jueves, 6 de agosto de 2009

¿De qué hablar? (La Quinta Columna, 06/08/2009)

¿De qué hablar para que la palabra no carezca de sentido? Esto preocupaba a los griegos clásicos, particularmente a los estoicos Epicurianos. La palabra latina “meitatio” recoge algo de esta preocupación, apoyada en el término griego “melete”, derivado del meletan, que significa también ejercitarse, entrenarse en. Detenerse un poco para volver a hablar luego; hurgar en la grieta, en la hendidura que la palabra ejerce sobre la cosa, sobre el acontecimiento y sus devenires; es decir, un alto re-flexivo en la rugosidad de la cosa pensada con intensidad, hasta lograr el despliegue de las ideas. Reflexión opuesta a la información, esa cosa informe, llena de datos de lo que ocurre y no ocurre. Matizada por la visión siempre oscura de la mediación. Michel Foucault en su clase del 3 de marzo de 1982, precisaba que ante la información, siempre cabe la pregunta: “¿Qué quiso decir, que sería lo que realmente ocurrió? Y por supuesto recomienda asaltar esta duda con el meletan. Ejercicio de apropiación de la ocurrencia por el pensamiento, elemento poco común en la información. Alejarse de la banal fugacidad para encontrarse con la nuez del instante-acontecimiento es el reto del pensamiento. No quedarse en lo anecdótico, sino por el contrario buscar la línea de fuga de eso que pasa o deja de pasar y no es inmediatamente visible por el ojo torpe del comunicador. Aquello que todavía no alcanza a ser tocado por las palabras, pero que está allí actuando como segunda piel. Encubándose como un virus y que aguarda su momento para estallar. No era fácil ver hace unos meses la actual crisis económica y a nadie se le ocurrió que se preparaba un estallido en los días anteriores al 27 y 28 de febrero del 89. De manera que no es fácil saltar el escenario de lo aparente dibujado por el mundo de la información-comunicación, para asaltar a lo real fuera de la lógica mediática. Pero sí hay claves que podemos utilizar para ejercitarnos, por ejemplo, escapar de los horribles lugares comunes del lenguaje y la palabra hasta donde nos sea posible. Desechar la urgencia y la desesperanza de utilizar la inmediatez como verdad. No caer en la trampa de pensar en que realmente todos los días pasa algo digno de ser mencionado. Por ejemplo, ¿Quien recuerda hoy la huelguita de Ledezma y quien recordará en un par de semanas la travesura de Lina Ron? Todas aventuras desesperadas al servicio del espectáculo mediático, pero que por su carácter destemplado no anuncian ningún impacto real en la subjetividad general. Comprender que cada palabra es un comodín infinitamente sustituible. Hacer el juego de colocar una palabra por otra, por ejemplo su opuesto, en donde reina una verdad, para poder leer al revés y luego desde allí en otros sentidos. No buscar inmediatamente el contenido sin pasearse por la intención. Salir de golpe de los pares binarios y del mundo de las dualidades para pisar el terreno de las multiplicidades. “Lo que nos interesa son las líneas de fuga de los sistemas, lo inesperado y nuevo que crea las condiciones en las que éstas se producen y forman fuerzas que suscitan posibilidades revolucionarias. La pregunta es entonces, ¿Cómo hacer para que estas fugas no sean únicamente intentonas, sino auténticos pasadizos que nos conduzcan a una verdadera máquina revolucionaria que trasforme la subjetividad política colectiva y de allí las formaciones del leguaje y sus maneras de enunciar y señalar las cosas, para así aprender otra lengua?”, indicaba Deleuze. De manera que afinemos la técnica, limpiemos los lentes y tengamos a mano los instrumentos para distinguir y separar esos momentos, de la noticia ordinaria, por escandalosas y trepidantes que estas sean. Pues el problema no es solamente desde cual medio lo digo y quien lo tiene, sino también, que voy a decir de lo que se anda diciendo.

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