jueves, 10 de septiembre de 2009

La Guerra (La Quinta Columna. 10/09/2009)

Comprender la guerra es aproximarse a la deconstrucción de las relaciones de poder. Tal vez porque la guerra es el invento más eficientemente macabro llevado a cabo por la especie humana. Las grandes corporaciones, la escuela, la familia, la iglesia, los partidos, el Estado todo, los equipos deportivos y un largo etcétera, han asimilado el modo extenso del diseño de lo bélico para sus prácticas, relaciones y azares. Esta asimilación se expresa de dos formas: El poder disciplinario que se aplica como exterioridad desde una ortopedia sobre el cuerpo, sus usos y sus placeres; es decir, el despliegue de una economía política del deseo, por medio de técnicas de vigilancia e instituciones punitivas que dejan correr una lógica, tal cual lo hace un procesador con un programa. Y en segundo lugar, lo que Foucault llama “biopoder”; que se ejerce de adentro hacia fuera de los cuerpos, cuando el poder como lógica ya echó raíces y se expresa desde la trama más profunda de la subjetividad de los individuos. Miedos, fantasías, prejuicios, fobias y otros discursos serán el efecto de superficie de lo que podría ser mucho trabajo para el psiquiatra. Podemos trazar la genealogía del biopoder y sus estratificaciones más profundas y fundadas, cuando topamos con racimos de articulaciones discursivas aparentemente racionales que apelan por ejemplo, a la propiedad sobre las cosas como paradigma del goce, la seguridad existencial, la realización, la felicidad, en fin, la afirmación final del deseo, materializado por fin; diciendo: “Con mis hijos no te metas”, “mis hijos son míos las cosas y desde allí cosifican también a los hijos,”, etc. confundiendo (¿o sustituyendo?) libertad con propiedad. Por eso Foucault dice que la lógica de las relaciones de poder y las zonas de resistencia que se producen también, no son especialmente del orden del derecho, sino más bien de la lucha, la confrontación y la estrategia. ¿Qué es lo que se enfrenta? Foucault dirá: Construcciones discursivas que le dan forma al deseo mudo que pugna por salir a la superficie. Desde los suicidas hasta los flagelantes, pasando por toda clase de ascetismos y bulimias, hasta llegar a los también inimaginados y refinados excesos que dejan pálidos a los 7 pecados capitales, y por ello mismo deseados y rechazados por todas las cartillas y récipes de moral y moralina que pueblan las capillas ideológicas de las doctrinas. Son líneas de puntos que se van modificando, yuxtaponiendo, rectificando, borrando, ratificando, reapareciendo. Foucault se pregunta, cómo es posible que individuos distintos sedan su diferencia a la reversibilidad de un patrón y se unan en un discurso, sigan los dictados de sus lógicas y desde allí, sean capaces de aceptar mansamente el sometimiento que sede el cuerpo a la constitución de un sujeto, comprendiendo que los sujetos son zonas de encuentro de colectividades asociadas en una subjetividad política y sus formas de expresión. No es raro entonces, que lógicas yuxtapuestas choquen y entren en estado de guerra, aunque a veces ocurra que se trate de la misma lógica distinta sólo en su performance, como ocurre en los conflictos religiosos. De manera que nada mejor que vivir en un estado general de guerra. Ello permite hacer de nuestros miedos certezas y de nuestras terquedades verdades. Por ello, dice Foucault, “la guerra debe considerarse como un estado de cosas primero y fundamental en la constitución de los procesos de dominación, diferenciación y jerarquización; primero fueron las guerras, luego le siguieron los estados y sus instituciones”. ¿Tendrá esto algo que ver con el afán opositor de enfrentar cuanta cualquier cosa plantee el gobierno? Ley de tierras, habilitantes; ahora, contra la ley de educación. ¿Será una manera de mantener el control sobre un puñado de la población en la misma medida en que ese sector legítima una jerarquía que realiza sus propias pasiones?

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