jueves, 4 de marzo de 2010

El Voto (La Quinta Columna, 04/03/2010)

“Luchas, poder, victorias, hegemonías plebeyas, son conceptos que resuenan y resumen las tendencias de la vida política del continente latinoamericano durante la última década. La izquierda durante mucho tiempo esperó liderar insurrecciones armadas que llevaran al socialismo. Pero lo que tenemos ahora son grandes sublevaciones que, utilizando la institucionalidad burguesa tradicional, reconquistan la democracia y el voto, para desde allí, conquistar derechos populares postergados por siempre”. Así comienza Emir Sader su libro, El nuevo topo: los caminos de la izquierda latinoamericana. Un documento que pretende colocarse en el terreno para comprender “el movimiento real que se desenvuelve ante nuestros ojos”, como dijera Marx. Sigue Sader: “Asistimos al momento que nos permitirá impulsar las articulaciones y organizaciones necesarias para que no se pierda el entusiasmo y la potencia; para que el pensamiento devenga en hechos de una estrategia de poder”. En este contexto, la vía electoral, considerada por muchos una ventana táctica, devino movimiento estratégico para la acumulación de fuerzas, el acceso al gobierno y la lucha por el poder. Lo electoral se ha convertido entonces, en cada momento, en suerte de bisagra que marca y periodiza cada momento y movimiento táctico. De manera que no podemos subestimar las coyunturas electorales, hasta que no logremos salir de la forma y la legitimidad que desde allí se produce. Ahora bien, el voto y una mayoría siempre precaria, temporal y circunstancial; no es una panacea que nos conduce directamente a la construcción hegemónica. Así mismo, la costosa búsqueda del voto no puede descansar solamente sobre la voz potente de “la multitud monstruosa”, diría Negri, antropomorfizada en la rostricidad del líder. Hace falta sobre todo, una nueva ontología ético-política que funde y cualifique una ciudadanía radical. Es decir, que sirva a la autoconstrucción que gestiona modos diversos de una también nueva subjetividad política. Jacques Ranciére habla de una subjetividad que muestra cuantitativamente su cualidad, que no es otra, que la introducción del conflicto como parte constitutiva de la transformación social; esto es, “la introducción por parte de los sin rostro y sin voz”, de un rostro y una voz, que va más allá de la negociación, los intereses y las cuotas de poder. La propuesta electoral revolucionaria no puede parecerse ni en la forma, ni en el contenido a las opciones tradicionales de la derecha. Esto significa un esfuerzo por superar lo subalterno a favor de lo programático y lo estratégico. Implica que aquellos finalmente encarnen el rostro y la voz, dentro de las reglas del juego de la representación, sean la síntesis de una tradición, una experiencia y un compromiso que garantiza la superación del momento representativo, a favor de cada vez más elevadas formas de democracia directa. Para que el pueblo deje de ser una ficción de la metafísica discursiva del ideario político burgués, éste tiene que ser construcción hegemónica. Para ello, lo electoral debe superar “el voluntarismo sustantivo”, que habla de pactos y alianzas que sólo interesan a los cenáculos partidistas que desprecia los liderazgos naturales de colectivos y localidades. Es decir, hay que entender que los pactos y las alianzas tienen que ser, en primer lugar, de carácter social, apuntando en la dirección de la unidad del pueblo, por encima de los intereses grupales o partidistas. Fundarse y postular la estrategia electoral desde allí, implica valorar la fuerza del trabajo local y en lo pequeño, llevado a cabo por comunidades y luchadores locales, acompañado por figuras de referencia regional, quienes muchas veces, desde fuera del partido y el Estado, han logrado impulsar experiencias alternativas o apoyar la consolidación de espacios de poder de nuevo tipo.

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