervenida por los circuitos de la comunicación informal.
En este sentido, son importantes los trabajos de Gustavo Hernández, del ININCO-UCV, particularmente su ensayo ¿Y dónde está la audiencia?, aparecido en: Televisión, pan nuestro de cada día, una recopilación llevada a cabo por Marcelino Bisbal45. En dicho escrito, Hernández reflexiona sobre el concepto de audiencia y el uso dado por distintos autores de varias corrientes, especialmente la Escuela Americana, además de establecer el salto epistemológico ocurrido a partir de Martín-Barbero y Orozco y sus mediaciones. Hernández asegura que el uso de cada concepto tiene implicaciones epistemológicas distintas, además de contener una concepción de mundo y una manera de proceder desde el punto de vista del itinerario de método. Por lo que propone, entre otras cosas, una revisión crítica de las catedrales institucionales de las ciencias de la comunicación, para así acudir al rescate de la subjetividad. Esto coincide con lo expuesto por Roda.
Para la llamada Escuela Americana, según Rafael Roda46, no existe una teoría general de la comunicación social. La mediática sería una suerte de ambiente cultural producto de las operaciones continuas de algunos investigadores. Operaciones que podrían ser estudiadas desde sus consecuencias generales, entre las que destacan, a primera vista, la de extender los sentidos de los analizadores individuales, creando un hábeas compartido de conocimientos, experiencias y sentimientos.
En fin, una subcultura de nexos con el sistema cultural amplio en donde la formación de opinión pública y la orientación del consumo sería su principal función, junto con la creación de ideas genéricas, estereotipadas, reducidas a tópicos. Sobre esto, mención aparte merecen los trabajos sobre la persuasión de Hovland47 y los de W. Schramm, desde la óptica interdisciplinaria de las ciencias sociales, mientras que C. Metz reflexiona sobre la manera como esta corriente configuraba los campos de delimitación del objeto mediático. Sin embargo, a pesar del interesante esfuerzo de esta corriente:
  • Los estudios de efectos, los análisis de contenidos y las mediciones actitudinales por sondeos, no han pasado de ser buenos intentos ‘demográficos’, que no han aportado demasiado en la comprensión de los folios del mundo. Por eso queremos anunciar desde esta humilde tarima, que no comulgamos en el altar de las determinaciones mediáticas que construyen sus registros desde la muestra.48
El campo de estudio de las significaciones y las “comunicaciones” es un terreno explorado, casi siempre, en una sola dirección. La mayor parte de las teorías sobre el asunto pasan por alto los dominios de la vida social, donde se establecen las relaciones simbólicas y comunicativas que hacen la subjetividad. El terreno del deseo, por ejemplo, no es tomado en cuenta a la hora de producir teoría sobre el universo mediático, «y esta deseabilidad escapa al orden de la información y de la significación, de hecho, cuanto más deseable resulta una imagen, más se detienen en ella la mirada más allá del tiempo necesario para agotar su contenido informativo y significativo».49
La mayor parte de las investigaciones en pie, no toman distancia del lenguaje en su forma mitificada presentado como espacio “consensual”. Por eso, desde la lingüística estructural (pasando, por supuesto, por la semiología y sus derivados), hasta las más recientes investigaciones comunicológicas, herederas del mcluhanismo y de las corrientes positivas norteamericanas, quedan atrapadas en el laberinto funcional de lo massmediático. Lo específicamente teórico no existe en muchas propuestas. El empirismo místico, la brujería y la alquimia ha sido por mucho tiempo el terreno de unas pretendidas “ciencias de la comunicación”, que apelan siempre a los modelos clásicos sin revisarlos siquiera.50
La coherencia formal de estas fórmulas, se funda en un modelo de simulación que se desploma ante cualquier relación que postule la ambivalencia. Es bueno destacar que varios modelos (Lasswell, Schramn, Berlo, Westley, etc.) presentan diferencias en el orden terminológico, «pero fundamentalmente mantienen el paralelismo con el proceso cibernético: quién dice-qué-en qué canal-a quién-con qué efectos».51
Independientemente de las intenciones (confesadas o inconfesadas) con que estas teorías llegan al mercado, cuando entran en contacto con otros segmentos discursivos sufren mutaciones y pasan a formar parte de la dinámica propia de estos procesos, que los facilitan en calidad de préstamo a múltiples lecturas. Algo así ha pasado con el aforismo macluhaniano «el medio es el mensaje», pues al llamar la atención sobre el medio como aparato, para desgracia de sus apologetas, permite que éste sea interpelado en su virtualidad como objeto-signo, dejando de lado las demás relaciones presentes en el proceso de simbolización. Lo que, entre otras cosas, habla de su intransitividad. En este sentido, McLuhan, sostiene Baudrillard:
  • …está mucho más cerca de una teoría cuando dice que ‘el medio es el mensaje’… [aunque] totalmente ciego a la forma social de la que hablamos (la forma general del intercambio), exalta los media y su mensaje planetario con un optimismo tribal y delirante. Medium is messages no es una proposición crítica, pero, bajo su forma paradójica, tiene valor analítico...52

Al respecto, veamos lo que opinan Morris Janowitz y Robert Schuize, animadores de esta corriente: «…pero confesar que nuestros esfuerzos empíricos han estado poco nutridos de consideraciones teóricas, y sí en cambio de consideraciones prácticas, no equivale a afirmar que hayan carecido forzosamente de referencias sistemáticas».53
Estos autores critican inclusive a Parsons, por excesivamente teórico. Así, la investigación de medios privilegiaba, desde esta óptica pragmática, el estudio de objetos aislados, con los cuales se pueda experimentar. La recopilación del dato, o el levantamiento de cuadros, son los puntos de partida para elaborar posibles predicciones, aunque su tendencia fundamental sea presentar resultados. Esto ha llevado –según muchos conocedores de la materia– a generalizar los resultados de algunas experiencias concretas, producidas en momentos y situaciones particulares, hacia otras. A pesar de ello, la investigación específica que propugnan sigue siendo, hoy por hoy, el norte de las indagaciones de medios y de los sondeos electorales. A decir de Miguel de Moragas Spá: «...muchas veces surgen [contradicciones y limitaciones] de elementales marginaciones de su tema de estudio y de sus formulaciones. Así aparecen, mejor sería decir desaparecen, una serie de temas de cuya importancia social no puede dudarse».54
Los resultados de esta corriente siempre son presentados como “científicos” y “objetivos”, con lo que estaría garantizada su imparcialidad y apego a la verdad. Pero hay que tomar en cuenta el marco histórico dentro del cual aparece esta sociología de los medios: la crisis económica de 1929 y, con ella, la necesidad de intervenir en la opinión pública norteamericana y ganar el favor ciudadano para la participación en la guerra mundial. Por ello:

