jueves, 3 de junio de 2010

Ocultamiento (La Quinta Columna, 03/06/2010)

Ausencia, vacío, opacidad, o una “leyenda dorada” del pasado. Ocultamiento en los créditos televisivos de la verdadera identidad de los personajes entrevistados, disfrazados de doctores y expertos. Pero el asunto está allí como “ente de una actividad paranormal”. Un “Real corporal”, añadirá Lacan. La presencia de la ausencia, diría Barthes. En febrero de 2003, Colin Powell se dirigió al Consejo de Seguridad de la ONU para defender el ataque a Irak. Horas antes, su delegación solicitó que la gran reproducción del Guernica de Picasso, situada en la pared detrás del podio, fuera tapada. Les aterraba que la denuncia a la atrocidad de los bombardeos de la fuerza aérea alemana durante la guerra civil española sobre dicha ciudad, fuera asociada al discurso de Powell. La explicación oficial fue que el telón de fondo era inadecuado pues: “podía prestarse a interpretaciones erróneas”. Pero fue el propio gesto de ocultar, lo que hizo evidente que allí estaba el Guernica denunciando esta vez, la despiadada brutalidad del imperio. Lo sabía Félix B Cañet, padre de El Derecho de Nacer. Albertico Limonta se enteraría de su verdadero origen y abolengo plebeyo, a unos días de acabarse la novela, “cuando Don Rafael habló”. Otra vez el Traje del Emperador. Desnudos por la calle creyendo que nadie se da cuenta. Una suerte de lo que Benjamín llamó “dialéctica en suspenso del ocultamiento”. Pero hasta para ser un buen artista de la ilusión, hay que llevar a cabo el truco en complicidad con la audiencia, si no, de nada vale. Alan Badiou calificó el efecto ideológico de la doble complicidad e identidad, tal cual pasó con Hitler y buena parte del pueblo alemán, como “media intrínseca de la idea común de libertad”; cuando el dispositivo de funcionamiento del pensamiento se adecua a la fuerza, a un discurso y lo acepta, para que la vida pueda seguir funcionando aunque sea asfixiante. Así actúan algunos miembros de la oposición. Predican su credo con tanta fe, que se convierten en fanáticos de sí mismos. Creyentes puros de una parsimonia teatral. Anuncian un “fin del tiempo”; un “tiempo otro” que estaría garantizado por la hazaña de haber unido a los principales partidos de esta fuerza. Algo por lo demás nada nuevo, pues en el pasado reciente también se han unido y de manara más perfecta. Así fue en 2004 durante el referéndum; y anteriormente; contra La Constituyente, y en todas y cada una de las campañas presidenciales. Siempre con la misma oferta, idéntico pronóstico e igual resultado: La derrota. ¿Entonces, cuál es la novedad? Ninguna. Eso sí, siempre el mismo afán por presentarse como distintos y renovados. Escurren el bulto, como vampiro que evita los espejos. La cara de yo no fui, refiere de manera obsesiva a su Otro Yo, a una espectral fantasmagoría que les persigue siempre. Su Otro lacaniano resuella sobre sus pescuezos: Son más de lo mismo, La Cuarta República con rostros maniqueos de caricaturizados demócratas que pecan por exceso. ¡Dios mío, es que no entienden que nadie en el mundo es tan, pero tan demócrata! Entonces sobre viene la inevitable sospecha. ¿Farsa? Inaudita positivación por remozamiento y maquillaje, de una negatividad. Especie de mueca de Guazón, disfrazada y transfigurada en reina de belleza. Hacen recordar unas geniales líneas de Sherlock Holmes, en Silver Blazer: “¿Existe algún otro detalle acerca del cual deseará usted llamar mi atención? Preguntó Gregory. Entonces Holmes contestó: ‘Sí. Acerca del curioso incidente del perro durante la noche’. Gregory exclamó perplejo: ‘¿El curioso incidente del perro? Pero si anoche el perro no hizo nada’. ‘Es precisamente ese el curioso incidente’, contestó enfático Holmes”. Hitchcock también logró personajes aparentemente racionales, pero llenos de incongruencia.

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