jueves, 28 de mayo de 2009

Aló (La Quinta Columna, 28/05/2009)

La noche anterior al primer programa no dormí bien por una surte de ansiedad primeriza. La misma que invade a los niños el primer día de clases. Se trataba de acompañar al Presidente Chávez en la materialización de una idea maravillosa que se le había ocurrido en los tiempos de la campaña del 99. No sé si él mismo lo recordará. Una noche asistimos a Radio Capital a un programa conducido por Mingo y Ana María. Allí le preguntaron qué haría Chávez si perdía las elecciones. El entonces candidato respondió rápido: “Es un supuesto negado que yo pierda, pero en ese caso tal vez haría un programa de radio. Yo saqué el título de locutor, ¿Juan tú me acompañarías en un programa?”. Meses después, ya presidente, cumplió su promesa y me invitó a acompañarlo por un periodo que duró dos años continuos, hasta el Aló 83, momento en el que fui electo diputado. Con nosotros estaba también Freddy Balzán, excelente periodista y Teresita Maniglia en la producción, siempre eficiente y divertida; garantizando que no faltara nada y todos la pasáramos bien. Luego, hace unos años, la producción la lleva con audacia y eficiencia Felicia Landaeta. Durante los primeros programas pasó de todo. Nos tocó vivir el trauma y la tristeza de la tragedia producto del deslave en el estado Vargas y transmitir varios programas desde una carpa militar, en medio del fango, en un desierto de escombros con olor a muerte; y por supuesto, programas felices como la alegría de las fiestas de Elorza, en una mañana nebulosa producto de los incendios espontáneos de la sabana que hacían imposible el aterrizaje. Así recorrimos varias veces todo el país, con un Chávez atento del clima de la gente, tocando y escuchando a su pueblo antes, durante y después de cada programa, lo que además le ha servido para conocer y compenetrarse, como dijera un físico, con cada realidad local. Desde allí, el Presidente ha levantado un minarete, auténtico puesto de observación de lo que pasa y no pasa en las entrañas profundas de las fibras misteriosas de la subjetividad política de un país. Una manera original y única de llevarle el pulso a las cosas, que dificulto pueda tener a mano otro político. Pero volvamos al cajón del recuerdo. A partir de ese primer programa comenzaron a pegarse emisoras comerciales, recordemos que sólo salía por radio. Hasta un día que se pegaron 123 emisoras. Ingenuamente me alegré, pensando que lo hacían por el afán de difundir las ideas del presidente. Pero no. Lo hacían porque de esa forma garantizaban que su audiencia no migrara hacia la Radio Nacional, la emisora matriz, y de este modo asegurar que los oyentes permanecieran fieles a cada radio comercial. Este idilio permaneció por poco tiempo, ya que las privadas se fueron afiliando al golpe de estado que se planeaba y que se reveló en abril de 2002. Aunque un grupo de personas viva las mismas experiencias los recuerdos no son unánimes. En mi caso el recuerdo más bonito de este tránsito por el Aló, es el que sigue: Mucha gente se arremolinaba sobre Radio Nacional en espera de Chávez. Pero un día entre la multitud estaba una ambulancia privada de una clínica de San Cristóbal a la que me acerqué solicitado por un joven. Allí estaba la señora Yolanda. Ella había sido diagnosticada con un cáncer terminal y su último deseo era conocer personalmente a Chávez. Me acerqué al presidente y éste fue con Yolanda. La señora lo abrazó con la ternura de una abuelita y con los ojos húmedos le contó que su marido y su hijo mayor habían sido del partido comunista y que los perdió a los dos de la mano de las desapariciones y torturas perpetrados por el Betancurismo. Me enteré meses después que Yolanda mejoró y que los médicos cambiaron el pronóstico. Se lo comenté al Presidente y con mucha humildad me dijo que el milagro lo llevó a cabo la fe que Yolanda tenía en este proceso y que por eso no podíamos defraudarla. Aló, ¡Qué buena idea!

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