  • Puede admitirse que esta fórmula elude las cuestiones sociales más importantes. Además, la investigación ha llevado a la parcelación del proceso de comunicación de masas. Los investigadores se concentraron en la respuesta a preguntas individuales. De este modo, las cuestiones de la producción se estudiaron con independencia de las de recepción de efectos, con independencia de las de la producción.55

Dada su historia, buena parte de la producción de esta corriente intenta dar cuenta de la estructura y contenido de la comunicación referido al subsistema político y el ejercicio del poder, incluso echando mano de algunos elementos de la filosofía del significado. Aquí, la escuela de los efectos y su rama vinculada a la psicología social, es la de mayor trayectoria. La descripción de las características del sistema de comunicación de masas es importante por la formalización de un modelo sistémico, donde es posible la diseminación de mensajes, no producidos al azar, sino al interior de una pauta cultural estricta.
A pesar de los aportes de las corrientes que se reclaman del estructural-funcionalismo norteamericano en la solución y dilucidación de muchos problemas puntuales de la comprensión sociológica de lo real, su influencia en las investigaciones latinoamericanas en comunicación es, en gran medida, responsable de buena parte de la inconsistencia y de la frivolización temática de muchos de los trabajos que se consiguen en el campo de la comunicación. Uno se sorprende y casi pierde la capacidad de asombro cada vez que se encuentra ante presuntas investigaciones que repiten más de lo mismo. En este sentido, Zallo advierte:
  • Hoy es comúnmente aceptado que el tratamiento cuantitativo del análisis de contenidos despoja a los mensajes de su propia significación al descontextualizarlos. Esta técnica se convierte, por un lado, en un modo indirecto de estudios de efectos sobre el público convertido en mero receptor de mensajes y, por otro lado, al tomarse las representaciones simbólicas de la realidad como la misma realidad, aquellas adquieren un valor normativo.56

Con la conceptualización de la corriente norteamericana, tuvo que ver Nikos Poulantzas, quien afirmó que esta visión se queda en la producción escindida por el efecto mercancía. El fenómeno de separación y unificación que opera entre la odisea del trabajo y su conversión en su forma abstracta, el valor. Es decir, esta teoría también es simulacro y opacidad. Tal como ocurre con las teorías que mitifican a la llamada sociedad civil separada del estado, en cuanto manifestaciones fenoménicas e ideológicas de la producción de las formas relacionales contenidas en el fetichismo jurídico, el cual hace aparecer a los hombres como individuos aislados y representados por sí mismos, miembros de una sociedad ideal y unificada. Ello puede ser comprensible, pues la verdad de la naturaleza de clases no es nada evidente en el proceso de la separación y la unificación del trabajo y la mercancía. Así mismo, la teoría se presenta como neutral y verdadera, presumiblemente neutral en sus conceptos, que intentan hablar de audiencias y públicos como abstracción policlasista.
Wright57, es un buen ejemplo de cómo en esta escuela se confunden ideas del estructuralismo, el funcionalismo y las corrientes sistémicas, cuando habla de los cambios que introducen los medios en la sociedad. Por supuesto que no podían faltar en el mundo del debate, los manuales vulgarizadores como el de D. Berlo.58
Otros aportes

Ahora o nunca es el momento de ejercer el método:
Tú y yo podemos servirnos de él en otro lado, en otro bloque,
y con tus ideas producir algo que no esté en ninguno de los dos,
sino entre 2, 3, 4… n. Y no ya, no será: x explica y, firmado x.

