jueves, 8 de abril de 2010

El Entusiasmo (La Quinta Columna, 08/04/2010)

Incienso, fruta, tabaco y dinero para honrar a los muertos. Se lanzan dos monedas, las mismas con las que se lee el I-Ching, si alguna cae fuera de un platito colocado sobre la tumba, es porque el muerto sonríe. Así celebran en Vietnam por estos días los 35 años del fin de la guerra imperialista americana que dejó 3 millones de muertos, 300 mil desaparecidos, 100 mil muertos después de la guerra por la explosión de bombas enterradas; pues sobre este país se lanzaron casi 10 millones de toneladas de explosivos y napalm; mucho más de lo que fue derramado sobre toda Europa durante la segunda guerra mundial. Ostentan el record del lugar del planeta más bombardeado nunca jamás. Pero además, también debe lidiar con 2 millones y medio de personas afectadas por las dioxinas, sustancias altamente tóxicas, que producen terribles mutaciones y la muerte por cáncer. Tim Peit, fotógrafo norteamericano en Vietnam durante la guerra, afirma que el pueblo vietnamita fue y sigue siendo expuesto al horror de una guerra que tienen que seguir librando cada día, pues sus efectos aun se sienten. “Padecieron más allá del horror mismo”. Unos 140 mil soldados del norte, acompañados de milicianos del Viet Cong (voluntarios del sur), protagonizaron el 30 de marzo de 1975, la batalla de Danam, provincia cercana a Saigón, la capital. Liberando también La Playa Roja, que 10 años antes habían visto desembarcar al primer contingente de tropas norteamericanas, de los 500 mil que invadieron ese pobre y pequeño país asiático. Después rodearon Saigón y contemplaron el tristemente célebre espectáculo de los soldados americanos, abandonando los modernísimos tanques Sherman y Paton, quitándose el uniforme y corriendo desnudos hasta su embajada. John Valdez, cubano gusano de Bahía de Cochinos, luego asimilado como marine en Vietnam, asegura que la rendición incondicional del gobierno títere y el abandono a su suerte de miles de funcionarios colaboracionistas por parte del Imperio, forma parte de la derrota más humillante que han sufrido los Estados Unidos. Por su parte, Vó Nguyén Giáp, conductor militar de Vietnam del norte, dice en sus memorias: “En la primavera de 1975 nuestro pueblo y su ejército avanzó como un monzón, coordinando ataques y levantamientos. Luchamos heroicamente con rapidez de relámpago, temeridad y sorpresa para el éxito seguro, logrando la victoria en tan solo dos meses, cuando habíamos planificado una ofensiva que creíamos nos llevaría 3 años”. Después de 35 años, este pueblo no pierde el entusiasmo, recuperando 2 tercios de su territorio afectado por las bombas sin estallar y por el Agente Naranja. Desarrolla la industria pesada y construyen desde supertanqueros hasta satélites. Un grupo de periodistas europeos invitados se asombraba la alegría de este pueblo a pesar del trauma y las secuelas de la guerra. A Jholva Ramírez, española, le costó entender a una juventud que trabaja todo el día, luego va a las universidades y después la emprende de farra casi todas las noches, para regresar al día siguiente a la faena con el mismo entusiasmo. Esta periodista preguntó a Ting Hog Lie, una muchacha de 21 años, cómo lograba tal Azaña. La respuesta fue: “No somos americanos. Somos vietnamitas, budistas y comunistas, sufrimos sólo lo necesario. Vivimos instalados en la alegría. Ese es el legado de la guerra. El espíritu de Ho Chi Min. Tenemos que levantar la economía y recuperar al país. Para mí, ese deber es una fiesta”. Es también tiempo bicentenario y de revolución latinoamericana. Ojalá nos sirva el consejo del presidente poeta, el Tío Ho: “Una sola y clara consigna que mantenga al pueblo alegre, entusiasmado y movilizado para la acción. Para que no se desmoralice ni en la más cruel derrota”.

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