jueves, 4 de febrero de 2010

Pulsio, Saúl y 4-F (La Quinta Columna, 04/02/2010)

Nunca me ha cuadrado hablar de mí mismo. Pero, si quiero rendir homenaje desde mi humilde perspectiva, a la jornada del 4-F del 92, no me queda más remedio que apelar a la memoria que voy siendo, gracias al especial afecto de aquellos que han permitido mi incómoda presencia, dejando que los acompañe. De la busaca de la memoria se escapan algunos nombres que como tatuaje vinculo a aquella fecha. La madrugada del 3 para 4 de Febrero, lo más importante era recibir una llamada. Un nombre por otro, decía el maestro Derrida. Un nombre por sí mismo nunca dice nada, a menos que esté acompañado de la aureola de su propia odisea. Se trataba de la llamada de José Tovar, el Pulsio, o en su defecto, de Saúl Ortega. Pulsio había sido guerrillero y Saúl era un dirigente estudiantil de los buenos y los duros, que venía de ser militante del PRV. Estaban vinculados al movimiento desde temprano. Tenían contacto directo con los alzados. Si mal no recuerdo, uno de ellos era el sargento Venero y el otro el teniente Bracamonte. Pulsio y Saúl, dos camaradas de la Universidad de Carabobo del equipo de Nancy Pérez, que conocimos en las luchas callejeras de finales de los 70. Veníamos de marchar juntos en un recorrido que alcanzaba todo el país, construyendo un masivo movimiento estudiantil que para esos días sacudía a todas las universidades de Venezuela, por cierto, sin ninguna cobertura mediática. En Caracas éramos un puñado de amigos los conjurados. Nuestra relación: Un oficial de apellido De La Rosa, destacado en el Hospital Militar. Pero por una delación habíamos perdido el contacto. De manera que el vínculo era Carabobo. Gracias a Anahí Arismendi, siempre amiga y colega periodista, que para aquel entonces trabajaba en el periódico El Globo, también hacíamos contacto. Teníamos reuniones regulares Con Klevel Ramírez y de cuando en cuando, con algún oficial juramentado. La frenética actividad que nos envolvía se mantuvo hasta pasados muchos meses después del segundo pronunciamiento militar, del 27 de Noviembre del 92. Para ese momento, Adina Bastidas, Vidal Cisneros y yo, sacábamos un periodiquito semi-clandestino llamado 4-F. Recuerdo siempre con mucha emoción, la madrugada del 27-N. Teníamos que hacer un contacto de carro a carro, intercambiando luces. Entonces me topé con Nicolás Maduro, a quien no veía desde los tiempos del liceo y con el Comandante Madrid Bustamante, para afinar contraseñas y órdenes de último minuto. Pero como en Las Mil y Una Noches, esa es otra historia. Yo estaba recién graduado de periodista y comenzaba de profesor en la UCV. Ahora, ¿A que ha venido semejante historia? Lo que quiero decir, es que nos animaba algo así como un conjuro, un espíritu. Estábamos poseídos de una gracia, de un instinto; una fuerza que algunos llaman convicciones. No aspirábamos a mas nada que ha ser parte del sueño y la aventura de transformar el mundo. Por la cabeza de ninguno aparecía un cargo o una recompensa. Lo mejor que podía pasarnos era que saliéramos vivos de todo aquello. Revisando la página de ese momento en el tiempo de nuestra mínima historia personal; sacando al aire los recuerdos para que tomen sol y hagan un poco de ejercicio, me topo con el entusiasmo y la motivación que nos movió aquellos días. Me pruebo el brazalete, estoy más gordo pero todavía me queda. Siento que se trata del mismo tejido y de la misma esperanza que nos abraza ahora. De todos los recuerdos me quedó con la sonrisa franca humilde y campesina-que son dos pero es la misma y una-, de Pulsio y de Saúl, cuando descorazonado, unos días después del pronunciamiento, nos vimos en un bar de Sabana Grande y les pregunte: ¿Ahora qué hacemos? La respuesta fue la esperada: “Lo de siempre camarada, subir el ánimo, apelar a la moral revolucionaria. Hacer lo que sabemos, seguir luchando, seguir buscando el sueño”.

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