G. Deleuze.


Pero donde el asunto se torna más ecléctico, es entre los llamados neomarxistas como Curran, Gurvitch, Murdok, Golding y otros, que intentan conciliar, en una supuesta interpretación holística, lo aportado por la corriente Americana, con categorías de supuesto origen marxista como ideología, estructura de poder y, en general, conceptos económicos. Al respecto, son significativos los esfuerzos de investigadores como Edward Shils, cuando expone argumentos críticos contra la sociedad industrializada y masificada, junto a Vance Packard y sus desarrollos sobre la industria publicitaria, a la cual acusa de manipuladora de las motivaciones y de contener formas ocultas para la inducción del consumo. Igualmente, tiene un gran impacto el estudio de Hans Mágnus Ensensbeergeer en la búsqueda de una comunicación sin dominio. Más tarde, en los 80, Noam Chomsky trabaja la dimensión imperial en las relaciones de comunicación, y en los 90, se suman otros autores como Sergei Moscovici, reivindicando una suerte de psicologismo, convocando a una lectura de los individuos como conglomerado de agregados que pueden ser persuadidos desde adentro, por medio de una identidad sugerida, símbolos estereotipados y conductores mediáticos.59
La influencia de esos teóricos llegó lejos. En nuestro contexto latinoamericano, el más famoso exponente ha sido Armand Mattelart, quien en una amplia bibliografía reciente60, ha avanzado hacia posiciones críticas del proceso de globalización incorporando un análisis que se desplaza hacia el posestructuralismo, al identificar los dispositivos de la comunicación como espacio de relaciones de poder, sin abandonar su crítica a los norteamericanos y manteniendo su apego a la teoría frankfurtiana. Mattelart nos habla de «la gestión invisible de la sociedad» como acción indirecta y modelo de gestión de lo social y el mundo de la vida. La ideología de la comunicación total y el mercado único de la información y la imagen, han sustituido a las ideas del desarrollo, del crecimiento y el progreso, en la medida en que las propias concepciones del proceso de la comunicación sufren metamorfosis.
Entre los 70 y los 80 fue muy difundida la psicología social de inspiración marxista de Castilla Del Pino61, quien habla de los medios de comunicación masiva como antimediadores. Piensa que ellos son operadores de las circunstancias y expropiadores de ciertas formas de la práctica a la que llama experiencia. Estas operaciones actúan como imposición. El cuantum del comunicar de cada época, dice, viene dado por los imaginarios colectivos y no únicamente por las necesidades productivas de la formación social. El presente multideterminado queda abolido en los medios y sujeto a la lógica de la mercancía, la cual sólo es específica en un rango de fenómenos y valores sociales que condicionan la historia individual de cada uno de nosotros. Los individuos serán igualados en términos de lo que dicen y de lo que se les dice, desde un solo y determinado circuito cultural.62
A partir de los 90, comienza a hablarse de nuevo de antropología social. Un modelo que ya en los 40 tenía cierto desarrollo, siempre desde el modelo estructural funcionalista. Desde las etno-metodologías para comprender el impacto cultural de los medios, surge entonces el interaccionismo simbólico o fenomenología social. G. H. Mead y Alfred Schutz acuñan el término «existencias de conocimientos», para referirse a los saberes contenidos en el mundo de la vida, pues la existencia se da en mundos concretos.
Blumer, por su parte, asume, en su teoría de la significación, que la comunicación se somete a un proceso de interpretación efectuado en una relación con las cosas y los ritos de interacción que se producen. Lugar desde donde Habermas consigue el actuar comunicativo de su teoría de la acción y el actuar estratégico. Para este autor, el cual hemos trabajado en abundancia en publicaciones anteriores, una comunidad de diálogo constituida por sujetos perlocucionarios en condiciones de igualdad, capaces de llegar a acuerdos desde sus posiciones estratégicas, abre las puertas para una teoría de la argumentación y de los consensos dialógicos. 63
A diferencia de otros, A. Mattelart64 en su afán por encontrarse con la teoría crítica, incluso ve en Habermas un continuador, a su manera, de esta corriente. En su itinerario teórico, ubica las formas asociadas que adopta el capitalismo como formación social con los distintos momentos de la comunicación de masas y la expansión del capital, por eso estudia la información masiva y el desarrollo del capitalismo globalizado en un mismo movimiento.65
Así pues, el “ambiente cultural” que instauran los medios, que nosotros llamamos gel mediático, no puede ser leído sólo desde el recorte de la corriente empírico-analítica. La incompatibilidad epistemológica denunciada por la Teoría Crítica, se apoya en lo dicho por Horkheimer:

  • La necesidad de limitarse a datos seguros y ciertos, la tendencia a descalificar y desacreditar como metafísica toda investigación social no empírica, a restringirse a lo no esencial en nombre de lo que no puede ser objeto de controversia. A la investigación se le imponen con demasiada frecuencia sus objetivos en virtud de los métodos de los que se dispone, cuando lo que habría que hacer es adaptar los métodos al objeto.66

Por otro lado, las ideas de mediación y de universo massmediático, aportadas por autores como Martín-Barbero y García-Canclini, tienen alcances insospechados, ya que en ellos, sin haber una clara ruptura con el paradigma frankfurtiano, hay, sin embargo, un esfuerzo de reconocimiento de aportes puntuales de las corrientes empírico analíticas que, según estos autores, hoy van más allá de las aproximaciones de la primera teoría que haya pretendido dar cuenta del fenómeno mediático.
Lo dicho implica incluso nuevas formas de interacción, modos distintos de pertenencia, otros criterios de realidad, de afiliación y de realización de la vida material y espiritual, así como la producción de opiniones que este proceso genera. Martín-Barbero convoca otras potencias de lo popular masivo del campo mediático, que recolocan estrategias y dan forma a procesos efímeros, nuevas identidades, modas con efecto de calcomanía, mutaciones en el lenguaje. Al respecto, dice:

  • No hay que perder de vista los recorridos de lo mítico y lo simbólico en su relación con las dramatizaciones de la mediática y la manera como esto impacta los mundos de la vida... Es decir, la manera como la cultura mediática se hace mediación entre el deseo, la seducción y los imaginarios y permite vivir los mitos que le dan sentido a la vida como actos metafóricos desplazados, que le dan sentido a la pobre vida de las mayorías durante la mayoría de los días de nuestra pobre vida.67

Desde nuestro punto de vista, la mediación no es un concepto nuevo, se instala desde la tradición de Bergson, pasando por distintos modelos teóricos hasta llegar a Barbero. La mediación contiene un movimiento que resitúa lo popular y lo mediático en campos convergentes, secularizando prácticas, ritualizaciones, memorias y formas de producción, asimilación, recomposición y consumo cultural, dislocando las culturas tradicionales e interviniéndolas de manera definitiva.
Este movimiento recupera distintos fragmentos de sentido, perturbando el sentido dominante al dar forma a nuevos diagramas de identidades que reemplazan asentamientos estancos, disolviéndolos en momentos difusos e inestables. La pertinencia de este hallazgo asegura una lectura no lineal de lo mediático. El tráfico de sentido de lo mediático a lo popular también implica nuevas sensibilidades y actitudes, formas de ver y de articular las narrativas en un juego de filtros de intereses intersubjetivos y en el choque de máquinas abstractas de sentido.
También suponen la arborescencia de material residual que conforma un mosaico de sentido de distinta densidad y tamaño, que implican nuevas coordenadas y derivas de usos sociales de los dispositivos colectivos de enunciación, que desmaterializan direccionalidades del sentido dominante, desespacializando y desterritorializando imaginarios, y reterritorializando el deseo en nuevas lecturas, a veces perversas, del devenir. En todo caso el medio es un sitio de referencia para la teoría que intenta explicar la relación de los individuos con los medios, considerando, como lo hace Martín-Barbero, razones asociadas a la afiliación de la gente a los medios:

  • La gente se siente compelida a resguardarse en el pequeño espacio de lo privado y hogareño, y proyectar sobre él un imaginario de seguridad y protección. Si la TV atrae es en buena medida porque la calle expulsa. Es la ausencia de espacios -calle y plazas- para la comunicación lo que hace de la TV algo más que un instrumento de ocio, un lugar de encuentro. 68

