jueves, 11 de junio de 2009

Los Visitadores (La Quinta Columna, 11/06/09)

Unos señores que sin duda saben leer y escribir; y que además opinan como cualquier cantante de moda que nos visite, fueron encargados por la empresa privada. Entonces sobrevino el acontecimiento, lo que muchos temíamos en silencio que ocurriera: Nada. Sus sesudas conferencias serán publicadas y quién sabe si traducidas a varios idiomas para que entonces pase lo mismo. A los que quedaron maravillados por el efecto de superficie de tan ruidosa visita, quisiera recordarles algunas citas citables que pueden ser utilizadas para la próxima contertulia, ante la presencia infalible e inefable de algún Vargas Llosa. Jorge Luis Borges, recomendaba prudente modestia a la hora de dar una opinión, pues sería bochornoso que alguien fuera recordado más por el desatino, que por la obra que le llevó la vida, refería. “Dicen que soy un gran escritor, agradezco tan curiosa opinión, pero no la comparto. Mañana, algunos lúcidos la refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o chapucero, tal vez de ambas a la vez. Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullece las que he leído y nunca lo dicho. Estoy seguro que si he de pasar a la historia será como firmador de libros. He firmado tantos que si se consigue un ejemplar mío no autografiado ha de valer una fortuna. Así mismo, creo que quien recuerde alguna frase mía de otro tema que no sea la literatura, lo hará por deshonrar mi memoria pues yo no hago otra cosa que opinar desde un tono intelectual, infeliz e inactual. Hay escritores que opinan sobre cualquier cosa. Lo hacen pensando ingenuamente que llamarán la atención. Es una forma desesperada de recordar sus libros, que por supuesto ya nadie lee. Corren el riesgo de ser interpretados como críticos, es decir, como aquellos que leen y nunca aprendieron a escribir”, apuntaba. En este sentido, Santiago Ramón y Cajal se refería a los escritores pretenciosos: “Cuando veáis a un escritor que se mete en todo y con todo el mundo, es porque aspira a que todo el mundo se meta con él. Es un gesto de ingenua vanidad. Lo que pasa generalmente en esos casos, es que no son tomados en serio ni por aquellos que se dicen sus cortesanos. Los que les aplauden en público, llenándoles las copas en sainetes montados para el divertimento de los poderosos; los mismos que les muestran con satisfacción a modo del ventrílocuo a su muñeco, poniendo en sus bocas juicios que ellos mismos serían incapaces de defender. Estos autores les ponen la tarea difícil a sus biógrafos. Tendrán que hacer malabarismos para salvar la obra, al tiempo de justificar sus infelices opiniones”. El Poeta Valery decía que los escritores asistían a la política cuando temían ser olvidados y entonces se hacían de más opiniones que de imaginación, a esta fase la llamó decadencia. “Todo escritor debe saber que sus libros le temen, lo tienen a él como a sus principal enemigo. Cualquier opinión a la ligera, puede acabar con años de dedicación. Los libros tienen los mismos enemigos que los hombres: El fuego, la humedad, los animales, el tiempo y principalmente el contenido que el autor le resta a su propia obra cada vez que desdice de ella”. Graucho Marx, ese filósofo del cine o viceversa, lo tomó de este modo: “Hay muchos libros que no he podido leer, casi siempre por el ruido que los escritores hacen a su alrededor. Saqué del anaquel a un escritor muy en boga por sus opiniones y de momento caí al suelo redondo de la risa. El individuo aspiraba a ser tomado en serio, por el hecho de haber escrito algún libro sensato. Desde ese día le tengo tanto afecto que es posible que hasta intente leerlo; estoy seguro que este señor es un vampiro que de noche engulle a quienes no lo aplauden”.

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