jueves, 4 de diciembre de 2008

El Tigre y la crisis (La Quinta Columna 04/12/2008)

En una película de Buñuel, El Ángel Exterminador, un grupo de gentiles burgueses se reúne en una mansión para celebrar el éxito de un concierto. Pero he aquí que luego de reunidos, ninguno puede abandonar el grupo. Pasan los días, hasta que alguien descubre que no hay nada que impida que partan del lugar. La sensación que todo esto deja en los espectadores, es casi siempre la misma: Una morbosa perplejidad ante la evidencia que demuestra que en efecto, nada impide que podemos producir distintas líneas de fuga que nos aparten de lo cotidiano como única posibilidad. Así, en este orden de delimitación y encierro transcurren los días de una crisis financiera que anuncia ir por más. Alrededor de esto dirá el filosofo Agamben, que “uno de los rasgos peculiares de una crisis es que su desenlace puede ser paradojalmente comparado con una novela de Kafka. Lugar en el que a menudo el desenlace ocurre como un precipitado giro que invierte completamente el significado”. En este sentido recomienda entonces, tener siempre presente esta frase extraída del enigmático texto, Cuaderno en Octavo, en el momento de leer y nominar la crisis: “El mesías vendrá sólo cuando no sea necesario, cuando podamos vivir en el desencanto de su no necesidad; no llegará sino el día después de su llegada, vendrá, no el último día sino el ultimísimo”. De este modo podemos familiarizarnos con la naturaleza de la crisis viviéndola, no como un estado de excepción, sino como una característica consustancial de la estructura del tejido espeso del modo de ser en el capitalismo. Rudyad Kipling escribe en El Libro de La Selva, Sobre un tigre muy tigre, es decir, feroz y sanguinario; todo un truhán. Un sujeto vil y ordinario que se disputa con una serpiente el cuerpo frágil e inocente de Mougli. Sher Kan es el nombre de ese tigre concepto, que da sentido de horror y miedo a la profundidad selvática de la trama. Es la fascinación por el horror a la muerte el mismo que encarna el tigre. Más sin embargo él no es más que cualquier tigre, un sujeto improbable. Con el agravante de que en este caso se trata de un tigre de papel que sólo existe en el nivel del deseo, lugar en donde se realiza todo significado. Esta es la metáfora con la que gustan describir hoy la cualidad de la crisis financiera de los papeles de deuda o de las transacciones en La Bolsa. Nada más que saltos desesperados de un tigre de papel herido que sangra y trasparece su carácter ficcional, tigre marxista que muere repitiendo la frase del genio, “la crisis es el momento en el que todo se desvanece en el aire”. El instante en el que Alicia se coloca frente al espejo y se da cuenta que detrás de él no hay nada; como ocurre ahora con el valor facial del dinero. Valor especulativo, punto ciego en el que colapsan todos los valores diluidos en la fórmula D-D-D, reproduciéndose al infinito sin ningún otro referente material que no sea el narcisismo de sí mismo. Por allá en los 80, Baudrillard anunciaba esta crisis diciendo que estamos en presencia de una transeconomía de la especulación, en donde no hay más ley del valor que la del mercado de rumores e información, en un mundo de reglas cambiantes de manera arbitraria, desarrollándose hasta el punto de la parodia de sí misma. “La especulación es forma pura y vacía que crece de manera monstruosa de modo circular, engulléndolo todo a un ritmo delirante. Es el paroxiton, cuyo equivalente literal en griego es: El penúltimo, así pues, el paroxismo sería el momento previo al final. Es decir, no el fin mismo, sino el momento justamente anterior, cuando ya no hay nada que decir. Un momento que se puede prolongar por un tiempo infinito, si no construimos una utopía y nos quedamos en la indiferencia, como asustados por el tigre de Kipling”.

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