En este mosaico de sentidos, se entrecruzan líneas de captura y líneas de fuga que pueden expresarse en formas de resistencia y de ruptura con el orden de sentido dado, pero que también pueden ser reterritorializadas como parte de los agenciamientos dominantes. Es lo que ocurre, por ejemplo, con malas lecturas de lo mediático que se instalan y a veces gobiernan los imaginarios, mas allá de la evidencia que puede ser constatada empíricamente. Los nuevos imaginarios así surgidos pueden invadir, incluso, zonas intersticiales de la subjetividad, hasta los registros profundos del archivo y el devenir nuevos cuerpos sin órganos69. Para Martín-Barbero, se nos podría escapar el efecto de los medios en cuanto actualizador de demandas y modelizador de las formas de consumo cultural, si nos limitamos a los estudios de audiencias.
Pero el camino de la teoría no es tan fácil. Las posibilidades que asoma Martín-Barbero se complejizan cuando entran en contacto con Paul Virilio -quien por cierto, en su método privilegia la cita y el aforismo-, para justificar su dromología o teoría de la velocidad, la ubicuidad y la instantaneidad, sumada a la hiperpercepción y la sobre-estimulación de la información. O cuando se cruzan con las sugerencias pesimistas de Baudrillard, quien postula la pérdida de lo real ante el imperio de los simulacros de la sociedad del control, la proliferación de signos sin sentido que ya no representarían nada, ni a sí mismos, frente a la optimista sociedad transparente de Gianni Vattimo y su ideal de emancipación caótica relativa, en donde la pluralidad, la oscilación y, en definitiva, la erosión del propio principio de realidad, pueden hacer surgir nuevas esperanzas.
La idea de simulacro va más allá de la postulada por Baudrillard a lo largo de su obra. Empalma también con un replanteamiento de la noción de realidad en tanto que verdadero. «El simulacro es, en cambio, efecto de verdad». Esta idea es heredera de la propuesta por Deleuze en Diferencia y repetición, donde expone que «el simulacro es el sistema donde lo diferente se relaciona con lo diferente mediante la diferencia como tal»70. Para el filósofo, los sistemas de distinción son mundos simbólicos mutantes y diferenciales que producen series dispares. Por eso los denomina simulacros o fantasmas:

  • Pues el simulacro o fantasma no es simplemente una copia de copia, una semejanza infinitamente laxa, un icono degradado... El simulacro es precisamente una imagen demoníaca, desprovista de semejanza; o más, bien, al contrario que el icono, ha puesto su semejanza en el exterior, y vive de la diferencia. Si llega a producir un efecto exterior de semejanza, es como ilusión, y no como principio interno...71

De ahí que su característica sea la de contar varias historias a la vez, la de portar múltiples relatos.
Dicha noción tiene que ver con la estructura de rizoma de Guattari, fundada como creación vagabunda, es decir, paradoja que no sigue una lógica de conexión con las raíces de su producción, sino que cada segmento es enlazable con otro segmento y en que cada recorrido es libre y posible. Los famosos seis principios rizomáticos son indicativos: la posibilidad de conexión múltiple de cada punto, la heterogeneidad de los componentes del sistema, la multiplicidad sin unidad generadora, la ruptura asignificante, la cartograficidad y la decalcomanía.
En tal sentido, los sugestivos aportes de Regis Debray, quien pretende una medialogía general, pueden ayudar en el camino de establecer la correlación entre las actividades de producción simbólica, los campos y los consumos culturales, así como las formas materializadas del poder político y los sistemas de autoridad, por un lado, y las formaciones de memoria, archivo, tráfico y circulación de la información, por otro.
Debray es otro que admite que debemos hacernos acompañar por G. Deleuze y F. Guattari al enunciar los nuevos dispositivos de las máquinas que «operan en el corazón de la subjetividad humana no sólo en el seno de sus memorias heterogéneas y de su inteligencia, sino también de su sensibilidad, de sus afecciones, de su inconsciente»72. Será posible una reapropiación de la comunicación masiva en la medida que también se resingularice la propia esfera interior de las máquinas de sentido, en la perspectiva de la construcción de complejos de subjetivación múltiple. Este camino sugiere también nuevas posibilidades a la teoría.

Tendencias y aportes desde América Latina

La tragicómica historia de Cristóbal Colón,
que parte de Europa en búsqueda de las Indias orientales,
y por error se topa con América,
es una metáfora que puede servir para comprender el devenir objetivo
de algunos protagonistas del pensamiento, quienes actuando en una dirección,
terminan irremediablemente recalando en costas de puertos opuestos.
Es curioso con qué frecuencia ocurre esto desde los centros de saber de América Latina.

G. Labica.

La pregunta en este lugar es: ¿hay una identidad que se exprese en términos de la teoría? En todo caso, la respuesta se acerca a la reflexión de Jesús María Aguirre, quien sostiene que hay una variación cultural discontinua, o sea, que existen comunidades de investigación con distintos matices y motivaciones, y algunas líneas de cruce comunes que dotan al subcontinente de una presencia modesta en el terreno teórico más general. Mario Sambarino asimila esta idea a la producción de hetero-conocimientos que obedecen a distintos cortes o fronteras identificatorios.
Indoamericanismo, afroamericanismo, panamericanismo, pensamiento nacional, globalización y su invitación a los senderos evanescentes del universalismo, y el cruce de las corrientes tradicionales de las escuelas europeas y americanas, se reflejan en las tempestades de las estrategias levantadas por los investigadores de la “región”. Y, aquí, el término entra en juego en la dimensión considerada por Anthony Giddens: las sociedades no son un espacio tiempo unificado, coincidente con James Halloran cuando observa que la universalidad es, en todo caso, el resultado de las respuestas a componentes y variables del desarrollo paradójico de cada situación concreta, y su proyección contradictoria en relación con otras realidades como, por ejemplo, las regionales.
De manera que, con Aguirre73, compartimos que no se puede hablar de un cajón de sastre, haciendo de las lecturas regionales un pensamiento unificado a la medida del territorio, y apostamos por una óptica transdiciplinaria. En efecto, la situación, como admite Oswaldo Capriles, no ha variado mucho desde los años 70 a esta parte, excepto honrosas propuestas personales y esfuerzos colectivos como el ININCO y la revista Comunicación, en Venezuela. Esto quiere decir que no se puede hablar propiamente de corrientes, escuelas o colectivos. Sin embargo, la mayoría sigue vinculado (por lo menos hasta los años 80) a la psicología o a la sociopolítica o a doctrinas neomarxistas. Así mismo, se sigue privilegiando al mercado, la TV, la opinión pública, los estudios de audiencia y de efectos, y la propaganda, entre otros objetos discursivos, que independientemente de sus aportes y actualizaciones forman parte de tradiciones ya recorridas. Por supuesto, que la actual crisis latinoamericana no es igual a la desesperada situación planteada por Berelson en EEUU en los años 50, cuando afirmó que la investigación en comunicación había llegado a su final en el camino. Con Aguirre, nos encontramos a mitad de camino entre la interdisciplinaridad y la posibilidad de un paradigma menos arborescente. «Me imagino dos escenarios -dice- el arborescente y el rizomático».
Para Aguirre el primero es un momento conceptual ya que:

  • …la necesidad de una concepción unificada del campo científico llevaría a exigir una visión retrospectiva coherente... imaginaría a las ciencias de la comunicación como un árbol de portafolio en que es posible congregar todas las disciplinas, que se desprenden del tallo, de una metáfora metateórica y el segundo más ajustado a la teoría del caos, principio de incertidumbre, apoyaría la tesis de que las diversas ciencias de la comunicación se constituyen con cierta autonomía, estableciendo relaciones rizomáticas según los problemas, los enfoques y las interpretaciones disciplinares. 74

En el primer renglón, encontramos investigadores y teóricos que abrazan las ideas de Luhmann, la filosofía de las ciencias y, de alguna manera, a Maturana, Habermas y Martín Serrano. En una segunda posibilidad, se abren series de teorías fragmentarias, cuya integración no es inmediata ni tampoco deseable. En todo caso, sus posibilidades de encuentro dependerán del universo de problemas y de la conformación de espacios de confrontación que lleven a cabo con las verdades que postulan. Los torrentes se abren y las agendas se renuevan y, más allá de los tópicos, ya no hay nada más absolutamente americano o europeo, sino la posibilidad de transitar otros caminos del conocimiento.
Las líneas dominantes en los estudios de la comunicación son el resultado de convenciones académicas, dictadas desde la tradición de la UNESCO y CIESPAL, así como las coordenadas dejadas por los fundadores: Fuentes Navarro, A. Pasquali, Luis Ramiro Beltrán, E. Verón, Martín-Barbero, Bisbal, Kaplún, Mata, lo cual es alentador pues habla de una tradición, una continuidad y unos puntos de partida. Pero también alerta sobre lo que Beltrán mismo llamaba el desdibujamiento de las investigaciones, por excesivo formalismo conservador, por extranjerismo o por influencias que no permitían detectar la naturaleza de las nuevas variables contextuales, aunque estuvieren frente a nuestros ojos. Pero así tampoco avanzamos demasiado. El pensamiento podría encasillarse si desde lo local no aspira a una mayor repercusión general. Por su parte, muchos otros investigadores, han tomado el camino de Pasquali al intentar vincular a los estudios generales a datos y procesos detectados y reportados desde la investigación empírica.
Ya hay intelectuales que postulan una latinoamericanidad caribe, postcolonial, neobarroca y hasta posmoderna, desde aquella lectura que sitúa al continente a caballo entre las tradiciones y la modernidad, pues no acabaría de salir de una para entrar en otra y esta sería parte de nuestra especificidad. Estas corrientes apelan también al estudio de lo tecnológico y lo cultural como determinaciones de unos rasgos distintivos. La emergencia de la teoría quedaría desbordada por los problemas de la exclusión, la fragilidad institucional, las crisis políticas y económicas que franquearían las fronteras de los saberes occidentales dominantes, sin intentar ignorarlos.
Las nuevas identidades culturales fundadas en otros imaginarios colectivos y en nuevos equipamientos de subjetividad con agenciamientos inéditos, permitirían otras fuentes de aproximación al conocimiento, emplazado a producirse de otra manera. En esta dirección, puede compartirse con Aguirre «la hipótesis de que en Latinoamérica se están gestando actualmente un conjunto de transformaciones de honda repercusión, luego de la aparentemente perdida década de los 80»75. La existencia de centros de investigación y de exponentes como Martín-Barbero, García-Canclini, Renato Ortiz, Piscitelli, Ford, Mazziotti, Bisbal, Aguirre y otros, son señales significativas en esa dirección.
En los últimos años, las investigaciones sobre efectos de la TV, se han profundizado y surge la corriente de la educación para los medios. Esta subcorriente parte de la siguiente premisa:

  • Los niños pasan más horas frente al televisor que en un aula de clases, recientes estudios en EEUU, aseguran que un niño normal desde la escuela hasta concluir el bachillerato, ha presenciado 11 mil horas de clase y sólo 25 mil de TV. En nuestro país los jóvenes entre 5 y 15 años han dedicado 6 mil horas más al visionado de TV que a la propia escuela.76

Este crecimiento y expansión de las nuevas tecnologías y su impacto concreto, es desigual de región en región y estos desajustes hacen que las estrategias del mercado tengan que adecuarse a la realidad de cada localidad. El asunto del uso de los mercados se siente de manera más acusada en la publicidad comercial y en sus usos a la hora de insertar nuevos productos con éxito en cada situación particular.
Por ejemplo, el uso o no de publicidad exterior, la colocación de hipermercados o la venta por afiliación y por TV, además de los estudios de marca y completísimos trabajos sobre perfiles de consumidores, que ocupa al sector de la publicidad. Lo que supone nuevas posibilidades para los estudios de marketing que han acaparado a buena parte de los intelectuales latinoamericanos. En el caso venezolano, la publicidad de tecnologías de comunicación abarca casi el 30% de la torta de inversión publicitaria, así mismo, la publicidad de cultos religiosos y la de productos de entrega inmediata por TV, ascienden al 13% de la misma, lo que ha determinado un movimiento migratorio de muchos profesionales hacia la especialización en la colocación de estos productos.
Un nuevo acceso teórico, que descubre a las multitudes como matriz de producción cultural y al consumo como producción secundaria, construye una combinatoria que avanza hacia nuevas mediaciones del saber. El horizonte de esta alteridad consigue trabajar desde lo que, hasta hoy, habían sido los márgenes de antiguas formaciones epistemológicas.


CITAS
1 "Hoy vemos definirse vulgarmente la virtualización como digitalización de todos los flujos semióticos y signaléticos y su integración cibernética en redes de cooperación y comunicación socio-técnicas y productivas. De todo esto a nosotros nos interesa, por un lado, discriminar entre el citado sentido vulgar y la construcción ontológica del concepto de virtualidad como potencia contextualmente determinada, y, por otro, acercarnos a aquellos aspectos de las tecnologías numéricas que arrojan luz sobre los modos de existencia y producción de general intellect y contribuyen a dilucidar los rasgos pertinentes de una nueva estética trascendental o de una fenomenología constitutiva de la corporeidad colectiva en las condiciones de lo que Felix Guattari denomina l´age de L´información planétaire. Simplificando al máximo, diremos que la televisión, por un lado, así como otras formas de telepresencia, consagran la transformación del espectador en experto, en "autor" (por más que la realidad dominante del fenómeno televisivo se oponga y minimice esta situación); la continua recepción simultánea constituye un flujo temporal en continua contracción y expansión que ritma la cotidianidad, el hacerse del tiempo colectivo -y la indistinción entre lo real y la imagen cobra aquí una durísima realidad-. Esta socialización de la percepción-trabajo colectiva solo despliega sus virtualidades con la mise en réseau de los dispositivos numéricos y telemáticos, en estos interfaces humano-maquínicos trabajo, percepción, actividad lingüística, imaginación configuran el esqueleto material de la cooperación productiva (inmaterial y afectiva) posfordista; pero lo que nos interesa señalar ante todo es cómo en estos dispositivos e interfaces se trabaja la materia temporal, es decir, cómo la percepción-trabajo opera con cristalizaciones y modulaciones de secuencias temporales con cristalizaciones y modulaciones de secuencias temporales singulares, las modifica, reconfigura y suscita construyendo circuitos de cooperación que son además arquitecturas temporales. El contenido mismo de estos procesos de producción consiste en una modulación continua de singularidades temporales ritmadas por configuraciones de secuencias semióticas, signaléticas y perceptivas, por las variaciones continuas de su intensidad". T. Negri, Arte y multitud, Simancas, Barcelona, 2000, pp. 11-12
2 I. Ramonet, La golosina audiovisual, Fácil, Caracas, 1993, p. 141.
3 A. Touraine, Crítica de la modernidad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1994, p. 153.
4 A. Aoún, Sociopolítica de la comunicación [Tesis de Grado], Escuela de Comunicación Social / FHE-UCV, Caracas, 1985, p. 257.
5 L. Barrios, "La razón de ser de la teoría crítica o la crisis de la sociedad moderna", en Nueva Sociedad, Nº 110, Caracas, 1995, p.54.
6 A. Touraine, Op. cit., p. 157.
7 T. Adorno, Mínima moralia, Amecar, Barcelona, 1983, p. 87.
8 Ibid., p. 30-31.
9 Ibid., p. 89
10 A. Mattelart y M. Mattelart, Historia de las teorías de la comunicación, Paidós, Barcelona, 1997, p. 54.
11 D. Volpe, Crítica de la ideología contemporánea, Icaria, Barcelona, 1995, p. 118
12 J. Martín-Barbero, Comunicación masiva: discurso y poder, Época, Quito, 1978, p. 26.
13 R. Zallo, Economía de la comunicación y la cultura, Akal, Madrid, 1988. Al respecto, también es pertinente citar el siguiente planteamiento de Martín-Barbero: "La envergadura cultural de los medios no se halla en la cultura-contenido que difunden (único objeto de atención de la crítica ilustrada), sino en el cambio cultural que ellos catalizan y potencian: ese que conecta las nuevas difusas condiciones del saber, carácter limitado del conocimiento y horizonte ilimitado de la información, con las nuevas maneras de ver-narrar (la profunda complicidad de la oralidad que perdura como experiencia cultural primaria como 'la oralidad secundaria' que tejen las gramáticas tecnoperceptivas de la radio, TV, cine, video), y de ambos con los nuevos modos de estar juntos, esto es, con las nuevas maneras de habitar la ciudad". J. Martín-Barbero, Mediaciones urbanas y nuevos escenarios de comunicación, Fundarte, Caracas, 1994, p. 134.
14 J. Martín Barbero, Comunicación masiva: discurso y poder, p. 27.
15 T. Adorno, Mínima moralia, p. 145.
16 E. Verón, Semiosis social, Gedisa, Barcelona, 1987.
17 G. Gauthier, Veinte lecciones sobre la imagen y el sentido, Cátedra, Barcelona, 1992, p. 23.
18 W. Benjamin, Discursos interrumpidos, p. 160.
19 "Para Benjamin, la obra de arte de nuestra época asume una tendencia radicalmente nueva; es el producto de la reproducción mecánica, que transfigura el ser auténtico de la obra de arte a la vez que lo multiplica difundiéndolo y esto supone nuevas problemáticas que compartimos. Benjamin vislumbra que la obra de arte ha sido siempre potencialmente reproducible, pero esta nueva era rompe su cualificación singular". G. Friedman, La filosofía política de la Escuela de Frankfurt, Fondo de Cultura Económica, México, 1982, p. 151.
20 W. Benjamin, The work of art in an age of mechanical reproduction, Manchester Museum, Nueva York, 1987, p. 183.
21 Decidimos incorporar esta larga cita de Toni Negri, pues ella habla por sí sola de la importancia de la teoría del valor de Marx: "Es por ello: 'la sustancia comunal de todas las mercancías, es decir, su sustancia no como materia, como carácter físico, sino su sustancia comunal como mercancías y por lo tanto, valores de cambio, es esta, que son trabajo objetivado'; 'la única cosa distinta del trabajo objetivado es el trabajo no-objetivo, el trabajo que aún se está objetivando a sí mismo, el trabajo como subjetividad' (Grundrisse, p. 271-72; 182-83). Es la primera vez que encontramos esta caracterización del trabajo. Con ella hemos entrado en una fase central del análisis de Marx. La separación capital-trabajo fue el primer momento: este es ahora el segundo- el trabajo como subjetividad, como fuente, como potencia de toda riqueza. Es sólo sobre la base de estos pasajes que la teoría de la plusvalía puede ser elaborada: estos pasajes son partes de la teoría de la plusvalía. Leamos entonces una página que nos parece más importante que cualquier comentario: 'La separación de la propiedad y el trabajo aparece como la ley necesaria de este intercambio entre capital y trabajo. El trabajo colocado como no-capital es: (1) trabajo no-objetivado (nicht-vergegenstandlichte Arbeit), concebido negativamente (el mismo aún objetiva, el sí mismo no-producto-bruto: trabajo separado de todos los medios y objetivos de trabajo, de su entera objetividad. Este trabajo viviente, existente como una abstracción desde estos momentos de su actual realidad (también, no-valor); esta completa denudación, existencia puramente subjetiva del trabajo, arranca toda objetividad. El trabajo es pobreza absoluta: pobreza no como escasez, sino como exclusión total de la riqueza absoluta. O también como el no-valor existente, y, por lo tanto, valor de uso puramente objetivo, existiendo sin mediación, esta objetividad sólo puede ser una objetividad no separada de la persona: sólo una objetividad coincidiendo con su inmediata existencia corporal. Como la objetividad es puramente inmediata, es justamente, no-objetividad directa. En otras palabras, no una objetividad que cae fuera de la presencia inmediata (Dasein) del mismo individuo. (2) Trabajo no-objetivado, no-valor, concebido positivamente, o como una negatividad en relación consigo mismo, es lo no-objetivado, por ello, no-objetivo, es decir, la existencia subjetiva del mismo trabajo. El trabajo no como objeto sino como actividad; no como, él mismo, valor, sino como la fuente viviente del valor. (A saber, es) riqueza general (en contraste con el capital en el cual ella existe objetivamente, como realidad) como la posibilidad general de la misma, quien se demuestra como tal en acción. Por ello, no es totalmente contradictorio, o, en realidad, los postulados mutuamente contradictorios referidos a que el trabajo es pobreza absoluta como objeto, por un lado, y es, por otro lado, la posibilidad general de la riqueza como sujeto y como actividad' (Grundrisse, p. 295-96). Pero esto no basta. La subjetividad del trabajo es la del 'trabajo puro y simple, trabajo abstracto; absolutamente indiferente a su particular especificidad (Bestimmtheit), pero capaz de todas las especificidades', es también 'una actividad puramente abstracta, una actividad puramente mecánica, por ende, indiferente a su forma particular; una actividad meramente formal, o, lo que es lo mismo, una actividad meramente material (¿stofflich?), actividad pura y simple' (Grundrisse, p. 296-97-204). La paradoja se complica; y ya no es más paradoja, es un desarrollo dialéctico de una intensidad excepcional: la oposición determina subjetividad y esta subjetividad del trabajo es definida como una abstracción general. La abstracción, la colectividad abstracta del trabajo es poder subjetivo (potenza). Sólo este poder subjetivo abstracto (potenza), este prolongado refinamiento del poder del trabajo en su integridad, que destruye la misma parcialidad del trabajo, puede permitirle al trabajo presentarse como poder general (potenza) y oposición radical. En este pasaje, la separación del trabajo y el capital se vuelve la cualidad que define al trabajo. Los dos significados de "abstracto", el de "general" y el de "separado", se hallan reunidos y reforzados en esta creativa subjetividad de los trabajadores, en la potencialidad por poseer, de ser la fuente de toda riqueza posible. Por otro lado, el valor de uso, en cuanto-trabajo, se halla absorbido en este primer intento de definir. ¡Algo muy distinto a las definiciones naturalistas y humanistas del valor de uso! En verdad, se requiere una gran ignorancia o una completa mala fe para reducir el "valor de uso" (en el sentido de Marx) a un residuo o un apéndice del desarrollo capitalista. Aquí, el valor de uso no es otra cosa más que la radicalidad de la oposición del trabajo, que la potencialidad subjetiva y abstracta de toda la riqueza, que la fuente de toda posibilidad humana. Toda multiplicación de la riqueza y la vida se halla unida a este tipo de valor: no hay otra fuente de riqueza y poder. El capital succiona esta fuerza por medio de la plusvalía". T. Negri, Marx más allá de Marx, Bourgois, París, 1979, pp. 129-130.
22 J. Martín-Barbero, Comunicación masiva, discurso y poder, p 45.
23 M. Foucault, Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber, Siglo XXI, México, 1987, pp. 116-117.
24 G. Deleuze. Foucault. Paidós, Barcelona, 1987, p. 119.
25 J. Martín-Barbero, Comunicación masiva, discurso y poder, p. 47.
26 J. Martín-Barbero, De los medios a las mediaciones, Planeta, Bogotá, 1988, p. 43.
27 D. Bell, The end of ideology, The Free Press, Chicago, 1963.
28 E. Shills, "Más allá de las clases sociales", en revista Times, enero de 1959, p. 28.
29 M. L. De Fleur, Occupational roles or portrayed on television, Public Opinion, Quarterly, Nueva York, 1956.
30 F. Dance, Teoría de la comunicación, Tusquets, Buenos Aires, 1973.
31 M. Janowitz y T. Schulze, Tendences de la recharche dans les dominedes comunications de masse, Cultura, Massachusets, 1982, p. 89.
32 Ibíd. Ver también: W. Schramm, Mass communication: A book of readings, Urbana-University Press, Chicago, 1961.
33 C. Hovland, Hand Book of social psychology, University of Cambridge, Massachusets, 1954.
34 W. Weiss, The country newspaper, University of North Caroline, 1969.
35 J. L. Fredman y D. O. Sears, How comunications work, University of Illinois, 1965.
36 W. J. Mc Guire, Order of presentation as a factor in conditioning persuasive, Yale University Press, New Haven, 1985, p. 114.
37 J. T. Klapper y W. Schcramm, Efectos de las comunicaciones de masas, Aguilar, Madrid, 1974.
38 E. Cooper y G. Johoda, "The evasión of propaganda", The Journal of Psychology, University of New York, 1972.
39 M. L. De Fleur y S. Ball-Rokeach, Teorías de la comunicación de masas, Paidós, Buenos Aires, 1982.
40 W. J. McGuire, Order of presentation as factor the persuasion, Yale University Press. 1957.
41 Ver: D. Bell, The end of ideology.
42 F. P. Lasswell, El lenguaje de la política, Pirámide, Madrid, 1948.
43 G. E. Lang y K. Lang, Mass communication and public opinion, Basic Books, Nueva York, 1981, p. 653.
44 S. Hall, La cultura de los medios de comunicación, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1982, p. 46
45 M. Bisbal, Televisión, pan nuestro de cada día, Alfadil, Caracas, 2005.
46 R. Roda, Medios de comunicación de masas, Siglo XXI, Madrid, 1989.
47 C. I. Hovland, The generalization of conditioned responses, Yale University Press, 1948, pp. 63-78.
48 C. Metz, Más allá de la analogía, la imagen, Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1972, p. 38.
49 A. Ortiz y J. Gómez Requena, El spot publicitario, Cátedra, Madrid, 1995.
50 "En el marco de la teoría y sociología de la comunicación funcionalista se ha impuesto como el modelo lasswelliano de la comunicación, inspirado en la estructura: fuente de información-transmisor-mensaje-receptor-destino; de Shannon y Weaver. Gradualmente los conceptos de la electrónica y la cibernética fueron trasladados al campo de la comunicación humana sin una alteración crítica". J. M. Aguirre y M. Bisbal, La ideología como mensaje y masaje, Monte Ávila, Caracas, 1981, p. 79.
51 Ibid., p. 80.
52 J. Baudrillard, Crítica a la economía política del signo, Siglo XXI, México, 1986, pp. 205-206.
53 Citado por M. De Moragas Spá (ed.), Sociología de la comunicación, Gustavo Gili, Barcelona, 1986, p. 28
54 Ibid., p. 17.
55 L Bisky, La teoría burguesa de la comunicación de masas, De La Torre, Madrid, 1982, p. 45.
56 R. Zallo, Economía de la comunicación y la cultura, p. 13.
57 C. R. Wright, Functional analysis and mass communication, Quarterly, Chicago, 1960, pp. 605-620
58 D. Berlo, El proceso de la comunicación, Ateneo, Buenos Aires, 1999.
59 No es el momento ni el espacio para saldar cuentas con esta corriente de pensamiento. Nuestra investigación y algunos otros modestos trabajos anteriores, han abordado las distancias con la Escuela Norteamericana y con su versión neomarxista. Valga entonces lo planteado, más bien para significar el sentido de la propuesta en la que intentamos avanzar en relación con estos contenidos.
60 Son importantes en el estudio del itinerario del autor: La comunicación mundo, Fundesco, Madrid, 1993; La mundialización de la comunicación, Paidós, Barcelona, 1998; Así como: A. Mattelart y M. Mattelart, Historia de las teorías de la comunicación.
61 C. Castilla Del Pino, La incomunicación, Península, Barcelona, 1975.
62 "Cada estructura social permite implícitamente hablar de determinadas cosas, lo cual supone su reverso, la no permisión de otras, es la dialéctica entre la necesidad de decir algo y su imposibilidad dadas las imposiciones normativas de la diferenciación social que delimita con claridad lo que es o no permitido, que puede aludir o no a una situación de consenso, pues lo que digo está estrechamente relacionado con lo que no digo y con lo que me es permitido, con lo que conozco y con lo que desconozco, por lo que no es posible decir o se me es negado. Cuando los medios masivos orientan la agenda en una sola dirección entonces refuerzan el orden de la exclusión y de la prohibición y violentan la subjetividad". Ibid., p. 143.
63 "Ahora bien, toda descripción de las estructuras generales de los actos de habla en términos de pragmática formal tienen que basarse en nuestro saber preteórico, es decir, en el saber preteórico de unos hablantes que pertenecemos a un mundo de vida moderno, o en un sentido que aún hemos de dilucidar de forma más precisa: a un mundo de la vida racionalizado". J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Tomo II, Taurus, Madrid, 1998, p. 111.
64 A. Mattelart, Comunicación y transición al socialismo, Era, México, 1981.
65 En torno a la globalización mediática hay una extensa bibliografía entre la que destaca el trabajo de Ramonet, La tiranía de la comunicación, Temas, Madrid, 2000; y los estudios de E. Hermann y R. McChesley, Los medios globales, Aguilar, Madrid, 2002.
66 M. Horkheimer, Teoría crítica, Barral, Barcelona, 1973, p 72.
67 J. Martín-Barbero, Pretextos, p. 32.
68 Ibid., p. 34.
69 "La institución informal de la mediática es una capacidad de interpelación que no puede ser confundida con los rating de audiencias, pues la verdadera influencia que ejercen reside en la construcción de los imaginarios colectivos, esto es, una mezcla de imágenes, discursos y representaciones de lo que vivimos y soñamos. De lo que esperamos y deseamos y eso va más allá de lo medible en horas". Ibid., p. 59.
70 G. Deleuze, Diferencia y repetición, Universidad Júcar, Madrid, 1988, p. 438.
71 Ibíd., pp. 217-218.
72 R. Debray, Vida y muerte de la imagen, Paidós, Barcelona, 1992, p. 169. Vale la pena también incorporar esta reflexión de Toni Negri, a propósito de Deleuze y Guattari, sobre la constitución de campos complejos de subjetivación por máquinas abstractas: "En cambio, Deleuze y Guattari nos presentan un enfoque del biopoder propiamente postestructuralista que renueva el pensamiento materialista y se asienta sólidamente en la cuestión de la producción del ser social. La obra de Deleuze y Guattari desmitifica el estructuralismo y todas las concepciones filosóficas, sociológicas y políticas que hacen de la rigidez del marco epistemológico un punto de referencia ineludible. Dirigen claramente nuestra atención a la sustancia ontológica de la producción social. La máquina produce. El funcionamiento constante de las máquinas sociales en sus diversos aparatos y montajes produce el mundo a través de la producción de los sujetos y los objetos que lo constituyen". T. Negri, Imperio, p. 42.
73 J. M. Aguirre, De la práctica periodística a la investigación comunicacional, Polar-UCAB, Caracas, 1996.
74 J. M. Aguirre: "Ciencias de la Comunicación: Identidades y Fronteras. El pensamiento latinoamericano", Anuario del ININCO, Vo 1, No 10, 1999, pp. 13-36.75 Ibid.
76 O. Capriles, "El debate sobre políticas de comunicación en América Latina", Anuario ININCO, Vol. 1, Nº2, 1989, pp. 13- 40.

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